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La Acracia política

By lunes 31 de julio de 2017 No Comments

la acracia politica

Por: Francisco Tomás González Cabañas

Más que la sorpresa que puedan llegar a tener y más luego verbalizar, por los resultados electorales dados, lo verdaderamente sorprendente es que ciertos políticos, desconociendo su función de tales y lo que es más grave la institucionalidad normativa que los ampara, constituye e instituye en vez de realizar sus respectivas autocríticas, comentarios, análisis o reflexiones en el ámbito correspondiente (insistimos tal como ordenada y legalmente lo disponen las democracias actuales mediante sus órganos; los partidos y dentro de estos sus delegaciones, espacios, llámense consejos, congresos, juntas o lo que fuere) lo llevan a cabo, tomando para sí un rol que no les corresponde, en el ámbito que le ofrecen ciertos medios de comunicación, que producto de esta confusión, en vez de inquirir, preguntar, indagar acerca del rol verdadero de un político, se enmaridan, se emparejan, se empalman en tal confusión de perspectivas, en donde el único perjudicado es el ciudadano que prescinde de políticos y periodistas y se atosiga de comentadores/espectadores de una realidad de la que alucinadamente se ponen por fuera.

Este fenómeno es abordado desde una perspectiva comunicacional, como en el caso del libro de Félix Ortega, “La política mediatizada”, cuya reseña, por parte de Luis García Tojar, citamos en extracto:

“Esta forma de política vampirizada por los medios de comunicación pierde perfiles ideológicos y capacidad de acción transformadora. Ha jugado un papel importante, por ejemplo, en la consecución del consenso neoliberal mundial. Sus líderes aparecen débiles y melifluos ante la mirada pública: hoy dicen una cosa y mañana la contraria, hoy hacen lo que dicen y mañana no. Lógicamente el electorado recela de ellos, aumenta la abstención y se habla de crisis de representatividad.

Hasta el momento, la respuesta más utilizada por nuestros neolíderes es recurrir a un discurso populista orientado a los medios (más duro como el del Frente Nacional francés o el Vlaams Blok belga, más suave como el de Sarkozy o Berlusconi) que apela al voto de la “gente honrada” para un proyecto de salvación colectiva, dirigido por el líder, contra un supuesto responsable único de los males que nos aquejan: los extranjeros, los izquierdistas, los etarras, los integristas, etc. Como los efectos incontrolados de este neopopulismo amenazan a la supervivencia de un orden político democrático, el plan de investigación presentado por Félix Ortega en La política mediatizada exige desarrollo necesario y urgente. Aquí está uno de los riesgos mayores, si no el principal, del orden político por venir”.

Nosotros, creemos necesario, el encontrar una perspectiva que explique esto mismo, desde la individuación del sujeto, es decir, desde la toma o no toma de decisión, que lo lleva, en el caso del sujeto político moderno, a quedar preso y consecuentemente, desde su presidio, aprisionar a quiénes más luego representará, en lo que ya sería el ejercicio viciado de un contrato social viciado o enfermizo.

“Acrasia es la actuación en contra de lo que uno mismo cree que es lo mejor. Actuamos por impulso, por hábito, por convenciones sociales… pero nos gusta pensar que tenemos control absoluto sobre todos nuestros actos, y que actuamos siempre racionalmente según nuestros intereses, o incluso que somos tan altruistas que actuamos según los intereses de los que nos rodean. Pero lo cierto es que está bien actuar por hábito o por seguir las convenciones sociales. Pensar racionalmente en los pros y contras antes de dar cada paso haría que nos fuera imposible hacer nada.

Pero por un lado necesitas saber en qué casos te puedes fiar del hábito, de la costumbre, de la improvisación, de la convención social… y en qué casos debes pararte, reflexionar y tomar una decisión meditada.  Y sobre todo, saber cómo puedes aprovechar el hecho de que seamos irracionales para actuar de la manera más conveniente para nuestros intereses, y no con actitud.

