Nacional

NADIE ME PREGUNTÓ,PERO LO QUIERO CONTAR…

By viernes 30 de septiembre de 2016 No Comments

Por: Eduardo Campech Miranda

nadie me preguntoPara los compañeros que se nos adelantaron.

En un lugar (cerca) del Jardín Independencia, de cuyo hombre deseo acordarme…
Muchos años después, frente al pelotón de preguntas, el Campech recordó el día en que su amigo lo llevó a conocer La Mauricio…

Vine a la Mauricio a porque quiero tramitar mi credencial de préstamo a domicilio…
No, no, no. Mejor lo inicio como va.

Fue de los primeros edificios públicos a los que entré (al margen de los museos) cuando llegué a Zacatecas. Estoy casi seguro que fue el tercero. Después del Palacio de Gobierno y el antiguo, y primer plantel del Colegio de Bachilleres del Estado de Zacatecas.

A los pocos días de mi arribo, aún impregnado con la visión chilangocentrista, atormentado por el aburrimiento que encontraba en cada calle de esta hermosa ciudad. Entonces tenía diez y siete años.

Algo había en ese edificio colonial que cada tarde las filas para ingresar eran muy largas. Había, también, una constante: eran jóvenes como yo. Una tarde, mi muy estimado amigo José Luis del Rio Venegas, me dijo: “Te voy a mostrar algo”.

Acto seguido nos formamos en una larga fila, pero de avance fluido. De golpe estaba dentro de la Biblioteca Pública Central Estatal Mauricio Magdaleno.

Poco o nada me importaban los epítetos. Poco, mejor dicho, nada, sabía de Mauricio Magdaleno. La primera impresión fue dual: por un lado, la arquitectura de aquella alhóndiga novohispana impregnaba un aire de solemnidad, la cantera, las columnas, los altos techos y sus polines, los arcos al interior, el escudo de armas en cantera al fondo de la Sala General. Pero por otro, me parecía increíble que aquella pequeña biblioteca fuera la más grande de la entidad federativa.

Y no es que la experiencia y el dominio del tema de libros, lectores y lecturas formaran parte del pírrico acervo cultural de este servidor, que había estado más cerca de Roberto Gómez Bolaños que de Julio Verne.

Reitero, el mundo era el DF y Neza.

Por eso al comparar, injusta e inequitativamente la Mauricio con la Biblioteca de México, la primera salía maltrecha. José Luis localizó Chin Chin el teporocho, ubicó un fragmento donde se describe el viajar en metro. Se dio el primer escarceo entre la bibliotecaria y yo.

A los pocos días regresé, ahora en compañía de mi padre, para tramitar mi credencial de préstamo a domicilio. Tenía en mis manos mi primera identificación con fotografía. A partir de ese momento la biblioteca fue suministradora de lecturas.

Me sentí “un poco” zacatecano: ya era parte de esas largas filas vespertinas. En una de esas visitas, al no encontrar lugar, un señor de bigote negro -igual que su lacio y crespo cabello- y mediana estatura (después supe que su nombre es Sergio Arturo Mercado Castillo) nos invitó a pasar a la tertulia.

Un grupo de jóvenes y, en su mayoría, adultos maduros, se reunían en torno a una larga mesa de madera. Ahí se leía, se comentaba, analizaba, platicaba mientras se degustaban café, té y galletas.

Las tertulias se realizaban martes y jueves en punto de las cinco de la tarde. Entre las personas que acudían de manera regular estaban: Leónidas Flores Guerra, Francisco Trujillo Juárez, María Luz Mata y su esposo Pablo Ahumada, Julieta Robles, Antonio Arteaga, Carlos López.

Los jóvenes éramos Eduardo Chávez Loera, Indalecio Rivera Serrano, Leopoldo Martínez Hernández, Fabián Félix Ramírez, Sigifredo Esquivel Marín, Armando de Luna, y unos chicos de Derecho: Celia y Paniagua, y un par más que no recuerdo sus nombres.

El descubrimiento de esta actividad se dio de la mano con el inicio de las parrandas (Zacatecas no era tan aburrida después de todo): En las mañanas nos embriagábamos y en las tardes nos la curábamos con café, lectura y charla. Ahí conocí al Contador Ubaldo Bramasco Ávila, quien nos invitó a hacer suplencias (en alguna ocasión le dijimos sin ninguna intención de respuesta positiva, que si había la posibilidad de trabajar ahí).

Entonces se dio el noviazgo con la bibliotecaria: estuve haciendo suplencias por un verano y de ahí pequeños contratos continuos. Las cosas cambiaron para mí. Ahora les servía el café a mis “cuates” y ellos se la curaban. Extrañaba esos días. Molesto, subía a hablar con el Coordinador Bramasco, para renunciar, pero bajaba con quince días más de contrato.

Desde entonces la Biblioteca Pública Central Estatal Mauricio Magdaleno ha sido muy importante para mí. En ella construí una visión del mundo a partir de los libros y la lectura; comencé una familia, fue respaldo durante la universidad, un proyecto de vida.

Ella me ha dado la oportunidad de conocer gente, de rodearme de amigos, de sentirme orgulloso de trabajar en sus entrañas.

Hoy, en tu cumpleaños número 30, a mí nadie me preguntó, pero yo quiero contar un poco, sólo un poquito, de por quÉ te quiero tanto. Felicidades y que vengan muchos más.

*Bibliotecario y Asesor del Programa Nacional de Salas de Lectura.

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