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La Cultura del Paisaje

By sábado 31 de diciembre de 2016 No Comments

Por: Gilberto J. López Alanís

la cultura del paisaje¡Vamos a San Benito!, le dije a mi prima Blanca López Podestá (la Cuata); ni tarda ni perezosa me tomó la palabra y después de desayunar en el hotel Misión de Mocorito, enfilamos en pos de nuestros recuerdos infantiles.

Aquellos caminos fatigosos y polvorientos han quedado atrás, la actual carretera cumple con creces, proporcionando el placer de observar el lomerío y la vegetación escasa y achaparrada. Pequeñas áreas cultivadas de cebolla, algo de agricultura protegida al salir de la zona urbana de Mocorito que quiere conservar la magia turística que lo proyecte como destino de algarabía placentera en los buenos servicios de su moderna hotelería.

Después de los vados y las bifurcaciones del antiguo camino hoy cubierto de pasta negra y petrolizada, que nos incitan a otros pueblos llegamos a la Huerta. “De aquí es la tía Chila, esposa del tío Quío”, le dije al oído a la Sonia mi esposa que nos acompañó en este furtivo viaje; al decir esto se me vino a la mente el rostro bello y amable de una mujer extraordinaria de la cual recibimos sus atenciones cariñosas.

Por fin San Benito, a lo lejos; ¡mira al Picacho y al Mueludo!, le digo a la Cuata, ella me confiesa su ilusión infantil que la incitó a escalarlos ante el asombro de mi abuelo y la sonrisa bienhechora de mi tío Enrique López Labrada (El Mocoro), como le decían sus compañeros desde la Prevocacional, en Culiacán y luego se lo ratificaron en la Escuela Superior de Medicina Rural del Politécnico en la ciudad de México.

Entramos al pueblo reconociendo los vestigios de las antiguas casas y el taste con sus vallas de seguridad y arrancadero metálicos, luego la escultura de dos caballos en extendido galope corriendo por su destino, el Alazán y el Rocillo que en el año de 1923, marcaron un hito en la cultura ranchera de la sierra al mar del valle del Evora.

Ya en la puerta de la casa paterna el golpe de una reseca realidad, que no puede esterilizar aquellos sueños y recuerdos. Sobreponiéndome evoqué los rincones de nuestras travesuras, en la casona de Valentín y Natalia mis abuelos.

Al fondo al borde de una bajada la original escalinata de piedra, el corral de la ordeña y resguardo de las “bestias”; burros, mulas, machos y caballos y cerca de ahí el cuarto de las monturas y los aparejos que hoy ya no existe.

De repente el paisaje, al salir de la cocina; preciso rotundo como entonces. Ahí me atrapa la sorpresa; mis abuelos, mi padre y mis tíos, son y fueron seres llenos de la estampa sempiterna del Picacho y el Mueludo. Ahí constato que mi abuela tuvo cultura de almanaque; si a la foto que acompaña esta entrega a La Voz del Norte, le agregamos hojas de un calendario con sus meses semanas y días, merecería la firma de Helguera, aquel paisajista de origen español que nos deleitó en nuestra niñez con sus magníficas estampas mexicanas.

En San Benito, ya no están los hermosos y enormes sabinos que verdeaban la ribera del río, se fueron para siempre en aquella descomunal tromba que arrasó con todo. El pueblo se salvó por su previsoria ubicación por encima de la caja del río.

En ese momento recordé que mi abuela ya entrada en años le gustaba la canción que cantaba Julio Iglesias “Tiré tu pañuelo al río”, quizás imaginando como se hundía.

Hoy al observar el verdor lejano de las vertientes serranas y constatar la permanencia de sus cerros no puedo menos que conmoverme por las virtudes del trabajo, la generosidad familiar y la seguridad ante la
vida. El mundo estaba más ordenado según expresa don Ramón Xirau, la palabra dada fue el ejemplo de la razón, cuando los instrumentos bancarios estaban ausentes.

Natalia se levantaba muy temprano, y poco a poco la nitidez del paisaje la reconciliaba con la vida para así organizar las faenas de la casa, esta que ha perdido su carácter señorial, pero que sigue siendo origen y razón para regresar.

Alguna vez expresé que había que realizar la nueva crónica mocoritense y el pequeño mundo se me vino encima, hoy refrendo esta necesidad vital, ante una naturaleza que la reclama.

* Director del Archivo Historico de Estado de Sinaloa

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