Por: Marìa Trinidad Lòpez Lara
La mayor bendición que una madre puede dar a su hija es el sentimiento de la veracidad de su propia intuición definiendo ésta como la auténtica voz del alma, la intuición percibe el camino que hay que seguir, tiene instinto de conservación, capta los motivos y la intención subyacente y opta por aquello que causará la menor fragmentación posible en momentos de dolor.
En los cuentos de hadas el proceso es muy similar la Madre le hace un extraordinario regalo a su hija, ungiéndola con la muñeca, la unión fomenta una serena confianza en ella, ocurra lo que ocurra. Las muñecas se utilizan como talismanes, los talismanes son recordatorios de lo que se siente, pero no se ve, de lo que es así, pero no resulta, de ahí la importancia que resulta del dejar vivir y el dejar morir.
Durante siglos han sido las ancianas (nuestras abuelas) las depositarias de una sabiduría y un comportamiento que podían transmitirlo a las mujeres más jóvenes, una simple palabra, una mirada, un roce de la palma de la mano, un murmullo o una clase especial de afectuoso abrazo son suficientes para transmitir complicados mensajes acerca de lo que se tiene que hacer y el cómo se tiene que ser. El yo instintivo siempre bendice y ayuda a quienes vienen detrás, es un círculo de mujer a mujer. Por eso cuando la madre fallece y la anciana no existe es momento de detenerte y reflexionar ¿cómo enfrentaron ellas las vicisitudes de la vida? Es en ellas cuando se sacuden los prejuicios y tutelas, los miedos y encogimientos, que de manera notoria nos habían dominado en nuestra infancia y adolescencia.
Cuando mi madre biológica murió, inicié una búsqueda constante en mis sueños en la prospección de su mano protectora y al evocar su imagen y aparecer ante mí, comprendí que algo sagrado había roto nuestro camino juntas; sin embargo su luz me ha seguido, amorosamente he escuchado su susurro sin temor y ese sueño como espejo de mi inconsciente me ha mostrado la grandeza del lazo que nos ha unido, ese es el espacio de sabiduría del nacer y renacer ya que el mundo materno creado en nuestras vidas, existirá por siempre como un legado de nuestras madres muertas. Por consiguiente si estás a punto de soltar la mano protectora y de correr el riesgo de no ser tan sabia hay que hacer fructificar el amor y tus mejores instintos para afirmar el sendero que vas construyendo en el tiempo que nos tocó vivir.
Y, cosa curiosa, a partir de ahora la comprensión hace acto de presencia y comienzo a sentirme a gusto conmigo misma, todos mis anhelos y esfuerzos colaboran al unísono en mis ideales, por fin puedo dar rienda suelta a esa fuerza interior que se había resistido a permanecer recluida y desaprovechada. En mi vida que subyace en el matriarcado por mi abuela muerta, habita también su legado, el valor de una herencia onomástica que me ha llevado a conservar una innegable carga significativa, legando su nombre a una recién nacida o aún por nacer, se ha definido como madre, ejerciendo su autoridad materna, delimitando un territorio, garantizando a ella una existencia nominal más allá de la muerte. Nombrar es, entonces, inmortalizarse en la palabra.
Y terminar con ella al final de sus días, como una verdadera hija.
Hoy hacia el anochecer
me adentré un poco con la niña ciega
en el bosque donde todo es
sombra y obscuridad.
La acompañé hacia una sombra
que venía a nuestro encuentro.
Le acarició las mejillas
con sus dedos de terciopelo
y ahora a ella también
le gustan las sombras.
Y el miedo que tenía se ha ido.
(Opal Whitely)
Para mis dos madres (Inesita y Triny), mujeres dotada de una fuerza extraordinaria, de un corazón inmenso lleno de amor desinteresado e incondicional.
* Directora Universidad de Occidente Unidad Guamúchil.