(Recordando al compadre Félix.)
…”les cuento sobre un inolvidable personaje que falleció “adrede”, de cacería, en una de las tantas “carracas” que para espiar venados, tenía instaladas en distintos sitios “escogidos “en aquellos cerros aledaños a mi pueblo.Tiempo atrás, definitivo, el consejo del médico, que nunca compartió: “total reposo señor Félix o lo mata el corazón”.Entonces mi compadre reclamó a la naturaleza, esparcir su cuerpo y alma en los nidos y frondas de la espesa arboleda, sobre el verde oscuro de los maizales cultivados en los altozanos; en las cuevas, hondonadas y grietas de cada roca de la montaña…, clamó arraigarse en lo insondable. Que su espíritu rodara en cada “piedra bola”, en los arroyos y remansos que humedecían la tierra umbría en las profundidades de los barrancos…, repudiaba la “mortaja” que envolvería su cuerpo, de morir sobre la vaqueta de piel de tigre que usaba en la cama. Un día de cacería, me confió: “en vez de los gusanos, prefiero que destrocen y coman mi cuerpo las fieras de mis montes…”
El Autor.
Por: Salvador Echeagaray Picos
Durante los veranos calientes de la costa, le gustaba subir a los altos de la sierra en los límites con Durango. Vivía allá alejado de los naturalizados calorones del trópico, disfrutando del buen clima serreño de “mejor compañía”, según gustaba presumirlo.
Bajaba al solar en la penúltima semana de octubre, que corresponde al tercer domingo del citado mes y el cual es dedicado por los habitantes del pueblo, a limpiar su centro urbano y el entorno de toda clase de malezas.
Ese día domingo desde tiempos inmemoriales, se festeja la tradicional fiesta de la “Taspana”, famosa en la región durante la cual, jóvenes y viejos de San Javier, de los ranchos vecinos y visitantes foráneos con “tacuaches”, “machetes” o “caguayana” en mano, participan con entusiasmo en el desbrozo de las hierbas y malezas que durante la temporada de lluvias crecen e inundan el asentamiento urbano y su periferia.
El compadre Félix ponía el ejemplo. Con su descomunal “caguayana “que el mismo había forjado en su taller de herrería, no había quien lo superara. El “hombrón” removía las hierbas desplegando la “herramienta” al compás que imponía la “tambora” del pueblo, que integrada por jóvenes músicos, alumnos del inolvidable y connotado Maestro, Romeo Zazueta, era la responsable de mantener durante las horas que duraba el recorrido de “limpieza”, el ritmo alegre y guapachoso que acompañaba al contingente de “macheteros”, quienes con la cerveza en una mano y el “instrumento” en la otra, formaban grupos de felices y motivados participantes en la colectiva y solidaria tarea.
_”Mi chava ya tengo preparada la cacería del tigre”, me mandó decir a Culiacán con el primo Oscar Picos, recién llegado de San Javier. “Tú dices cuando vienes…, avísame. Yo estoy listo”.-
En esos años el compadre Félix subsistía de la cacería. Vivía prácticamente recorriendo los montes, cerros y montañas de la región de “Los Altos” y los humedales de la costa de San Ignacio. Empezó como “trampero” al puro estilo tradicional que practicaban los indígenas acaxees que habitaron la serranía de Sinaloa y Durango. Presumía de la cantidad de piezas menores y mayores que había atrapado mediante ese sistema…, hasta que le presté el primer rifle que usó como cazador moderno, una carabina Winchester 30-30, de palanca, con dos cajas de parque, herencia de mi abuelo Miguel.
Hagan de cuenta que compré para siempre a quien sería fiel amigo, con esa arma que de “prestada” pasó a su pleno “dominio”, como si también hubiera entregadora factura a su nombre.
