Por: Sylvia Teresa Manriquez
Y me llamas extranjero,
porque me trajo un camino,
porque nací en otro pueblo,
porque conozco otros mares,
y un día zarpé de otro puerto.
Si siempre quedan iguales
en el adiós los pañuelos
y las pupilas borrosas
de los que dejamos lejos
los amigos que nos nombran
y son iguales los besos
y el amor de la que sueña
con el día del regreso.
… Mírame bien a los ojos
mucho más allá del odio,
del egoísmo y el miedo,
y verás que soy persona.
No puedo ser extranjero.
Rafael Amor.
No me llames extranjero porque haya nacido lejos… dice la canción escrita por el argentino Rafael Amor y en mi mente siguen sonando las preguntas de Ramón Barajas, un hombre originario de Tamazula, Jalisco, hoy expatriado desde los Estados Unidos. ¿Ustedes nos van a dar trabajo? ¿Qué garantías nos van a dar? ¿Y si no prospera? ¿No nos va a llegar la delincuencia a cobrar cuota? Preguntó Barajas al presidente Enrique Peña Nieto, quien fue a recibirlos al aeropuerto de la Ciudad de México.
Dice Ramón que esperaba todo menos regresar. Le preocupa no tener trabajo y que cuando lo tenga el sueldo no le alcance. Si a veces nos sentimos extranjeros en nuestro propio país cuando viajamos de un estado a otro y las costumbres varían, o cuando hemos tenido que vivir mucho tiempo alejados de la ciudad natal y al volver muchas cosas cambiaron.
Pienso en las emociones y situaciones que enfrentan paisanos como Ramón Barajas, para decidir que es mejor no volver. Quizá estaríamos igual de inseguros sobre el futuro en la tierra que nos vio nacer, partir y regresar. Qué hacer ante tal situación si acá no terminamos nunca de pelear nuestra batallas, muchas batallas. Deudas, muchas deudas.
Quién nos debe y a quién debemos. Qué debemos. ¿Acaso no hay deuda cuando un paisano regresa y se siente extranjero?.
Las instituciones no brindan las condiciones apropiadas para que la gente no decida irse, son expulsadas de su propia tierra por la falta de oportunidades, falta de trabajo que les de lo suficiente para salir adelante. Por otro lado, vale recordar que en medio de tanta crisis las remesas económicas que proveen quienes viven fuera de este país salvan la economía de un gran porcentaje de familias mexicanas. Debemos la solidaridad como sociedad ante quienes tienen que regresar y no se sienten en su casa. Solidaridad, sí. Esa que tratan de fomentar las autoridades al brindar acreditaciones, seguro popular, curp, actas de nacimiento; es decir, identidad ante una doble nacionalidad que los divide.
Solidaridad para entender que quienes son repatriados tienen familia aquí y allá, son de aquí y también de allá. Les duele su gente de aquí y la que dejaron allá. Todos conocemos a alguien que si no ha sido deportado vive en la zozobra de saber que cualquier día puede ser regresado. ¿Qué haremos cuando vuelva?. Nosotros estamos acá. Esperando para enfrentar juntos lo que venga, llámese crisis, prepotencias, injusticias o berrinches de altos mandatarios a quienes habría que explicarles que los únicos extranjeros son quienes así lo deciden por voluntad de su locura. Este mundo necesita de quienes entendemos que el único pasaporte que debería existir es el de la concordia.
El autor Rafael Amor dice que nadie en este mundo es extranjero aunque hablemos idiomas distintos, porque al final de cuentas a todos nos arrullan las madres con la misma luz en el canto y en el beso con que nos sueñan iguales las madres contra su pecho. No somos extranjeros porque vivimos en la misma tierra y tenemos los mismos sueños: vivir en libertad, amar, justicia, trabajar, sacar adelante a nuestra familia.
* Autora y productora Radio Sonora