Este compartimiento es el que deviene cuando ciertos políticos en el afán de continuar con sus egos en alto (es muy complejo discernir para muchos que en verdad la visibilidad que poseen no es porque estén diciendo algo interesante o innovador, sino porque están en la posesión de una función que los inserta en un engranaje automatizado, en donde incluso, sí por rara excepción tenían algo interesante para decir, terminan alienados por el sistema mismo, no diciendo nada en el mejor de los casos) pasan a dar análisis, reflexión, lectura a los resultados electorales, de lo cuáles son más que responsables. Esta confusión, no sería peligrosa en términos democráticos, sí es que no horadaría la institución democracia. Y ocurre este socavamiento, casi sin querer, de allí lo que llamamos acrasia política.

El político, sobre todo el perdidoso, sale en recorrida mediática (encima el proceso es tan perverso que les da un dote de grandeza, esto de dar la cara ante un resultado adverso, los constituye en agresores simpáticos e involuntarios de lo democrático, hasta casi admirables y dignos de ser imitados) a decir todo aquello que debería decir en su ámbito político partidario. Llámese este, comité, unidad básica, plaza pública, o como fuere, y tal acción debería estar sujeta a un circuito en donde algo ocurra con esto (desde penalidades, cambios de estrategias, modificación de propuestas, lo que fuere y que está determinado por cada carta orgánica o reglamento interno) pero claro, el principio del fin lo detectamos en este movimiento.
Al no haber siquiera ingresado a las listas finales para sus respectivas candidaturas (el incumplimiento básico de llevar democracias internas en los partidos) lo instituido democrática e institucionalmente, se sigue violando, naturalizando el vejamen que se perpetra en el tiempo.

Los candidatos que en muchos de los casos, por economía política (no son pocos los que alegan que no se llevan acabo elecciones internas por el costo económico de las mismas)cuando no se eligen por democracia interna, lo electoral se resuelve en casi todos los casos mediante un festival de condicionamientos que tienen como estrella el uso de las dádivas y las prebendas, y los resultados, son analizados por los propios protagonistas, en complicidad de los comunicadores, que en vez de atenerse a lo normativo, a la ley, a los libros, a la lectura, a todo lo que haría de la comunicación una ciencia o lo que sería lo mismo, inclinarse al sentido común (por ejemplo, ¿Cómo se pudo justificar ideológicamente la violencia política en los ’70, sobre todo en Latinoamérica con menos de 10% de pobres y medio siglo después con más de 40% de pobres se habla de violencia conceptual o de palabra cuando se cuestiona objetivamente esto mismo? Y siquiera se da posibilidad a difundir un artículo como el presente que plantea esta objeción) terminan hermanados, asociados, con los políticos, como si fuesen amigos (diluyendo con ello la necesaria y útil interdependencia que podrían tener en el juego de tensión de roles en el caso de que los mantuvieran) en una ronda de café mientras afuera del mismo la gente aumenta en sus conflictividades y desgracias cotidianas. Es hasta paradigmático, porque como cualquier ser humano, uno hasta puede tener cierta admiración, haber desarrollado cierto afecto, con quienes, afectados por esta acrasia política, titubean en los medios, dan vueltas en ideas raquíticas para brindar una respuesta a lo que tal vez no la tenga y sí la tiene, lo mediático no es el ámbito para darla (esto genera lo que expresábamos el socavamiento de lo democrático, como el político perdidoso da sus explicaciones en un medio, por lo general en términos amenos, con un periodista amigo, cuando no pago, se evita o se justifica no darlo en los ámbitos partidarios, en donde podría ser cuestionado en su posición, pero validado en su ejercicio de lo político, validando esto todo el circuito democrático) y se exponen, a contrario sensu de lo que creen, a mostrarse tan débiles, tan mendicantes (lo más contundente es como en términos de llanto, o como necesidad de consuelo, a los que pierden, los terminan ensalzando en su derrota, pidiendo por ellos para que se presenten nueva e inmediatamente a la siguiente elección) tan suplicante, tan poco políticos, tan poco hombres (en el sentido general del término) que sí no fuera porque están afectados de acrasia, siquiera tendrían el derecho de merecer lástima o pena. Y sí no estuviesen dañando a la democracia, afectados por este mal, siquiera lo expresaríamos como problema.

* Autor y Filosofo argentino

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