Por: María Trinidad López Lara
El árbol de la vida, surge de un recipiente, una vasija que simboliza la Madre Tierra, de la que nace toda la vida. Leyendo y analizando la magia de este tema tan cargado de simbología y pensando en este nuevo año 2017 intento darle un significado especial, ya que es un momento lleno de historia y tradiciones, nuevas metas, juramentos, perdones por el año que se va y considerándolo en un modo más específico: hablaré sobre el árbol sagrado, el árbol conectando al cielo con el inframundo, y el árbol de la vida conectando todas las formas de creación, son ambos formas del mundo o árbol cósmico y son retratados en diversas religiones y filosofías como el mismo árbol. A través de la cultura celta este árbol de la vida era el eje del mundo que establecía la comunicación entre los tres niveles del cosmos: el subterráneo, por sus raíces; la superficie de la tierra, por el tronco; y el cielo por la copa y sus ramas.
En nuestro país un árbol de la vida es una escultura en barro, fabricada comúnmente de forma artesanal, en el centro de México representa con gracia los numerosos aspectos de tradición y espiritualidad de nuestra cultura unido a aspectos tradicionales de carácter bíblico.
Es una de las principales artesanías mexicanas, reconocida nacional e internacionalmente, tiene sus principales antecedentes en el Siglo XVl, cuando de España llegaron los primeros misioneros franciscanos con el propósito de evangelizar a los nativos; para facilitar su tarea pidieron a un artesano hacer creaciones de barro con forma de árbol y dos figuras humanas: Adán y Eva.
Originalmente el tema principal de la famosa pieza de cerámica giraba en torno a temas bíblicos, pero actualmente los árboles pueden representar pasajes históricos, leyendas populares, tradiciones, la vida de algún personaje y hasta obras literarias; pueden estar representados por figuras de barro cocido que forman flores, frutos, animales, platillos mexicanos, instrumentos musicales y hasta calaveritas; y pueden
ser naturales (del color del barro) o policromados con pinturas de laca. Al admirar estas piezas de arte, hay un momento en que el observador se identifica con la obra.
Algún detalle, un color, la narración completa parece comunicarse con el espectador obligándolo a recapitular su historia e imaginar lo que contaría un árbol de la vida personal y es ahí donde precisamente e indudablemente que la creatividad cambia de forma, en determinado momento tiene una forma y al siguiente tiene otra, es como un espíritu deslumbrador que se nos aparece a todos, pero que no se puede describir cuando hablamos de lo personal pues nadie se pone de acuerdo acerca de lo que ha visto en la raíz de ese árbol, un brillante resplandor o un obscuro pasado, todo eso es producto del temor al desconocimiento de nuestra esencia primaria, del que se hace eco constantemente, también es parte de un juego, pero, más allá de la práctica lynchiana de los misterios interactivos, se percibe en ello una invitación a la simbiosis sensorial con nuestra historia, en la mayoría de los casos da la impresión de encontrarnos con un ser sencillo donde aparece el amor, nuestra raíz es amar a algo, tanto si es una persona, un pasaje, una imagen, una idea, la tierra o la humanidad hasta el extremo que podamos tener una creación, la fuerza creativa discurre entonces con lo que cavamos con nuestras manos donde no tenemos que llenar nada solo tenemos que construir.
En la tradición arquetípica se tiene la idea de que si alguien prepara un lugar especial en su corazón, el ser, la fuerza creativa, la fuente del alma se enterará, se abrirá camino hacia él y establecerá en él su morada. La creación de algo en un punto determinado del árbol, alimenta a los que se acercan a él, en este punto la forma de crear no es un movimiento solitario, en eso estriba su poder nuestro árbol de la vida, cualquier cosa que toque lo sabe y lo alimenta y se convierte en la fuerza de que un torrente puede traspasar la piedra que choca con sus raíz.
Somos seres sociales. Tenemos una historia. No sólo de nuestros antepasados humanos, sino de antepasados muy distante, de hasta 3000 millones de años por eso cuando hay una serie histórica, se da el fenómeno hereditario, entendiendo por herencia, la invariancia transgeneracional de cualquier aspecto estructural en un linaje históricamente conectado.
Nuestras visiones del mundo y de nosotros mismos, no guardan registros claros de sus orígenes. Por eso tenemos renovados puntos ciegos cognoscitivos, que no vemos sólo cuando alguna interacción nos saca de lo obvio y nos permitimos reflexionar, nos damos cuenta de la gran cantidad de relaciones que damos por garantizadas. La tradición, es al mismo tiempo, una manera de ver y de actuar, también es una manera de ocultar. Afirmamos que en el corazón de las dificultades del hombre actual, está su desconocimiento del conocer.
Todos nuestros actos contribuyen a formar el mundo en el que existimos y que validamos a través de ellos. ¿Debe el hombre renunciar a sus sueños para aplicar todos sus esfuerzos a aquello que se espera de él, o puede luchar contra el destino?
La construcción de nuestro árbol de la vida, no sólo es un discurso elemental sobre muchas cuestiones congénitas, su punto fuerte debe ser la polivalencia de su aplicación en una estructura de barro, donde todos sus mantras que como un pensamiento que libera y protege son extrapolables a casi cualquier ámbito o disciplina vital.
Uno de los más claros, ese desafío a la eficacia y viabilidad de la autoridad representada por el cabeza de familia que, como es de esperar, desemboca aún en un patriarcado. El árbol de la Vida en la mayoría de culturas, es un árbol que da frutos que otorgan la inmortalidad o vida eterna (como cuentan las leyendas de Gilgamesh o las 1001 noches), ya que el árbol simboliza la totalidad de la vida existente.
Para Alexys y Marcela
La melodía particular de cada pareja será única en su
historia de acoplamiento.
* Docente UAS campus Mocorito