Por: Jaime Irizar
Un amigo pregunto con una mezcla curiosa de crítica y sarcasmo: “¿oye Jaime porque te gusta escribir con tanta frecuencia sobre los miembros de tu familia, acaso son en verdad seres tan extraordinarios y originales como los describes y dices, o son sólo el producto de tu imaginación desbordada por el afecto hacia los de tu sangre, o es que tal vez lo haces como una consecuencia obligada al querer realizar intentos literarios de impacto?”.
Sereno, consciente de que para algunos cualesquier pretexto es bueno para criticar y poder resaltar disimulada o abiertamente su incredulidad, o también para que veladamente puedan hacer alarde de su superioridad, en virtud de que muchas de las veces, aquel que critica con dureza a alguien o a algo, sin duda se cree mejor que aquel a quien critica o que puede hacer con más calidad el trabajo criticado. Le respondí en la forma más objetiva y cortes que pude, diciéndole que para mí en verdad lo fueron los que ya partieron, y lo son, los que aún viven. Se lo dije en un tono tranquilo, porque sé bien, que al margen del afecto y la admiración que les tengo, lo que de ellos escribo esta siempre apegado a verdad; además tengo la certeza de que son muchos los que en sus tiempos realmente los conocieron, mismos que pueden atestiguar para reafirmar o desmentir con facilidad los hechos aquí descritos.
De pasadita le añadí: reconozco tu derecho a cuestionar cuando te asalte la incredulidad, también acepto con honestidad que soy un novato en la escritura, pero a mí como a cualesquier otro ser que se precie de tener dignidad, le incomoda que pongan en duda su palabra, con mayor razón si ésta intenta describir honestamente, a modo de homenaje y recuerdo grato, a los de su círculo de afecto, cariño y admiración. Pienso que si existe en el mundo alguien que crea que los de su sangre o sus pocos amigos no son dignos de quererse, idealizar o recordar con admiración, seguro es que algo grave sucedió en la formación intrafamiliar que se da en las etapas tempranas de la vida, que tal vez, le ocasionó trastornos de personalidad.
La familia no es sólo lo más importante que tenemos, sino que debería ser, lo único y realmente prioritario que exista en nuestras vidas. Por otro lado, siempre he pensado que la historia personal de todo ser, aún con sus errores y aciertos, defectos y virtudes, puede ser, si se analiza a fondo y con objetividad, toda una lección original e importante de vida. En ese sentido, en el peor de los escenarios, una persona que sólo haya tenido una vida llena de errores y defectos, lo cual no es este caso por supuesto, nos puede enseñar a no cometer los mismos si analizamos con ojo crítico su existencia y llevamos a cabo la nada fácil tarea de tratar de experimentar y aprender de cabeza ajena.
Reseñada la breve entrevista con mi amigo, paso a decirles que Paco era el apodo de Francisco Luis, el cuarto de nuestros hermanos según el orden de nacimiento, mismo que fue un hombre que personificó en su juventud la habilidad para relacionarse bien con los demás, pues tenía grandes dotes de conversador ameno, era carismático y formal en todos sus actos y actitudes, sin dejar de mencionar que era una persona muy optimista, casi siempre de buen humor, sin olvidar que fue gran bailador, virtudes todas que ayudan y mucho, a conquistar simpatías, hacer amigos y construir relaciones efectivas, sobretodo tratándose de personas del sexo femenino.
Cabe hacer mención que en mi familia el liderazgo se podría comparar a una carrera de relevos entre los hermanos mayores. Les digo esto para señalar que Paco fue el tercero en asumir ésta gran responsabilidad en nuestra numerosa familia, después de Irma y Jorge. Dicho liderazgo lo asumió por un tiempo considerable y lo hizo con un enfoque disciplinario muy férreo, casi militarizado (tal vez influenciado por el paso formativo que tuvo en el pentatlón), pero dicho sea con verdad, pese a ello siempre fue un hombre justo, y vaya que creo que no hay nada más difícil en el mundo que tener esa virtud, pero eso sí, estoy obligado a mencionar que en ocasiones era casi inflexible e intolerante con las desviaciones conductuales de sus hermanos menores, pues creía a pie juntillas, que ése era el único modo de poder controlar y llevar a buen puerto a 19 hermanos que además de adolecer de suficientes recursos para satisfacer sus necesidades básicas, carecían de la presencia por tiempos prolongados de la figura paterna, y ese vacío de autoridad, alguien por fuerza lo tenía que llenar, y a él le tocó cumplir con tan difícil tarea.
