Por: Faustino López Osuna
En la segunda de las cuatro entregas que hice de “De locos luminosos” con motivo de la conmemoración de los 400 años del fallecimiento de William Shakespeare y Miguel de Cervantes Saavedra, escribí:
“El inmortal navegante (Cristóbal Colón) contaba, igualmente, con perspicacia y astucia y algunas artes y trucos que le permitieron salir airoso en situaciones inéditas, como el caso, por lo demás poco conocido, de la ocasión en que, habiéndose quedado sin provisiones ni agua en su segundo viaje (1493) en Jamaica, aprovechó su Almanach Perpétuum (de Abraham Zacuto), que pronosticaba un eclipse de luna esa noche, para convencer a los nativos de proveerle víveres. De ese modo, espantando a los lugareños que lo consideraron un brujo poderoso, lo consiguió.”
En la cuarta y última entrega, concluyo el recorrido de aquella etapa histórica, escribiendo: “A estas alturas, se recomienda leer a Alejo Carpentier, músico, escritor y poeta cubano (1904-1980), entre cuyas obras (El siglo de las luces, El reino de este mundo, Guerra del tiempo, Los pasos perdidos) destaca El Arpa y la Sombra.”
Al regresarme de Aguacaliente de Gárate donde viví cinco años (de 2010 a 2016) y volver a radicar en el puerto de Mazatlán, de mis libros de allá eché a la maleta algunos de Borges, Paz, Günter Grass y Carpentier, para releerlos. Así, en la sexta edición (1980) de Siglo XXI Editores, acabo de volver a leer, totalmente desencuadernada y amarilla por el tiempo, la novela El Arpa y la Sombra, disfrutando su prodigiosa prosa barroca. Y lo que escribí sobre Colón tomado de un diccionario enciclopédico, lo volví a encontrar en la segunda parte de la novela, pero ahora narrado directamente por el propio Cristóbal Colón, en un monólogo inventado, creado por la magia de la pluma de Carpentier:
“Y, mudando de disfraz, fui Astrólogo y Milagrero en aquella playa de Jamaica, donde nos hallábamos en la mayor miseria, sin alimentos, enfermos, y rodeados, para colmo, por habitantes hostiles, listos a asaltarnos. En buena hora se me ocurrió consultar el libro de Efemérides de Abraham Zacuto, que siempre llevaba conmigo, comprobé que aquella noche de febrero veríase un eclipse de luna, y al punto anuncié a nuestros enemigos que si esperaban un poco, en paz, asistirían a un grande y asombroso portento.
Y, al llegar el momento, aspándome como molino, gesticulando como nigromante, clamando falsos ensalmos, ordené a la luna que se ocultase… y ocultóse la luna. Fuime en seguida a mi cámara, y luego de esperar a que corriese el reloj de arena el tiempo que hubiese de durar el milagro –tal cual estaba indicado en el tratado– reaparecí ante los caníbales aterrados, ordenando a la luna que volviese a mostrarse –cosa que hizo sin demora, atendiendo a mi mandato. (Acaso por tal artimaña llegué vivo a la fecha de hoy…)”
El tono y la intención del monólogo de Colón, hace recordar las marrullerías de Hernán Cortés, de las que él mismo da cuenta en sus Cartas de Relación, cuando, encontrándose con su gente en la explanada de una pirámide menor frente a la que pasaba diariamente a la misma hora Moctezuma con su corte, fraguó representar teatralmente en grupo una invocación de Dios, dando indicación al capellán que, justo al pasar frente a ellos el cortejo real azteca, agitara el incensario y la campanilla al tiempo que todos caerían de rodillas con los brazos extendidos y la mirada al cielo, exclamando en coro, como un salmo: Bendito sea nuestro Señor. Un día y otro, hasta que por fin consiguió despertar la curiosidad de Moctezuma, quien se detuvo a preguntar qué hacían, contestándole Cortés que alababan a Dios, “el único Dios verdadero”.
De todo esto tenía conocimiento y registro, por su vasta cultura, Alejo Carpentier. E incorporó el estilo de Cortés en la narrativa de Colón, reproduciendo en el genovés (italiano) la sintaxis del extremeño (español). No solamente hace un trabajo de prestidigitación en lo anterior, el barroco cubano.
En otra parte del monólogo, pone en boca de Colón, refiriéndose a una guapa vizcaína (que habría de darle otro hijo): “De matrimonio no hablamos, ni yo lo quería… habiendo de confesar, además, que cuando yo me la llevé al río por vez primera, creyendo que era mozuela, fácil fue darme cuenta que, antes que yo, había tenido marido.
Lo cual no me impidió, por cierto, recorrer el mejor de los caminos, en potra de nácar, sin bridas y sin estribos…” Para quien no sepa que esta narración de Colón es la transcripción del hermoso romance de Federico García Lorca, no se percatará tampoco que, con su capacidad de prestidigitador, Alejo Carpentier, sin mencionarlo, en El Arpa y la Sombra, rinde homenaje al inmortal granadino, poniendo en boca del descubridor del Nuevo Mundo, su poema.
Gloria a ambos.
* Economista y compositor