Por: Víctor Oshkalo
Ayer me llamó desde México, mi amigo el poeta y musicólogo, Mario Arturo Ramos, después del saludo usual me invitó a colaborar en el periódico cultural mexicano: La Voz del Norte, donde funge como director editorial. Las primeras palabras que se me ocurrieron son: hace un “chingo” de años… si hace más de veinticinco años me toco trabajar en Leningrado- San Petersburgo- en el Festival convocado por los compositores rusos para lograr un encuentro de creadores, ejecutantes, intérpretes y obras de todo el mundo, en una fiesta musical inolvidable: Las noches blancas; así se llama porqué en el mes de junio, el sol no se pone en aquellas latitudes sino sigue colgado en el cielo la noche entera.
Entre la multitud de participantes de todo el mundo, Mario Arturo Ramos era uno de los integrantes al festín del arte del sonido y, a mí me tocó atenderle como traductor. Cabe mencionar que aquel junio de 1988, era época sofocante lo que no es típico en aquellos confines y, en la entonces Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas (URSS). casi casi no conocíamos el aire acondicionado.
Mientras los ejecutantes y espectadores se achicharraban, tocando, escuchando y aplaudiendo, el poeta y yo, solíamos esfumarnos y meternos en un barecito para tomar cerveza fría de importación, las reuniones nos servían para relajarnos y hablar de procesos culturales que acontecía en nuestros países y otros circunvecinos. Se nos acoplaba un talentoso compositor cubano, Roberto Valera, cuando lograba deshacerse de su traductora asignada a la que Mario Arturo con esa ironía tan suya, la bautizó como “la mujer sargento” por su carácter marcial. Más de una vez – entre el calendario de actividades musicales – de Las noches blancas, paseamos por los malecones de San Petersburgo…
En aquella época ni me imaginaba que pasa-rían un par de años y se entreabriría la tristemente llamada “Cortina de acero” y me tocaría viajar por todo el mundo. Pasados algunos años, salte el Océano Atlántico- el gran charco para ser más claro- rumbo a la Ciudad de México, donde encontré un lindo alojamiento en Paseo de la Reforma, arteria principal de la antigua capital mexica, el viaje continuó rumbo al Caribe mexicano, llegando a la paradisiaca CanCun es muy padre…
Hace un año gracias a los avances tecnológicos, encontré a Ramos, cuyo humor singular siempre recordaba al llegar mayo; en el rencuentro Mario Arturo, me leyó un poema de su libro “Los rincones de la sed”, titulado: Viaje a la Música, donde relata parte de las andanzas del poeta viajero y su amigo ruso, al caminar por las calles de Moscú y San Petersburgo, el tiempo compartido entre otros con el compositor norcoreano Kim Yen Kiu, John Cage, tal y tal.
Ahora nos escribimos, hablamos, me envía el informativo y hasta me ha prometido el escritor y mu-sicólogo mexicano, visitarme en Moscú y como conozco de qué es capaz, estoy seguro que lo hará tarde o temprano.
¿Ahora díganme qué tiene en común las noches blancas, la música y México?: Correcto es la amistad, la que une a personas de distintas culturas e idiomas diferentes con lazos afectivos indisolubles que vencen a las distancias y al tiempo. Espero que así sea, hoy y siempre.
* Autor y traductor