Paco, muy joven tuvo la distinción de ser nombrado oficial mayor de gobierno en el Estado de Sinaloa, lo que le dio la oportunidad de conocer a fondo las mieles y las hieles del poder. Condición que nunca lo mareó ni le sorbió el seso, mucho menos le hizo cambiar su actitud positiva ante la vida, de tal suerte que con mucha sabiduría y calma hablaba a los hermanos menores de las atenciones exageradas que los amigos de ocasión e interés a diario le brindaban, resaltándonos que tenía muy en claro que se terminarían en automático al concluir su encomienda pública. Señalaba al respecto que los amigos verdaderos se construyen en la infancia y juventud, no cuando estás en la cima del poder o en la bonanza, los cuales mantienen vigente el afecto y su apoyo en cualesquier circunstancia, por amarga que ésta sea. Fue un hombre de muchos conocidos, pero de pocos amigos verdaderos.
El haber ocupado varios puestos públicos y ser un prestigiado abogado laborista y notario público, le facilitaron la tarea de ser un hombre de bien que sirvió a la sociedad de su tiempo ganándose respeto y admiración por su personalidad siempre congruente a sus principios y valores y por demostrar en cada una de sus acciones, honestidad a toda prueba. Sus prioridades, energías y sus pasiones eran todas enfocadas pensando siempre en su familia, pero sabía muy bien darle el valor a los verdaderos amigos con quienes compartía con mucha frecuencia el más grande de sus “vicios”: la pesca deportiva. Fue esta actividad la que mejor lo definió. Ella le ayudo a ser filósofo y buen entendedor del vivir, con un sentido claro del balance y el equilibrio entre el trabajo, la responsabilidad y la diversión.
La pesca fue su vida, pero también influyó en su muerte, puesto que en una edad inapropiada se metió a practicar tardíamente el buceo y su corazón se resintió con tal intento. Yo, al igual que sus amigos y familiares, tuvimos la fortuna de acompañarlo en sus viajes frecuentes a los esteros. Desde la madrugada en que partíamos con todos los ajuares necesarios para la práctica de su pasatiempo favorito, veía como se iluminaba su rostro de alegría, en mucho parecido al Moisés bíblico tras su encuentro con Dios en la montaña, tal como aparece en la película “Los diez mandamientos “que protagonizó Charlton Heston. Recuerdo con claridad cómo, desde el inicio del viaje, solía contarme sus experiencias de vida, cual, si fuera un intento de vaciar su contenido cerebral de anécdotas y vivencias, en aras de enseñar lo ejemplar y señalar los errores que de manera involuntaria su inexperiencia le hizo cometer. La pesca fue su actividad catártica por excelencia. Creo que fue feliz en todos los ámbitos de la vida. No le escuché decir nunca frases que lo ataran a rencores, o amarguras.
Era rito obligado que en el trayecto sobre la lancha que nos llevaba al lugar de su predilección para anzuelar, amparado por el ruido del motor, se paraba asegurándose con una cuerda gruesa para no caerse y a todo pulmón se ponía a cantar sin interrupción durante la hora que duraba toda la travesía. No lo hacía mal lo reconozco, pero me llamaba la atención que siempre cantaba las mismas canciones. Paloma negra, Mujer Ladina, Cien Años y Canciòn Mixteca eran sus preferidas. Al llegar al destino de pesca, donde desde un día anterior había cifrado todas sus esperanzas de captura, ocurría en él toda una transformación digna de mención, que se reflejaba en todos los actos preparatorios para desarrollar su actividad consentida, haciéndose muy evidente una comunión casi religiosa con el mar. Me impresionaba el ver como se desconectaba del mundo, sus necesidades y problemas, para establecer a través del cordel una charla silenciosa con los peces y con la calma y serenidad que caracteriza a muchos de los pescadores, platicar de las mareas, la luna y sus efectos sobre ellas y hacer mención de los aspectos del clima que nos presagiaban un buen día para una pesca efectiva.
