Por: Miguel Alberto Ochoa
—Fumigaciones Kennedy, buenos días.
—Qué tal, hablo para hacer una cotización.
—Muy bien, ¿qué tipo de plaga tiene?
—Sólo tenemos un bicho. ¿Cuánto cobra por venir?
—¿Sólo uno? ¿Qué tipo es, alacrán o tarántula? Si es ponzoñoso puede costar un poco más.
—Es una mariposa.
—¡Esas no hacen nada! Nomás abran la ventana.
—Usted no entiende, verá…
—Dígame.
—Lo que pasa es que nos enteramos que usted también es psicólogo.
—Sí, es verdad, ¿cómo se enteraron?
—Nos lo recomendó Biridiana López.
—Sí, soy psicólogo, pero nunca me dediqué a ello. No me digan que su mariposa necesita terapia.
—Pues si tan solo pudiera hablar con ella. ¿Cuánto cobra por venir?
—¡De qué hablan! ¿Me están haciendo una broma?
—Señor Kennedy, desearía que así fuera, pero la situación de mi familia me hace tomar este tipo de medidas, de por sí, ir al psicólogo es muy raro.
—No me apellido Kennedy, solo es el nombre de mi negocio.
—¿Qué clase de persona le pone “Kennedy” a su negocio?
—Señora, no importa. Por lo visto, de esta conversación no sacaré nada bueno. La dejo, que tenga buen día.
—Espere…
—¿Qué pasó?
—Le quiero decir la verdad, señor Kennedy.
—¡No me llamo así, señora!
—Mi hijo amaneció mariposa, ¿puede venir a darle terapia o no?
—No me dedico, ¿a su hijo? Usted está loca.
—No cuelgue. Si no quiere darle terapia, está bien; pero hable con él. No quiere salir de su cuarto, ha estado toda la noche pegado al foco, y de día trata salir volando a través de la ventana. Y choca, porque el muy tonto no sabe lo que es el vidrio. Temo que piense que algo invisible lo retiene a su casa, a su hogar donde lo amamos tanto.
—Déjeme ver si entiendo. Su hijo amaneció sintiéndose como una mariposa…
—Nuestro hijo despertó siendo, del verbo ser, una mariposa.
—¿Cómo se llama su hijo?
—Con unas antenas grandes, muchas patitas y unas alas coloridas.
—¡Señora, hágame caso! ¿Cómo se llama su hijo?
—Francisco Cafcalino.
—…
—Señor Kennedy, sigue ahí.
—¿Cafcalino, como Kafka? Ya sé a dónde se dirige esto, usted está loca.
—Dirigirse qué a dónde, señor, ¿vendrá a darle terapia a mi hijo?
—Mire, aunque yo quiera, no puedo. Yo también soy amante de los libros de Kafka, pero tengo mi negocio y es una pendejada darle terapia a una mariposa. Además, no tengo mi cédula profesional, es más, nunca la tuve.
—¿No tiene permiso para tratar oficialmente a las personas?
—No, “oficialmente” no.
—Pues no importa, mi hijo no es una persona, es una mariposa.
—¿Su hijo es homosexual y por eso quiere darle terapia?
—Señor Kennedy, le prohíbo utilizar esa palabra en mi casa.
—Estamos hablando por teléfono.
—Pero su voz, su hiriente voz, se escucha hasta mi casa.
—Porque usted me habló para que hable con su hijo porque usted piensa, de alguna manera, que con mis palabras puedo hacer que deje de ser gay.
—¿Y no es cierto?
—¿Quién es usted? ¿De qué habla?
—Mi hijo necesita salir de su cuarto, pero convertido en persona, no con esas horrendas antenitas, ni con esas alas llenas de colores y pelos.
—¿Ahí está su hijo? A ver, déjeme hablar con él por aquí.
—Mi hijo no puede hablar, Kennedy.
—¿Por qué no?
—Está aleteando mucho, cada vez más leve y tiene las patitas dobladas.
—Creo que se está muriendo, señora.
—¿Sería tan amable, en ese caso, de venir a hablar con él en sus últimos momentos de vida?
—¿Cómo son los colores de sus alas?
—Señor Kennedy, son del azul más hermoso que usted jamás vaya a conocer. ¡Por dios! Mi hijo tiene alas cual cielo.
—¿Dónde vive, Señora?
—Usted sabe dónde.
* Autor, Tijuana, Baja California