Por: Carlos Lavin Figueroa
Los cronistas no estamos ni impedidos ni obligados a escribir exclusivamente de ese género literario, lo que resulta difícil de entender y admitir para algunos que están limitados a la crónica, autores reconocidos han escrito de diversos géneros. En los congresos nacionales de cronistas he conocido y tratado a muchos y puedo decir que también son historiadores, y poetas y cuentistas y, y, y; un ejemplo es don Valentín López González (QEPD) quien fuera el cronista oficial y por excelencia de Cuernavaca, una merecida distinción por su trabajo desarrollado. Pero siendo cronista reconocido, don Valentín escribió y aportó más de historia. Aun así, hay quienes nos quieren coartar a los cronistas la libertad para escribir de otros géneros; a ellos, les digo que lean por ejemplo a Carlos Monsiváis destacado Cronista de la Ciudad de México autor de una diversidad de géneros como novela, ensayo, cuento, poesía, fábula e historia, e incluía el chiste y el chascarrillo, la burla, el sarcasmo, el sexo.
Ningún nombramiento oficial y ningún reconocimiento social, hacen a un cronista ni a un historiador, a estos los forja su trayectoria, sus investigaciones, sus aportaciones, sus publicaciones y su originalidad. Tampoco es un escritor, historiador o cronista el que reescribe, edita o relata lo que está ya publicado en libros empolvados; en todo caso, este, será un recopilador, un narrador o un relator -según el caso; y los hay buenos, malos, necios, perversos, enredosos y enredados, sátiros y satíricos.
Ninguna persona sensata, puede negar el resultado de una nueva investigación de historia sólo por no conocerla, porque negarlo sería tanto como pretender con inocencia, estupidez o arrogancia que todo lo sabe.
Historia es la narración y exposición de los acontecimientos pasados y dignos de memoria que estudia y narra sucesos, pero también puede ser omisa, inventada, una mentira o pretexto, un cuento, chisme o enredo, o una mezcla de todo, a lo que los fundamentalistas se apegan fanáticamente con el rupestre razonamiento ¡es que aquí dice! Y tristemente dan como verdades lo está en libros o lo que se ha repetido una y otra vez. Pero por mucho que se haya estudiado o escrito sobre un tema no se puede dar por agotado, como ejemplo tenemos lo que se ha dicho, pero sólo tradicionalmente -y así se ha asentado- además sin elementos sustantivos que lo acrediten, que el nombre de Cuernavaca viene de Cuauhnahuac, esto, pretextando que “es el nombre más distorsionado de la lengua náhuatl” queriendo con ello justificar sus diferencias; en el náhuatl no existe la letra erre y todos los antiguos nombres nahuas de Morelos son casi idénticos a los actuales como Cuauhtlah, Xiutepeque, Xochitepeque, Guastepeque. Eso es lo que se ha dicho sólo por tradición, porque no existe ni relación ni traducción entre esos dos nombres, sino que a alguien se le ocurrió que debía tener ascendencia náhuatl como los demás pueblos de Morelos, siendo que nuestras ciudades también tienen nombres hispanos puros y compuestos como es el caso de Monte-rrey, Vera-cruz, Ti-juana y Cuerna-vaca. Al respecto, el reconocido filólogo, sabio, italiano, pero miembro de la Academia Mexicana de la Lengua Gutierre Tibon, mi maestro y especialista en nombres, junto con Ricardo de Alcazar poeta y ensayista hispano, especialista y maestro en uso del idioma español en México, dieron paso a otra versión al asegurar que el nombre de nuestra ciudad viene del nombre de una población en España con la cual tiene parecido fonético, y Tibon acepta que no da cuál es ese nombre, pero si aporta una serie de datos e indicios y concluye; “nombre de un lugar en España que algún otro día, otro investigador podrá tal vez identificar”, y sumando las indagaciones que años antes de lo dicho por Tibon y Alcazar había yo realizado en España, me llevaron al nombre de Caravaca, no existe otro similar que pueda ser el que originó el nombre de Cuernavaca.
La historia está salpicada de inexactitudes; aceptemos que se ha escrito de buena fe, pero, pudiera basarse en documentos o testimonios distorsionados, malinterpretados, verdades a medias, a conveniencias, por tanto, está sujeta al análisis y a otros enfoques e interpretaciones.
En la “Historia General de las Indias y la Conquista de México” (Hispania Victrix…), terminada en 1552 y publicada en 1553, su autor Francisco López de Gómara encumbra la figura de Hernán Cortés, de quien era confesor y capellán de planta, a quien admira y por tanto escribe a su beneplácito, pero también lo critica cuando se requiere. Gómara nunca pisó tierras de la Nueva España, basó su obra en las narraciones que le hacia el propio Cortés y sus capitanes en la casa del conquistador en Valladolid en el largo tiempo en que enfrentaba un juicio en su contra por abusos en la conquista, juicio, que era una mezcla de chismes, algunos verdaderos y otros mentiras e intrigas -que se tienen como verdades- para desprestigiarlo, de lo que no se ha recuperado hasta nuestros días, todo, por la gran vida que se daba y por sus inmensas posesiones que despertaban las envidias del propio virrey y la Real Audiencia máximas autoridades en la Nueva España que eran asalariados, además por rivalizar en fama con el mismísimo Carlos V. En este libro se justifican muchas acciones de Cortés en la conquista -que también se tienen como verdades- en parte para desvirtuar las acusaciones que enfrentaba.
Cinco años después de publicada la obra de Gómara, por sus inexactitudes y desaciertos, motivó otra, titulada la “Historia verdadera de la Conquista de la Nueva España, escrita por el Capitán Bernal Díaz del Castillo uno de sus Conquistadores” crónica que no la exime de elementos subjetivos, pero hace ver que la obra de Gómara fue escrita de segunda mano y a conveniencias.
La crónica narra sucesos, escritos por un testigo ocular o por un contemporáneo, pero al igual que la historia puede ser omisa o inventada. P.D. Hasta la Próxima
*Historiador y cronista de Cuernavaca