Amores imposibles…
Tragedias…
“La Voz del Norte”, periódico de la diáspora cultural, surgido en plena época pre-revolucionaria
en el Pueblo Mágico de Mocorito, la Atenas de Sinaloa, publicación que cuenta con
acreditación y presencia tanto en México, como en varias regiones de España, otorga a Salvador
Antonio Echeagaray Picos, colaborador nuestro desde años atrás, un espacio en sus
páginas a partir de este número, para que a través de su voz narrativa ofrezca a quienes
nos leen, la primicia de su primera novela “Hacienda los Pozos”.
Por: Salvador Echeagaray Picos
NOSTALGIA.
Aledaño al señorial pueblo de San Javier, San Ignacio, Sinaloa, el cual se ubica en la ribera sur del rio Piaxtla, que vierte su caudal en el delta que forma el torrente al llegar al Océano Pacífico en el área costera conocida como Las Barras de Piaxtla, y el cual nace entre barrancas cimbreñas de la Sierra Madre Occidental en el septentrión de la República Mexicana, se halla un camino de tierra suelta que serpentea entre altozanos y las planicies de la costa siempre bordeado por cercos de púas, colocado sobre postes hechos de madera de la región.
Cercos, que en la provincia mexicana representan valladares que visualmente, son elementos tradicionales que en el campo delimitan las parcelas comunales, ejidales, o de particulares.., que por temporadas, se pintan con el variado tono de su plantíos…
Cercos que se adornan con las primeras lluvias de la temporada, abrazados por enredaderas con florecillas tintadas de todos los colores que desprenden aromas que regala la zona del trópico.
Por ese camino de mi niñez lejana, se llega a los vestigios de lo que fue en la época transcurrida entre los años cuarenta y cincuenta del siglo pasado, una hacienda llamada “Los Pozos”, dedicada a la agricultura, ganadería y eventualmente, a la explotación de una “Calera”, y según arraigadas creencias de empedernidos gambusinos que recorren esperanzados los arroyos y cañadas en los cerros cercanos, juraban hace poco tiempo, aún, la existencia de ricos yacimientos de oro y plata, casi a flor de tierra, esperando ser descubiertos algún día por la visión inapelable de hombres aventureros, que entre tanto y cuando era necesario, para el consumo de la misma hacienda, cortaban madera fina en las faldas y los altos de la serranía, que en una superficie cercana a las 1,200 hectáreas de agostadero, con ubicación cercana al trópico de Cáncer, perteneció en propiedad privada, en distintas épocas, a varias familias con residencia e intereses económicos en el Municipio de San Ignacio y el puerto de Mazatlán.
Ahora, todo lo que ahí existió se encuentra en ruinas…
Sólo los recuerdos de los seres que ahí nacieron o llegaron a trabajar como labriegos, de pueblos vecinos, o de lejanas tierras: la servidumbre, los peones, capataces, caballerangos, administradores y orgullosos propietarios, que la poblaron con sus historias de logros, alegrías, sufrimientos, leyendas de pasión, desamores y nostalgias, permanecen aún en la mente de la gente mayor que pasa por el sombrío lugar y a la distancia, sin atreverse a llegar, ven con tristeza sus techumbres caídas, sus bardas y paredes destruidas ya por la acción depredadora de invasores oportunistas, o por el sólo transcurso del tiempo y la soledad, representando hoy el melancólico caserío, sólo un entreverado relato de sórdidas tragedias amorosas, sufridas por personajes que ahí nacieron y murieron y que son contadas de manera trivial por caminantes o jinetes ocasionales con buena memoria, en las cantinas de los pueblos de la región del Piaxtla que van y vienen, utilizando las veredas que aún existen en los alrededores de la vieja Hacienda y que se conservan, sobre todo, por el tránsito del ganado que pastorea por sus montes.