Enamorado empedernido, se “casó” con una agraciada jovencita originaria y vecina de San Javier. Me hizo “compadre” entregándome a su primogénito desde que supo del embarazo de su mujer -“pá que sea como Usted compadre”-, me dijo, sin averiguar si aceptaba o no el parentesco que anticipaba y me imponía.
Para recuperar el 30-30 de mi Abuelo, después de esperar pacientemente que se acabara el “parque” en sus frecuentes cacerías, le regalé un rifle nuevecito “de precisión” marca “Remington”, de 16 tiros, con mira abierta calibre 22, muy popular entre los “venaderos” y “palomeros” de los años sesenta, arma que recibió con satisfacción sobre todo porque se lograba muy buena “puntería” en su uso, y lo barato de las municiones.
Félix, lo dije antes, era de corazón repartido. Tenía mujeres en distintos ranchos del municipio de San Ignacio. Un día pregunté, ¿Cómo le haces Compa, para enamorar y mantenerlas a todas?
-Sabes que soy muy buen cazador, mi Chava…, donde “pongo el ojo pongo la bala”,- sentenció, mientras acariciaba entre sus dedos el oloroso tabaco que “untaba” sobre la hoja desprendida de la mazorca seca y la cual envolvía con pericia, en la minuciosa elaboración del cigarrillo que “chuparía” con deleite “en buena compañía”, como le gustaba decir cuando fumaba frente a ti, sin pedir permiso. Sí, lo sé, agregué…, pero ¿cómo le haces para mantenerlas a todas si no tienes un trabajo fijo?
-“Mira compa, con el riflito que me regalaste y mi buena puntería, te aseguro que a mis mujeres nunca les falta carne de venado, de conejo o de palomas pá comer, “ni todo lo demás que necesiten de mi persona”, me contestó el muy sinvergüenza.
Cuando “se casó”, simuladamente, como lo hizo con todas las demás, con una bella jovencita de mi pueblo que en verdad lo “atrapó” con su encanto inteligencia y buen trato, decidió arraigarse en la comunidad y construyó humilde vivienda de material con sus propias manos, a la entrada y orilla del camino.
Meses después, en vacaciones “de aguas”, regresé al pueblo y me buscó para invitarme a su casa “ya que me tenía una sorpresa”.
Frente a su morada, advertí que había construido un portal anexo en el que instaló una “fragua” de herrería para la forja principalmente, delas “rejas” de arados, aguzarlas o calzarlas ante su deterioro por el uso, así como la elaboración de machetes, “tacuaches” y hacer todo tipo de reparaciones de los utensilios que utilizaban los campesinos en las rudimentarias tarea agrícolas de esa época.
A la vez que alababa su iniciativa de “emprendedor” como se dice ahora, le participé mi extrañeza de que se empeñara en realizar un trabajo que lo ataría al fogón, y yunque, marro y martillo, obligándolo a aplicar sus habilidades que no sabía que tenía, para forjar o reparar lo que pidiera la clientela del pueblo, cuando su propia naturaleza, sus hábitos y costumbres desde siempre, “tiraban hacia el monte”, como un “errante” en vez de “herrero”, le dije sorprendido sin creer en lo que veía.
-“Pues le voy a decir la mera verdad. Aquí la única culpable es su Comadre, contestó. -No quiere que me vuelva a ir de cacería, “ni siquiera de animales del monte”
-“Quien sabe que mitotes le harían las viejas chismosas del pueblo, renegó”.
-Resultó celosísima esta mujer Compa…, y pues la mera neta, “me cae” que la quiero “rete harto”, por lo que le aseguro que “pura madre” la dejo sola, pues mi “vieja” tan chula como está, estimado chava, sería preciada “pieza” para el más exigente de los“ojeadores” que incursionan por estos cerros, dijo.
-Me doy cuenta compita que de cazador, resulté “cazado”,- reconoció aquel certero “acechador” de animales del monte…, metido ahora a “herrero” casero.
CONTINUARÁ.
* Magistrado en retiro y autor.