Por: Sylvia Teresa Manríquez
El suicida
No quedará en la noche una estrella.
No quedará la noche.
Moriré y conmigo la suma
del intolerable universo.
Borraré las pirámides, las medallas,
los continentes y las caras.
Borraré la acumulación del pasado.
Haré polvo la historia, polvo el polvo.
Estoy mirando el último poniente.
Oigo el último pájaro.
Lego la nada a nadie.
Jorge Luis Borges
Cuando un amigo se va se queda un árbol caído que ya no puede brotar porque el viento lo ha vencido…así dice la canción de Alberto Cortés. Cada año leemos o escuchamos cifras que yo no termino de comprender. Por ejemplo, los datos del INEGI proporcionados en 2015 sobre suicidio hablan de sucesos del año 2013. Nos informan sobre más de 800 mil personas que mueren por esta causa cada año; son cifras que resulta frías y lejanas.
Este mismo Instituto informa que en México durante 2013 se registraron 5 909 suicidios, un fallecimiento por cada 100 mil habitantes. Aunque se habla de muertes en nuestro país, seguimos sin querer meditar sobre lo que en realidad nos indican estos datos.
Más aún, cuando leemos que la mayor tasa de suicidio se da en estados como Aguascalientes, Quintana Roo y Campeche, queremos sentir que en el nuestro el suicidio no es un problema del que debemos preocuparnos, al fin y al cabo pensamos que los suicidas no son gente normal, o eso queremos creer en la esperanza de minimizar el problema. Leer que el 40% de los suicidios los cometen jóvenes entre 15 y 29 años, y que de los casi 5800 suicidios que se registraron en el 2013 el 3% los llevaron a cabo menores entre 10 y 14 años, nos hace forzosamente darnos cuenta de que si son personas normales y que algo no está funcionando como debe.
Sonora es uno de los seis estados con mayor incidencia de suicidios, con una tasa entre 7.1 a 9.2 defunciones por cada 100 mil habitantes. Me pueden decir que esta cifra no es alta, yo alegaré que sí lo es, porque cada persona que pasa del intento al acto consumado, es alguien que no encontró un camino más viable que el de la evasión de su presente, sin que nadie escuchara sus peticiones de atención. El problema es serio. En nuestro estado la mayoría de las personas conoce o tiene referencias sobre alguien que puso fin a su vida por propia mano. Entonces, me atrevo a decir que se ha convertido en un problema de salud pública, importante y doloroso pero prevenible.
Según la Organización Mundial de la Salud, casi la mitad de las muertes por suicidio son violentas, con cifras cercanas al millón de víctimas al año en todo el mundo. Vale meditar que todas y todos somos víctimas porque cada muerte de este tipo nos deja devastación emocional, social y económica. La Doctora Soledad Rodríguez, Directora de Enseñanza e Investigación de los Servicios de Salud Mental de la Secretaría de Salud comenta que el suicidio sí se puede prevenir, que la conducta suicida puede ser una llamada de atención buscando ayuda, que debemos responder a estos llamados, porque cada persona que diga que se quiere morir requiere de atención y evaluación profesional.
Dice también que la mayoría de las personas con pensamiento suicida padecen trastornos como depresión, bipolaridad, esquizofrenia o consumo de droga, entre otros. Para prevenir sugiere no dejar sola a la persona que manifiesta intenciones de suicidarse hasta que llegue la ayuda requerida, escuchar a la persona en crisis sin emitir juicios y llamar a un servicio de emergencia o al 066 y 911.
Entonces el problema es tan grave como número de personas en Sonora padezcan depresión, y pregunto ¿Quién en algún momento de su vida no se ha sentido deprimido? La diferencia radica en lo que provoca la depresión y lo que hacemos para salir de ella. A pesar de todas las sugerencias que puedan hacernos, lo cierto es que cada vez que alguien decide terminar su trayectoria en esta vida, nos deja con una profunda sensación de impotencia, incertidumbre, enojo y preguntas.
A pesar de que año con año somos testigos del aumento de suicidios alrededor nuestro, las cifras no hablan de campañas de información y capacitación que nos enseñen efectivamente a detectar factores de riesgo tanto en personas cercanas como en uno mismo. El suicidio me duele, porque hay mucho de este
fenómeno que no comprendo. No entiendo por qué sigue siendo tema tabú que prefiere esconderse y disfrazarse con otras razones de muerte. O por qué las pocas campañas y talleres de información y capacitación no están incidiendo en las cifras de mortalidad por esta causa. Se dice que lo que no se habla no existe. Por eso hay que hablar del suicidio. Hablar de lo que nos duele, avergüenza y devasta. Quizá así logremos empezar a bajar la incidencia de fallecimientos por suicidio.
Cada niño, niña, adolescente, personas adultas y mayores que toman esta decisión, antes llamaron la atención y no supimos liberarnos de prejuicios para poder ayudar. Sí, no es fácil. Cierto también que es tarea de todas y todos, instituciones públicas y ciudadanos y ciudadanas. Porque la muerte debería ser el desenlace natural una vida fecunda y no el último poniente, como dice Borges.
* Escritora y productora de radio sonora