Recientemente visité el enigmático sitio a temprana hora, desde luego, acompañado de un amigo de escuela primaria, que vivió parte de su infancia con sus padres y hermanos en la hacienda durante la última etapa de bonanza que se rememora, única persona que aceptó mi invitación, considerando los deplorables y trágicos acontecimientos en los que varios miembros de la familia del Hacendado perdieron la vida sospechosa y misteriosamente, con trazos e ingredientes de ocultismo, apariciones y supuesta magia negra, que se manifestó en el rango de lo diabólico en la imaginación de las mismas gentes que ahí vivieron, así como en los insistentes comentarios de los vecinos de pueblos cercanos.
Estos acontecimientos inexplicables, precipitaron el derrumbe de aquel emporio agropecuario enclavado en la zona, toda vez que los lamentables y dolorosos acontecimientos acaecidos en la heredad y los cuales nadie logró entender, pero sí interpretar “a modo” por cada persona supuestamente enterada, fue la causa de que nadie se interesara en adquirir por ningún precio, aquel rancho ganadero que se consideró afectado de maleficio o brujería en esos tiempos.
Lo que el caminante, a distancia, apreciaba como un conjunto de construcciones semi-destruidas, pisos y cuarteaduras en las paredes de donde habían surgido las malas hierbas de sombra que inundaban los interiores de la Casona, así como los patios de la abandonada finca, ya estando ubicado en el sitio, aquello se veía como un desastre, con pavimentos levantados, vigas en los pisos y techos caídos sobre las baldosas que hacía inhabitable el lugar…, aparentemente.
EL ANCIANO.
Llegamos, nos apeamos de nuestros caballos, y armados de valor decidimos entrar a la Finca, con precaución, considerando que la hacienda en ruinas se encontraba en abandono.
Al aproximarnos, y estando frente a despojos de madera y hierro de lo que fue la entrada principal, nos sorprendió escuchar la fuerte voz de un individuo que cual fantasma, apareció repentinamente ante nosotros, requiriendo:
– ¿Se les ofrece algo señores?-
Repuestos de la sorpresa de encontrar a alguien en aquellos estragos del tiempo, donde creímos nadie tendría el valor de vivir, reaccionamos a la vez con otra pregunta: ¿Señor, estamos de visita…acaso vive usted aquí, o está de paso como es el caso nuestro?-.
En vez de la respuesta que esperábamos de aquél extraño personaje ya entrado en años, de piel blanca curtida por el sol, de descuidada barba con ensortijada y larga cabellera, escuché la voz de mi acompañante que expresando gran sorpresa, preguntó:
¿Eres tú, Alejandro,… mi hermano?…
En este inesperado encuentro, los hermanos se reconocieron y abrazaron afectuosamente después de no verse por más de diez años,…y claro, repuestos ambos de la sorpresa, ocurrió que el singular personaje, Alejandro, conocido desde niño con el alias de el “pelón”, y quién tendrá en el desarrollo de este relato un papel protagónico en la narrativa, debido a que vivió o fue testigo de primera mano de los acontecimientos ocurridos, tanto en los tiempos felices como durante la etapa borrascosa que provocó tragedias y muerte a los moradores, en aquella hacienda donde nació y disfrutó su niñez y adolescencia, con la característica amabilidad del ranchero, nos invitó a conocer su hábitat.
Feliz el anciano del reencuentro con su hermano, nos franqueó el paso conduciéndonos por los vericuetos de la enorme propiedad hasta un gran patio que en la parte interior se apreciaba con menos desorden.
No obstante su avanzada edad y de lidiar con incontrolables, repetidos, e involuntarios movimientos de su mano izquierda, la cual sostenía siempre en el aire frente a él, a la altura de la cintura, caminaba con agilidad y conocimiento del terreno que pisaba, contento con nuestra compañía, y quien nos enteraría más adelante, con la sorprendente lucidez de la que hacía gala, de los hechos de “primera mano” sucedidos durante los años que trabajó para el enigmático propietario de la Hacienda, personaje a quien desde ahora, debemos señalar como autor, ejecutor y a la vez, víctima de las variadas acciones en las que se involucraron los actores que enfrentaron amores trágicos y malditos en aquella heredad.
* Magistrado en retiro y autor