Por: Faustino López Osuna
Por su extensión, el título del presente trabajo parecería sacado del modo en que Gabriel García Márquez lo hacía con alguna de sus obras, como ocurrió con aquel fantástico libro de cuentos “La increíble y triste historia de la cándida Eréndira y su abuela desalmada”.
O el intento de ocultar la realidad como lo hacían economistas del siglo XIX, quienes, por ejemplo, para definir al hambre, decían: “Es el rompimiento del equilibrio cósmico entre el individuo y el universo”. A estos los llamó Carlos Marx “economistas vulgares”. Eran cultivadores de eufemismos, en tanto que eufemismo (y su sinónimo circunloquio) es palabra o expresión que se usa para sustituir otra que se considera de mal gusto, inoportuna o malsonante.
Echando mano de otro circunloquio, para no lastimar el oído de los explotadores, no diremos que la sociedad está dividida en clases sociales, sino que está formada de clases alta, media y baja. Lo primero lleva a la confrontación. En cambio lo segundo se oye más bonito. Pero los que creen que engañan al pueblo, deben saber que es más trucha de lo que creen. Así, ubica a la clase alta como la clase fuchi (que expresa asco o repugnancia). ¿Quién no recuerda cuando la hija de Vicente Fox al enterarse que doña Martha sería su madrastra, exclamó: ¡Qué horror! Es una indígena, como Rigoberta Menchú? Para no ir lejos, también las hay quienes consideran al pueblo “una chusma”. Así sucesivamente.
¿A quién de las altas esferas del poder o de la Real Academia de la Lengua o de El Colegio de México, se le ocurrió apropiarse de la palabra situación, que connota acción y efecto de situar, para ocultar ciertas fobias de la realidad social? De ese modo, en vez de llamar, con propiedad, vago al vago, pordiosero al pordiosero, limpiaparabrisas a los limpiaparabrisas, se los designa genéricamente como personas “en situación de calle”. O, si bien les va, se los llama, lacrimosamente, “población vulnerable”. ¿Por qué al manco no se le dice manco, al cojo cojo, al ciego ciego, sino minusválidos? Cierto: minusvalía es disminución de la capacidad física o psíquica de una persona. Pero también el verbo traslativo minusvalorar es subestimar. Sí. Se subestima a las personas llamándolas minusválidas, cuando la minusvalidez es, precisamente, discapacidad. Con tanto querer ocultar lo evidente, se termina utilizando términos francamente peyorativos (que tienen un sentido desfavorable o despectivo). O de plano, se emplea el sustantivo cultalatiniparla, que existe en el idioma español, por lo general nunca utilizado, con el que se designa el lenguaje pedante.
¿Por qué esta habla culposa? Culpa: falta más o menos grave cometida voluntariamente. Lo dicho: ¿a quién se le ocurrió eso de “en situación de…”? ¿Por qué no se culpa a la causa y sí al efecto? ¿Por qué no se condena la injusta distribución de la riqueza sostenida a base de anticonstitucionales salarios mínimos?
¿Por qué la actitud hipócrita (que finge o aparenta lo que no es o lo que no se siente)? ¿Es el mundo adulto? ¿Es el precio que se paga para pertenecer a la sociedad, dividida igualmente en alta sociedad y sociedad innombrable? ¿Se tendrá idea de que para efectos de las cuentas nacionales, los estudiantes no son considerados como fuerza económicamente activa?
Ah, pero qué tal para votar, en cuanto llegan a la edad reglamentaria. Hipócrita: adjetivo y sustantivo masculino y femenino, del latín hypocrita, del, y del griego hypocrites, actor teatral. ¿Estarán enterados algunos distinguidos políticos que hace miles de años los griegos ya los tenían ubicados como hipócritas actores teatrales, sin abusar de la hipérbole? (Hipérbole: figura retórica que consiste en exagerar la expresión).
Pensando en lo anterior, dimos, pues, con el título en cuestión. Y continuando con la manía de los que abusan de la expresión “en situación de”, para que no se oiga tan feo, ¿serán capaces de llamar al que padece hambre, persona “en situación de inanición” (pues inanición es, de acuerdo al diccionario, “estado patológico de desnutrición producido por la falta total o parcial de alimentos”)? ¿Para qué tantos brincos, diría el pueblo, estando el suelo tan parejo? El mismo diccionario da la más definitiva definición de hambre: necesidad o gana de comer, motivado por las contracciones del estómago.
Cuando se nos informa del crecimiento de la población con hambre en nuestro país, al tiempo que nos enteramos de la fuga de capitales nacionales y extranjeros, amasados a base de la infame explotación de la mano de obra de esa población creciente, ¿por qué en vez de inventar programas nacionales “contra el hambre”, no se obliga a los dueños de los capitales golondrinos a pagar mejores sueldos? ¿Por qué no se planea y se lanza una reforma económica estimulando a los capitalistas de aquí para que reinviertan sus ganancias con un nuevo pacto social, generando empleo, en vez de estar atenuando los espantosos efectos del abandono de la justicia social? Si algunos políticos ignorantes creen que no hay en el país quienes han leído a J. M. Keynes y que éste proponía “cebar la bomba” del malestar social para que no explote, a cualquier precio, están equivocados. Ojalá rectifiquen su visión de futuro. Todavía hay tiempo. De lo contrario, estarán en situación de rehenes del pasado. Con todo y sus consecuencias. Por cierto que, cuando terminaba el presente, apareció en la prensa que la iglesia declaró a México “en situación de desastre”. ¿Qué tal?
* Economista y compositor