Nadie como él para aguantar las inclemencias del sol o las picaduras de los miles de mosquitos que se tienen que sufrir por lo regular en ese tipo de aventuras. Muchas veces llegue a pensar que al igual que con el mar, de ellos también se hizo su amigo, pues nunca reflejó molestia alguna. Gozaba también de contar chistes a la escasa audiencia que lo acompañaba a pescar. Era muy malo para contarlos, pero despertaba siempre la hilaridad de sus compañeros de aventuras, porque a medio chiste lo atacaba una grave crisis de risa que nunca le permitía terminarlos. Pero era, de esa faceta de su personalidad y de su risa contagiosa, de lo que más nos reíamos, de hecho, cabe decir que todavía al día de hoy, no conocemos de manera completa esos chistes que repetidamente nos solía contar. El mar le regaló de forma muy generosa gratas experiencias y anécdotas curiosas que le encantaba contar en tierra firme a su regreso. Desde la observación de cardúmenes de pargos alrededor de la lancha que parecían querer hacer hervir el agua con sus movimientos superficiales, hasta el hecho de avistar en el cielo, en una noche estrellada en que estábamos pescando acostados sobres las bancas de la lancha, un objeto volador con luces intensas, que surcaba el cielo en zigzag y a una velocidad asombrosa, mismo que pareció detenerse un instante justo sobre nosotros para que lo apreciáramos bien, para luego perderse en un ascenso vertical a velocidad sorprendente.
A la sazón Paco, era un funcionario importante de gobierno y nos hizo que le prometiéramos que no le comentáramos a nadie el hecho, en aras de evitar verse envuelto en polémicas charlas y comentarios que pudieran afectar su reputación de hombre serio y figura pública. En otra ocasión, en una madrugada de invierno con una neblina densa, nos tocó presenciar la salida del sol que por un fenómeno óptico parecía reproducir las fases de una mitosis celular hasta quedar un rato convertido, por su reflejo en el mar, en dos soles claramente diferenciados. Este fenómeno óptico lo llenó de tal emoción que dijo en voz muy alta que toda su vida agradecería a Dios este regalo tan original. Fue un hombre muy solidario con todos los de su familia y con su gente de Guamúchil, pueblo del que somos originarios todos, y del cual añoraba preferentemente, además de la convivencia con los amigos de infancia, los camotes amargos, las zayas y las pinturitas, únicos regalos que aceptaba a cambio de las consultas, asesoría legal, consejos o apoyos que de manera gratuita les brindaba a sus paisanos.
Cabe por ultimo mencionar, sin el ánimo de criticar, que ya entrado en años se vino a menos, como es natural en casi todos, el vigor, el temple y el carácter que de joven mostró con sus hermanos, para tornarse más complaciente y tolerante en la formación de sus hijos, y definitivamente, se dejó vencer por el cariño que marcadamente le despertaron los nietos. Murió congruente con su forma de vivir, pues por privilegiar los cuidados postoperatorios de su esposa, postergó para una trágica mañana, su atención cardiológica, minimizando sus antecedentes y el dolor precordial que le aquejaba durante los dos días previos a su muerte.
Paco fue, lo digo más allá del afecto y el cariño que me genera el compartir la misma sangre, un hombre íntegro, honesto y formal, ejemplar esposo, hermano, padre e hijo, pero más importante aún que todo eso, fue un hombre que supo ser muy feliz, y no todos podremos presumir esa condición. Cada vez que veo a alguien pescar, bucear o arponear por las noches auxiliado con lámparas de gasolina blanca, vienen a mi mente como un honroso recuerdo, las habilidades y destrezas de mí querido hermano al igual que sus múltiples virtudes.
* Doctor y autor