Por: Alberto Ángel “El Cuervo”
Desde la banquita se alcanzaba a ver el camerino… Lo que sucedía allá, tras las paredes gruesísimas del edificio por demás bello del Teatro Degollado, parecía tenerles sin cuidado… Realmente, ella solamente se veía interesada en lo que el niño hacía… Ni siquiera los dulces motivaban interés en la mujer de cabello despeinado y abdomen impresionantemente grande… El niño jugaba más que comer, con un chicharrón de harina que la mujer le había dado con cueritos y salsa valentina… el viejo permanecía impávido…
Quien los observara con detenimiento, juraría que estaba dormido con los ojos abiertos… La piel decobre le hacía ver como un antiguo ídolo prehispánico… Se daba uno cuenta que no dormía solamente porque de cuando en cuando levantaba la mano y balbuceaba algo parecido a un regaño dirigido a la mujer…
O tal vez al niño que jugaba con su chicharrón de harina… Entre mordida y mordida al chicharrón, el niño soltaba una frase cantada imitando o más bien tratando de imitar al merolico, cantante, médico naturista, consejero matrimonial, comediante y, según él mismo decía, empresario ambulante y desempleado temporal…
—“¡De qué manera te olvidoooooo…!”
—Jajajajaja, mira pues, ‘ora hasta cantante me estás resultando jajajajaja…
—Ma, cuando crezca voy a cantar en la tele… Mira “¡Júrameeeeeee…!”
—Jajajaja, muchacho cabrón ‘onde escuchates eso…
—Ahí la estaba cantando hace un rato en la ventana un señor… No se dio cuenta que lo estaba viendo pero sí lo “via” por eso me la aprendí… Ya luego cerró la ventana… Yo creo que no quería que lo viera por eso la cerró pero yo me la aprendí…
—Ya deja de estar platicando y atiende el negocio chingao… Luego por eso se te van sin pagar…
—¡Claro que no, nunca se me van sin pagar… ¡ Pero además ¿no te da gusto que el chamaco aprenda nomás de asomarse por la ventana? Quién quita y aluego hasta váyamos a verlo cantar a’i dentro…
—Y ‘ora qué… ¿ya andas borracha otra vez…? A’i en el teatro nomás entran los ricos… Deja de imaginar cosas y ponte a trabajar… No sé por qué siempre tengo que andarte arriando…
Y vuelta a la pose de ídolo de barro, dormido con los ojos abiertos… Yo intentaba imaginar su punto de vista, pero estábamos tan lejanos… Uno del otro, lejanos, ellos difícilmente podían situarse ahí, dentro del camerino y ver lo que sucedía tras la ventana a un costado del Degollado… Yo, difícilmente podía imaginar siquiera lo que era el dolor y la frustración de aquella mujer explotada legaloidemente por su marido, su pareja, su dueño, su amo…
Él dormía y “vigilaba” que todo marchara bien, ella vendía, cobraba, acomodaba, atendía al niño y le daba de comer tal vez soñando con que un día cantaría ahí dentro detrás de la ventana donde había oído cantar un señor aquella canción desconocida… “júrameeee…” “Ahí sólo entran los ricos…” y no podía evitar un vacío en el pecho, un sentimiento de culpa por lo injusto de esas disparidades que en nuestro México lindo y qué herido siguen vigentes con la misma intensidad… Me tocaba presentar un espectáculo como clausura del Encuentro del Mariachi Tradicional…
La gente del público, en realidad era heterogénea, pero aquel hombre, el de la apariencia de un ídolo de barro como dormido con los ojos abiertos, tenía razón… finalmente, hay mucha gente que jamás sabrá lo que es entrar a una sala teatral como el Degollado…
La música que ahí se presentaba en esta ocasión, era de extracción totalmente popular, de hecho, muchos de los participantes llegaban de rancherías donde por tradición oral familiar aprendían, difundían y enseñaban a las nuevas generaciones su música… Pero, habiendo salido del pueblo, ahora esa bella música iba destinada a otro estrato que automáticamente la convertía en un producto para el consumo de la pequeña burguesía…
Asistiendo a esos eventos, tenían la posibilidad de darse por bien servidos en su “colaboración” con la cultura y tradición aunque en realidad era más pose que gusto… El calor intenso dentro del camerino, me hizo abrir de par en par la enorme ventana del Teatro Degollado… Me encontré directamente con la mirada del niño… Un par de segundos sostuvo el duelo conmigo para después volver a su chicharrón de harina que había convertido a mordiscos hábiles en un avioncito de juguete…
—Mira amá… Mira…
—De a diez… Son de a diez… El que quiera…
—Amá, mira… Mira lo que hice…
—¿No tendrá cambio, doña…? Es que voy apenas percinándome…
—Amá, mira pues… Hazme caso amá…
—¡Muchacho cabrón, ya deje de estar jodiendo que su mamá y yo estamos trabajando…!
