Por: Alberto Angel «El Cuervo»
“La muerte, es la posibilidad de la imposibilidad
existenciaria…”
Martin Heidegger.
—¿Qué cosa es morirse, mamá…?
—Es cuando uno ya se va al cielo, hijito…
—¿Los astronautas están muertos…?
—No…
—Ellos están en el cielo…
—Sí, pero es otro cielo…
—¿Hay muchos cielos entonces…?
—Hay un cielo que es donde está Dios, donde van todos
los que se portan bien y ahí viven con los angelitos
al lado de Dios y son muy felices…
—¿Nosotros somos felices…?
—Claro, hijito, somos muy felices…
—Entonces, nosotros estamos en el cielo…
—Bueno, no, pero un día estaremos ahí y seremos muy
felices…
—Entonces… ¿ahorita no somos tan felices…?
Y la mamá terminó por abrazar al niño sin saber qué responder ante el cuestionamiento socrático que se iba haciendo insostenible. Y ¿qué responder…? ¿cómo entender que la vida, que de niños considerábamos eterna, ha llegado a su fin? Sabemos, o supuestamente sabemos con toda claridad, que la muerte es parte indivisible de la vida… Paradoja eterna que eternamente nos hace temer el final a sabiendas que inevitablemente llegará.
Llevaba ya tres meses en aquel cuarto del Hospital Infantil en el Centro Médico de la Ciudad de México, entonces Distrito Federal… Mi madre, eternamente amorosa, charlaba con alguien a quien recuerdo con afecto sin que mi memoria precise de quién se trataba… Quizá la comadre, su gran amiga, compañera de confidencias, alegrías y penas…. Quizá. La inocencia de mis seis años, me impedía confesar que un malestar general me invadía… Yo era hombre, y un hombre no se queja y menos delante de una mujer… Eso pensaba en mi raciocinio viril infantil. Pero
aquel malestar se hizo más y más fuerte cada vez… Y un segundo antes de mi desvanecimiento, me vi obligado a confesar que me sentía terriblemente mal… Gritos, carreras, llantos de mi madre…
Alguien toma mi mano, alguien más pone un objeto en mi pecho… Está frío, lo siento, pero no hay fuerza para reclamarlo… Es una mujer… Voluminosa… Pelo semilargo de color claro a la altura de los hombros… Usa lentes y tiene sandalias que dejan ver sus uñas crecidas en los pies que deben ser del número cinco o seis cuando menos… Más gritos… Esa mujer pide algo y todo parece ir cayendo poco a poco en una lentitud extrema… Entra más gente… Mi madre permanece ahora en la puerta del baño… Llora, pero no alcanzo a escuchar más que gemidos similares a los que lanzan los animalitos heridos de muerte… Alguien más trae una máquina… Abren mi camisa de pijama con la que permanezco convaleciente…
Ponen un líquido en el pecho, está frío… Nuevamente quiero protestar pero en vez de escuchar mi voz, alcanzo a percibir que floto… Lentamente voy mirando cada vez más de arriba hacia abajo… Los gritos se hacen lejanos… Alguien toma unos cables del aparato enorme y pone sus manos en mi pecho… Brinco… Mi cuerpo brinca… Lo veo desde arriba… Veo la mujer en su bata blanca y sus sandalias que muestran las uñas largas… Siento que el flotar me va haciendo sentir tranquilo… y milímetro a milímetro me muevo como en aquel arroyo del rancho de Nueva esperanza… O ¿era un río? Sí, era un río que a veces llevaba poca agua… Era un río porque teníamos que atravesarlo nadando o caminando sobre la barandilla… Había que tener habilidad para no caerse del tronco sostenido en horquetas de otros troncos que permanecían clavadas al fondo del río… O ¿era un arroyo…? Era delicioso flotar y dejarse llevar con los ojos cerrados para que al abrirlos, nos diéramos cuenta que la corriente nos había llevado lejos de los demás…
Era deliciosa la sensación de flotar por encima de los gritos, el aparato que me hacía brincar de pronto y la señora de bata blanca, sandalias y uñas largas… De pronto se alejan, se miran en silencio y alguien intenta abrazar a mi madre… Sacan el aparato del cuarto y van saliendo todos de uno en uno… Se obscurece… una especie de sueño me envuelve… Un sueño que me hace sentir paz… Mucha paz… La obscuridad es cada vez mayor, ya no alcanzo a escuchar nada… Hay un punto de luz a lo lejos… La corriente me lleva, floto hacia ella… Vuelvo a oir algo… Voces, son voces que me llaman… No me llamen, quiero dormir, estoy cansado y tranquilo… Una especie de remolino me arrastra de regreso bruscamente… Un grito estridentísimo me despierta en brazos de mi madre que me sacude llorando…
Si nos preguntamos qué cosa es la muerte, nos encontraremos con muchas respuestas posibles dependiendo del punto de vista del que la estemos contemplando. Podemos definirlo desde la vitrina científica y decir por ejemplo: “La muerte es un efecto terminal que resulta de la extinció
