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Discurso capitalista e infancia generalizada

Por viernes 31 de marzo de 2017 Sin Comentarios

discurso capitalista

Por: Verónica Hernández Jacobo

Al mismo tiempo el capitalismo, hacía de las suyas, y después vino un tipo, sabe Dios por qué, mandato del cielo, vino Marx, quien en suma aseguró al capitalismo una supervivencia bastante larga. Y después apareció Freud, que de pronto se inquietó por algo que se volvía manifiestamente el único elemento interesante que aún mantenía una relación con lo que se había soñado en otro tiempo y que se llamaba conocimiento, en una época en la que ya no había la menor huella de nada que conservara esa clase de sentido. Freud percibió que existía el síntoma. Lacan (2009), De un discurso que no fuera del semblante, El seminario 18, pág.49.

El discurso capitalista siempre nos entrega el máximo bien, “ofrecer el máximo placer” infantiliza al sujeto. Sabemos que la familia es una estructura de lazo, en cada uno de estos lazos se produce una tensión, que despliega formas muy particulares de síntomas que organiza la vida familiar.

El discurso capitalista pervierte todos los lazos creando desde esta lógica la servidumbre voluntaria, fetichizando al sujeto sólo al consumo, desvaneciendo en su horizonte cualquier otro interés que no sea el de atraerse un bien material, alienándose al producto, y en esta cosificación el sujeto queda impedido para razonar, pensar, o simplemente crecer, produciéndose en su lugar un niñote generalizado, incapaz de generar estructuras soportables de lo familiar, incluso imposibilitado para observar las formas de domesticación que el discurso capitalista hace de él.

Mercantilizar, no sólo bajo el beneficio de uso y desecho, sino también conservándolo como donante potencial ya que sus órganos vitales son de interés mercantil para quien pueda pagarlos, un sujeto como refacción del otro, ese es el funesto destino que el discurso capitalista le ofrece a los sujetos.

discurso capitalista 2El discurso capitalista instala un infantilismo generalizado, al ofrecernos una construcción mágica de la realidad, donde casi todo es posible, basta que tengas dinero para comprarlo, esta ilusión colectiva que construye este discurso, el paraíso con sus iglesias, la falsa creencia de que se curará mágicamente sólo basta con “querer es poder”, transformándonos en pequeños kalimanes, haciéndonos creer que todo se puede con la mente, esa es otra mentira psicológica, no todo se puede ni querer es poder, en su caso queda la lucha como una constante, sin embargo el discurso capitalista adormece a los sujetos, con fórmulas mágicas, manuales de felicidad, elixires de juventud, pensamiento mágico, pasos hacia la felicidad, pasos para hacerse rico, pasos para conseguir el amor, cursos por doquier que se valen de la sugestión, que convierten en mercancía el sufrimiento del sujeto.

De igual manera, el discurso capitalista somete a los sujetos al narcisismo de las pequeñas diferencias, haciéndoles creer que son como Dioses, y que con sus manitas pueden alcanzar lo que sea, aún el cielo, este pensamiento mágico que somete al orden mundial, o bien, hacer creer a la gente “que si no quiere no se enferma”, esto es una tomada de pelo lleno de ingenuidad, por no decirlo de otra manera, esa ingenuidad que sólo los niños creen, se uniforma a todos, generalizándolo, alienándonos mutuamente a lo mágico, ante lo absurdo es fácil que el sujeto rechace el esfuerzo, lo complejo, el cuestionamiento porque se confrontaría con su propia castración.

Es tal la infantilización que provoca el discurso capitalista que nunca deja de darnos cursos, para ser siempre mejores, nos convierte en alumnos eternos, siempre en búsqueda del saber, de la técnica más alentadora, de terapias mágicas, cursos de superación personal, en fin la psicomagia a su máxima intensidad, infantilizando lo psíquico, sabemos que frente a esto la única enfermedad de la mentalidad es lo inconsciente, de eso nadie se salva.

* Doctora en Educación

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