Por: Teodoso Navidad Salazar
Fue Timoteo Gutiérrez, hombre despreocupado e irresponsable con su numerosa familia. No se sabe cómo engatusó a la María Luisa, mujer más joven que él, para llevársela a vivir allá a la otra banda (del río), donde vivía solo desde que sus padres murieron hacía ya muchos años. Los hermanos de Timoteo, se habían marchado buscando otros horizontes para sus familias y dejaron para siempre la casa paterna. Timoteo Gutiérrez, empezó a vender animales y otros bienes que le dejaron; descuidó el cultivo de la tierra donde antes se cimentó el sustento de sus hermanos. Ahora en gran parte de la superficie antes cultivada para el autoconsumo de nuevo crecían grandes árboles de mezquite, guinolos, brasiles, amapas, etcétera; de aquel patrimonio heredado por sus padres quedó lo más necesario.
Le dio por beber y jalar la banda. Por su puesto que las muchachas que conocían su historia y eran hijas de familias serias, en ese rancho cercano a la villa de Mocorito, no le hacían caso; hasta que no se sabe en qué artes, convenció a la María Luisa, tal vez porque estaba como él: no muy completa. La María Luisa, era una bella joven morena clara, ojos café y abundante cabellera; carnes macizas, buena estatura, cintura de avispa, era la clásica mestiza de nuestra región.
Varías veces había visto a Timoteo cuando pasaba por la polvorienta calle donde ella vivía; siempre en compañía de sus amigos, bebiendo y la banda de La Huerta, tocándoles. Timoteo tenía también buena estampa. Era fuerte, muy blanco y su estatura llegaba fácil al uno noventa.
En una de sus tantas guarapetas, al pasar por casa de María Luisa, Timoteo la sorprendió atisbando por la ventana; entonces detuvo la comitiva y ordenó a la banda de La Huerta que tocaran la canción que ella quisiera. Ella por su parte se escondió y cerro la ventana, sin embargo la banda por indicaciones de Timoteo, tocó “Las adulaciones”, seguro que detrás de aquellas gruesas paredes de adobe, ella estaba escuchando la dedicatoria. Timoteo en sus parrandas siguió pasando con mayor frecuencia por la casa, deteniéndose y ordenando que la banda tocara dos o tres canciones en honor a la muchacha.
Una noche de tantas le llevó serenata y la banda de La Huerta, tocó más de una hora al pie de la ventana de María Luisa, quien de vez en vez se asomaba a hurtadillas por la ventana; con eso tuvo Timoteo, para insistirle hasta convencerla de que se huyera con él. Sólo ellos supieron cómo se arreglaron para irse a vivir juntos a la otra banda. Por tal acción los padres de María Luisa y sus hermanos jamás le dirigieron la palabra y ella no volvió a pisarles la casa.
Timoteo y la María Luisa, procrearon ocho chamacos, que generalmente andaban por las casas del rancho buscando quien les diera un taco o buscando hacer algún mandado para ganarse la comida; algunos andaban descalzos y vestidos con harapos; él y la María Luisa, andaban por igual. Trabajaba poco y la María Luisa, ante esa situación poco a poco se fue olvidando de mantener la casa habitable, descuidando a su marido y a sus hijos.
La María Luisa, si bien es cierto ya no era la joven aquella que Timoteo había convencido de irse a vivir con él, sí se conservaba, no obstante los muchos embarazos. Aún lucía apetecible para algunos hombres. Y sucedió que un buen día (o mal día, depende como se vea), llegó por los rumbos del rancho un vendedor de ropa y otros objetos para mujeres y niños. Cada quince días pasaba por aquellas rancherías ofreciendo sus productos, llegaba al rancho y luego pasaba a la otra banda donde vivía Timoteo y su familia y luego de ofrecer sus productos, seguía hacia otros caseríos perdidos por los antiguos y polvosos caminos de Mocorito.
Pronto aquel hombre intimó con la María Luisa a la que obsequiaba algunas prendas intimas y otras cosas. Timoteo que poco se llevaba en casa, no se dio cuenta de la buena relación que vendedor y su mujer había tramado. Las visitas siguieron hasta que el vendedor convenció a la María Luisa, para que se fuera a vivir con él a la antigua villa de Mocorito, dejando los ocho chamacos y a Timoteo abandonados. Timoteo nada dijo sobre la acción de su mujer.
Por el contrario se dedicó a atenderlos, y dedicó más tiempo al cultivo de la tierra y a un que otro animalito que había quedado de sus parrandas. Obviamente el vendedor ya no regresó por aquellos andurriales; su ruta de ventas cambió radicalmente. Pasó poco más de un año, sin que Timoteo tuviera noticias de María Luisa.
Hasta que una tarde de tantas, pasada la comida, Timoteo, como lo hacía ya mucho tiempo, dormitaba en una hamaca en la ramada de su casa, cansado de la faena del campo; entre sueños escuchó la voz chillona de uno de sus hijos, que desde el arroyo venía gritando: ¡pa, pa, pa, pa!, gritaba el chiquillo con desaforada voz. ¡Pa, pa pa pa pa pa, pa!. Timoteo abrió lentamente los ojos y entre el sopor de la siesta de aquella tarde, se incorporó lentamente clavando la vista por el camino que cruzaba el arroyo y subía hasta la casa, buscando al autor de aquellos gritos destemplados. Se puso de pie y rodeado de sus otros hijos que al escuchar gritar al hermano, habían acudido para ver qué sucedía.
Al llegar a la ramada, el asoleado chamaco se detuvo, tomó aire, y sin más con voz chillona le dio el recado: Pá, dice mi mi má, que se quiere venir pa la casa, que si puede venir… ¿qué? Contestó Timoteo entre aturdido y sorprendido. El chamaco le repitió textual: dice mi má, que se quiere venir pa la casa!, ¡que si puede venir!.
Los hijos se vieron entre sí, había desconcierto y esperanza. Vieron a su padre y luego a su hermano. Luego se hizo un silencio que a los hijos les pareció eterno.
Luego vino la respuesta: Que se venga, nadie la ha corrido.
Colofón
Aquel día la María Luisa llegó al rancho después de penosa caminata de tres horas desde la villa de Mocorito; traía sólo lo que llevaba puesto. Estaba en la casa de una amiga de infancia, desde ahí localizó al hijo que junto con otros chamacos andaba matando chanates con resortera en los árboles cercanos al arrollo y lo mandó con el recado.
* La Promesa, Eldorado, Sinaloa, mayo de 2017. Sugerencias
y comentarios a teodosonavidad@hotmail.com
Hermosa historia. Como siempre narrada con gran sencillez y emotividad.
Gracias por el generoso comentario