Y el niño volviendo al juego comenzó a volar… Con el avioncito de juguete hecho de chicharrón de harina, corría por todo el costado del teatro… Volaba por todo el mundo… O tal vez el mundo que él imaginaba… Dentro del teatro ya habían pasado gritando la segunda llamada… No comprendía por qué habían puesto aparatos intercomunicadores nuevos en todos los camerinos si no los usaban… Me preguntaba cuánto habrían costado…
Un gasto inútil, como tantos… Un gasto inútil como las prédicas de los políticos en su discurso que buscaba “cambiar la realidad del país”… Comencé a finalizar mi arreglo… Conforme avanzaba, me sentía más ridículo cada vez… La corbata blanca de charro… El peinado, abotonar los caballitos del chaleco hechos de plata porque “es lo auténtico en el atuendo nacional masculino”…
La chaquetilla y revisar que el sombrero tuviera puesto el barbiquejo lo suficientemente holgado para poder ponerlo y quitarlo en escena sin que se atorara ni nada por el estilo… Entre arreglo y arreglo, volvía la vista a la ventana y por momentos alcanzaba a ver al niño “volando” con su avioncito hecho con el chicharrón de harina por medio de los dientes… ¿Dónde andaría en este momento? Ya no me veía, ni a la gente, ni a sus padres… Estaba absorto en el vuelo…
El ruidito que se escapaba de su boca era cada vez más parecido al de un avión real… Marcela, mi compañera en la conducción y el canto en ese espectáculo “Las Músicas que Dieron Identidad Nacional al Mariachi”, entró al camerino angustiada solicitando mi ayuda para solucionar un problema con su vestuario…
Intentaba tranquilizarla pero ella replicaba que era una gran responsabilidad… Yo la entendía… O intentaba hacerlo, pero la verdad era que me sentía más ridículo cada vez… El niño seguía volando… Daba pequeños saltitos como si en cualquier momento fuera a despegar…
—¡Gracias! Es que no hallaba la manera de arreglarlo… ¿Ya estás listo? Ya van a dar tercera llamada…
—Sí, no te preocupes…
—¡Suerte, que nos vaya muy bien…!
—¡Mucha mierda…! Así se dice en el teatro, no se desea suerte, sino “mucha mierda” en inglés dicen: rómpete una pierna, pero en México es: mucha mierda… Antes de salir del camerino, me asomé a la ventana, mi asombro no tuvo límites… El niño, había emprendido el vuelo sobre su avioncito de chicharrón de harina…
Volaba sobre la plaza fundadores, sobre el teatro Degollado, sobre Guadalajara y el mundo entero… “Mira amá, mira… Estoy volando…” pero la señora de vientre impresionante seguía despachando dulces y chicles a los clientes que deambulaban en el paseo peatonal a un costado del teatro…
La mirada vigilante del hombre con apariencia de ídolo, de plano ahora permanecía con los ojos cerrados… “¡Mira amá… Mira como vuelo de verdad…!” Era increíble, el niño volaba sobre ellos pero nadie le hacía caso… Sólo él y yo nos apercibíamos de su milagroso vuelo… El niño entonces, hizo un saludo militar dirigiéndose a mí… Yo correspondí a su saludo y él desapareció volando fascinado sobre su avión en el cielo de Guadalajara…
* Pinto, autor e intérprete