n del proceso homeostático en un ser vivo; y con ello el fin de la vida.” Podemos hablar médicamente, bioquímicamente, neurológicamente y hasta hoy en día, la ciencia aún no acierta a eliminar las mil discrepancias al respecto… Durante mucho tiempo se consideró que al dejar de latir el corazón, dejar de tener reflejos y dejar de respirar, el individuo había fallecido. Pero con los años, la ciencia médica deshechó este diagnóstico considerándolo incompleto ya que en muchos casos las personas no han muerto sino que entran en un estado de vida latente o en una catalepsia temporal que fácilmente s
e confundía; al grado de registrarse muchos casos en los que de pronto el individuo “despertaba” en mitad del velorio dentro de la caja. Eso si corría con esa suerte, si no, como muchos otros casos registrados también, despertaba ya sepultado y se sabe de ello debido a diversas exhumaciones en donde se encontraba la tela del ataud rasgado y con sangre debido a la desesperación terrible que ese despertar producía en el supuesto occiso. Ni siquiera un electroencefalograma que detecta la actividad bioeléctrica de la corteza cerebral, puede considerarse infalible ya que en algunos ahogados, por ejemplo, o considerados fallecidos por congelación, la actividad cerebral se reanuda. Por todo ello, en la actualidad, se define la muerte médicamente, como el momento en que se observa la irreversibilidad de la pérdida absoluta de la homeostasis en todos los sentidos y niveles.
Según la Filosofía, la muerte sólo puede definirse en su relación específica con la existencia humana dada la conciencia de vida. Y puede ser entendida dentro de tres consideraciones: Como fin de un ciclo de vida, como iniciación de un ciclo de vida y como posibilidad existencial. La primera consideración, se refiere al reposo o cesación de los cuidados de la vida, los sentidos, los movimientos, razonamientos, los cuidados para con el cuerpo, etc. La segunda, gira en torno a la mayoría de las doctrinas místicas religiosas que admiten la inmortalidad del alma; en este sentido, Platón hablaba de la separación del alma y cuerpo, dándose así la reencarnación del alma en otro cuerpo o bien la vida incorporea en otras dimensiones. Por último, el considerar la muerte como una posibilidad existencial, implica que la muerte no sea vista como un acontecimiento de principio o fin sino como posibilidad inherente a la vida humana y motivadora de las características fundamentales del vivir. La limitación de la existencia por causa de la muerte, es siempre decisiva para nuestro modo de comprender y de valorar la vida. Es decir, la conducta se ve afectada por la conciencia del limite de la vida.
Podría continuar hablando de la muerte como parte fundamental de la vida, referirme a los conceptos freudianos de eros y tanatos como pulsiones de vida y muerte etc. y siempre quedarán mil cabos sueltos, mil dudas, mil esperanzas semimutiladas entre ideologías diversas que nos llevarán a construir preceptos, conceptos y un sin fin de teorías que flotan en el éter. Pero la muerte es un proceso además de incierto, doloroso… Tal vez más doloroso para el que se queda… Despedida, lágrimas, aparente aceptación y luego la permanencia de un dolor grisaceo en mitad del esternón donde se agolpan uno a uno los recuerdos… Y del dolor, siempre del dolor, nacen las más grandes obras en la creatividad artística… El dolor de Van Gogh por las miles de muertes a que le llevó su locura… El dolor de Modigliani en la muerte de sus amores y la propia buscada en su conducta suicida… El dolor de Bethoven en la muerte de sus seres amados y su soledad reflejada en el claro de luna… “La Amada Inmovil” donde Amado Nervo dice: “Este es el libro de mi dolor: lágrima a lágrima lo formé…” o el dolor profundo que proyecta Jaime Sabines cuando en “Los Amorosos” escribe: “Que voy a morir pronto, lo sé… Siempre será demasiado pronto…”
Muchos años pasaron ya desde que mi madre me volvió a la vida en aquel Hospital Infantil donde asistí a mi propia muerte que me enteraría fue declarada muerte clínica durante dos minutos… Hace unos días, unas horas, unos cuantos pensares y sentires apenas, yo no pude hacer regresar a mi madre… Pero la muerte es la vida misma y ahora sus canticos a la “señora santana, por qué llora el niño…” en aquella mecedora conmigo en su regazo, solamente serán recuerdos murmurados noche a noche en el afán de mantenerla viva, abrazado al cojín bordado por sus manos que me dice amorosamente: “Recuerdo de mamá”.
* Pintor, autor e intérprete