Por: Miguel Ángel Avilés
Me acuerdo cuando, en la casa de estudiantes donde vivía, se planeo un viaje a San Carlos en semana santa. En ese semestre éramos como 54 integrantes más simpatizantes que entraban y salían nomas como visita. Casi todos aseguraron que irían.
Los que nos habíamos quedado en Hermosillo, llegaríamos allá en bola. Los de Obregón y Navojoa harían lo mismo y los de Guaymas nos recibirían con una olla de ceviche y no sé qué tantas promesas más.
De esos más de cincuenta que prometieron ir, sólo concurrimos cuatro: El Maik,el Javier, La Mary y yo. Allá nos visitó El Barras que era de Guaymas pero el culero nunca llevó ceviche. Se la pasó buceando como todo un chanoc y, de vez en cuando, salía a comerse lo que nosotros habíamos llevado.
Una tarde, cuando estaba por oscurecer, el Javier se arrojó inesperadamente al mar, para ir tras una pequeña embarcación de un gringo, a la que se estaba llevando la marea, mientras su dueño roncaba abajo de una palma, luego de haber bebido todo el día y empanzarse con unas latas de Sardina y un paquete grande de galletas saladas. Pinchi gringo. Pinchis Sardinas.
El Javier, si no me equivoco, recibió como recompensa una cerveza ámbar media caliente, cuya marca no me acuerdo y, muy ufano, la compartió a tragos gordos con nosotros. El Barras era el último de la ronda y, cuando le llegó su turno, no la regresó. Pinchi Barras.
A cambio nos compartió un eructo que olía al atún que habíamos comido en mediodía y a esa cerveza obscura y amarga que nos ofrendó con cierta mezquindad ese pinchi gringo de mierda quien se había vuelto a dormir y roncaba con más fuerza abajo de esa Palma. Pinchi gringo,pinchi Barras, pinchi atún.
Según los planes, Íbamos a quedarnos toda una semana. Por eso yo le pedí prestado una mochila y un Sleeping a un amigo y en la mañana muy temprano me la empotré en la espalda como si me fuera a ir a la guerra.
La Mary y yo salimos de Hermosillo pensando que allá nos encontraríamos a un batallón de cabrones pero a la hora indicada nomas llegaron el Javier y el Maick. De los demás, nada.
El Barras llegó más tarde pero nomas llevaba un visor y una aletas. Cuando le preguntamos por el ceviche, sólo nos respondió con una risa y se subió los chores de un tirón porque se le estaban cayendo. Pinchis Chores, Pinchi Ceviche.
Al rato se echó al agua y por algunas horas no volvió a salir de ahí, ni cuando el gringo por poco le arranca la cabeza cuando le pasó por un ladito con su lancha.
Pinchi lancha. Pinchis días tan inolvidables y bonitos.
* Abogado y escritor