Por: Luis Antonio García Sepúlveda
El Viejo licenciado Faustino Flores, Iba muy preocupado, lo que le habían contado no le gustaba nada, así es que decidió averiguar la verdad directamente de la afectada con el chisme. Llegó a la vieja casona y tocó tres veces la aldaba. Esperó impacientemente mientras un anciano sirviente atravesaba el patio para abrir el enorme portón. Con un chirrido se abrió la contrapuerta y asomó su arrugado rostro Ramiro, quién al verlo sonrió.
-Licenciado Faustino, ¿Cómo ha estado?
– ¡Bien, Ramiro, Bien! ¿Y tú, como van tus reumas?
– Más o menos, licenciado más o menos, ¡Pásele, pásele! ¿Viene con la niña Jovita, verdad?
– Pues, sí. ¿Está ella?
-Sí licenciado, pase a la biblioteca, ahorita le voy avisar que usted la busca
Faustino atravesó el patio frontal y aspiró el aroma de las enormes y bellísimas rosas que abundaban en el jardín. Subió los escalones, atravesó el portal y abrió la antigua y hermosa puerta de cedro con vitrales de cristal de magníficos colores que daba a la antesala de la residencia. Atravesó la antesala y se dirigió directamente a la magnífica biblioteca, que era el lugar preferido de Jovita, la ya no tan joven, dueña de la mansión.
Se sentó en una de las dos mullidas sillas de cuero, que estaban colocadas frente a un enorme escritorio de roble, finamente labrado. Esperó alrededor de cinco minutos, tiempo en el cual Lupita, la sirvienta, le llevó un vaso de limonada fresca. Finalmente se abrió la puerta y entro Jovita, inundando el recinto con su aromático perfume. El viejo licenciado se incorporó y abrazo a la mujer dándole un beso en la mejilla, ésta le respondió al tiempo que lo saludaba con un…
-Licenciado Faustino, ¡Dichosos los ojos que lo ven!
¿Como esta?
– ¡Bien, Jovita, Bien!
– Siéntese licenciado, siéntese- La mujer ocupó el magnífico sillón detrás del escritorio.
-¿Y a que debemos su grata presencia, licenciado?- El anciano se revolvió incomodo en la silla, no sabía cómo abordar el tema sin ofender a Jovita. Carraspeó un poco, tomó un sorbo de limonada para aclarase la garganta, y decidió ser sincero con la mujer.
-Jovita, te vengo a ver porque hasta mí, ha llegado un chisme que corre por toda la ciudad, y quiero saber la verdad. – La mujer arrugo el ceño e interrogó al anciano.
-¿Un chisme?… y ¿De qué se trata licenciado, que tiene que ver conmigo?
-Jovita, ha llegado a mis oídos el rumor de que tú tienes relaciones con el caporal del rancho.
-¡Pero cómo es posible!, ¿No va usted a creer eso? ¿Verdad? ¡La gente ya no sabe que inventar! El viejo jurisconsulto miró a la mujer fijamente a los ojos y observó cómo ésta le esquivaba la mirada entonces decidió presionarla amablemente.
– Jovita, Te vengo a ver porque soy tu licenciado y sobre todo tu amigo, te aprecio y me preocupo por ti. Tú sabes que te conozco desde que naciste, les llevé sus asuntos legales a tus padres, (Que Dios tenga en su gloria), y te llevo a ti todos tus asuntos. No me gustaría que te metieras en líos. Te pido que confíes en mí y dime qué hay de verdad en ese rumor… La mujer que agachada lo escuchaba, levantó su vista del suelo y lo miró muy seria a los ojos.
-Pues… le voy a decir la verdad don Faustino, ¡Si es cierto! Tengo amoríos con el caporal del rancho, él es joven y soltero y yo no veo ningún problema.- El viejo licenciado soltó un resoplido y exclamó
-¡Pero mujer, si es un ignorante! – La respuesta de la mujer fue como una flecha rauda y veloz.
-¡Hay licenciado! Para lo que lo quiero… ¡Sabe más que Sócrates!
El Lic. Faustino, se sorprendió con la respuesta de Jovita, sonrió, movió la cabeza de un lado a otro, y le contestó
-¡Tendrás razón, mujer! sin embargo, se discreta, no es necesario que andes de boca en boca…
-¡No se preocupe licenciado! ¡Haré lo que se tiene que hacer!…
Pasó una semana, y en catedral, ocurrió una faustuosa boda entre un humilde y joven caporal y una madura pero rica heredera.
* Cronista de Culiacán