Por: Juan Diego González
Un sonido ensordecedor nos despertó esa mañana de domingo. El cielo usualmente azul y limpio, estaba cubierto de nubes negras, dispuestas a ocultar el sol, negras como el preludio de algo terrible por venir. El sonido atronador, hacía retumbar los edificios del pueblo.
Se acercaba un ejército dispuesto a conquistar ¿quizá a proteger? El sonido se hizo más intenso y por las dos únicas entradas, una oleada de motocicletas inundó las calles de Todos Santos. Como ángeles con chaquetas de cuero negro, los bikers parecían anunciar que Dios vuelve en una Harley. Con precisión militar ambas columnas se unieron en la calle Juárez, a la altura del emblemático Hotel California.
Saludos, gritos amistosos, reencuentro y acelerones. Las baldosas rojas temblaban, como recordando los muros de Jericó. El retumbar de las potentes máquinas de las motocicletas se elevó al cielo y las nubes negras abrieron paso al sol, como una especia de señal divina. Cascos, pañuelos con calaveras, mezclilla y cuero negro, acero cromado, abrazos, sonrisas. Más de 400 bikers se unieron en este pueblo de finis terrae para celebrar el Día Nacional del Motociclista.
Desde hace años, agrupaciones de bikers en diversas partes del mundo iniciaron un movimiento para que sus correspondientes gobiernos les otorgaran un día en el calendario cívico. En México, en quedó asignado el primer domingo de diciembre. La “primera rodada” oficial se celebró el 2010 en la Ciudad de
México, con aprobación de la Asamblea Legislativa. Y a partir de ese diciembre, se empezó a extender al resto del país.
La esencia de este movimiento es que se considere la motocicleta como un medio de transporte seguro y un facilitador de movilidad a los usuarios o bikers, sobre todo a los que viven y trabajan en grandes centros urbanos. También luchan por concientizar a los automovilistas de que los traten con respeto.
Como Todos Santos está equidistante de La Paz y de los Cabos, las agrupaciones de bikers del sur de Baja California, decidieron reunirse aquí, para hacer la tradicional “primer rodada” del año que viene. Además, de celebrar la amistad, la familia y el amor por sus motocicletas. Después de un desayuno, dieron algunas vueltas por el pueblo, se tomaron fotos. Dejaron que algunos residentes y también turistas, se sacaran fotos en sus motos, algunas de magnífica manufactura, embellecidas con el toque personal del dueño.
El cielo más azul que de costumbre. La hora en que desaparecen las sombras y el sol, como un gran ojo que descubre todos los secretos, fue la señal para invitar al párroco de la iglesia de Nuestra Señora del Pilar de Todos los Santos, para la bendición de los cascos.
El incienso se abrió pasó en medio de la multitud de piernas y llantas. Dos acólitos de sotana roja escoltaban al presbítero. La casulla morada, indicando el tiempo de adviento en la liturgia católica, se balanceaba con el paso solemne del oficiante. Otros dos acólitos lo seguían, uno con el misal y otro con el agua bendita.
El micrófono estaba listo, enfrente del restorán Tequila Sunrise. Bajo los arcos del Hotel California, hombres y mujeres empezaron a quitarse los cascos, en señal de respeto. Poco a poco los truenos disparados por las motos en su mayoría Harley Davidson y Honda se apaciguaron. Silencio, un inverosímil silencio cubrió la calle. Las trompetas de Jericó callaron… Doble un poco el cable, padre, dijo uno de los bikers. Así lo hizo el sacerdote y empezó con el rito de la bendición: En el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo… Amén.
El incienso se elevó al cielo como una plegaria y el agua bendita fue aspergida sobre los cascos, motocicletas y personas. “Qué esta primera rodada sea un gran inicio para camino del 2017”. Al terminar, con el ritual, el sacerdote y sus acompañantes regresaron al templo para la misa de mediodía. De nuevo, los truenos se dejaron escuchar. La música del TRI inundó la calle. De una camioneta roja empezaron a desfilar camisetas del recuerdo y vasos espumosos de bebida altamente espirituosa.
Al cerrar el sol su único ojo, los bikers se despidieron del pueblo, con el retumbar del sonido de sus máquinas y la calma se hizo de nuevo.
* Escritor y docente Sonorense.