Por: Salvador Echeagaray
Tal y como sigue diciendo el dicho popular “A grandes males, grandes remedios”, en referencia al problema sentimental que sufría Cuquita, aconteció que entre paseos a playas mazatlecas y recorridos por pueblos cercanos con reconocidos atractivos turísticos, así como otras actividades ocupacionales que pretendían fueran el remedio que curara el “mal de amores” de la enamorada mujer, transcurrieron varias semanas en las que campeó la diversión y entretenimiento contándose como era natural, jovenes con futuro promisorio …
Un día, visitó a la familia porteña del Hacendado, un personaje de buen aspecto y educada apariencia que se volcó en atenciones hacia la frágil mujer convaleciente aun del doloroso trance amoroso causado por la ausencia y lejanía del ranchero amado.
Así, la persona de edad madura, con características físicas peninsulares, se volvió asiduo visitante en la “Quinta” familiar propiedad de Don Federico, desde la cual causaba placer la contemplación de las playas y la impresionante paleta de colores que sobre el horizonte, dibujaba bellos atardeceres en las lejana franja poniente del Océano Pacífico.
Don Alfonso Esquivel de la Riveira, viejo conocido del rico hacendado, se hacía pasar como un próspero empresario minero y comerciante que traficaba en las áreas de exploración y explotación minera ubi-cadas en los límites de Sinaloa, Durango y chihuahua, por lo que el interés que mostraba hacia Cuquita contaba con la simpatía y el agrado del hacendado.
Dicen que el tiempo y la distancia suelen ser los mejores remedios para la “cura” de amores imposibles, don Alfonso como le llamaban los allegados a su confianza y linaje, contando con el beneplácito de Don Federico, y reconociéndose en el ilustre personaje la dignidad y la pertenencia a la clase social que Cuquita merecía, se aceptó el noviazgo y consecuentemente, el lógico resultado que se avizoraba en el destino de Cuquita observándose en esta relación el cumplimiento del estricto protocolo que las circunstancias exigían en esos tiempos, en favor de las gentiles damas pertenecientes a la alta clase social del puerto de Mazatlán.
Colmada de atenciones y halagos de parte de aquel caballeroso pretendiente español, Cuquita dejó de pensar cada vez menos en el indolente novio pueblerino que habiendo transcurrido varias semanas de la obligada separación física, al menos pensaba ella, su “novio”, no había hecho intento alguno de acercarse o tratar de verla como fuera, considerando las libertades y las facilidades que él como hombre tenía a su alcance al no tener atadura familiar ni mucho menos social, que le impidiera venir a Mazatlán en su búsqueda.
Ignoraba la desinformada y cada vez más decepcionada mujer, las verdaderas circunstancias existentes alrededor del “enamorado” Esteban que le impedían material y emocionalmente, pensar siquiera, en hacer el viaje al puerto mazatleco.
Desconocía Cuquita la pobreza en la que Esteban vivía.
No sabía que el “Novio” trabajaba en la pequeña parcela solar que rendía a veces, sólo lo indispensable para satisfacer mínimamente las necesidades alimenticias de la familia. Año con año, había necesidad de ocuparse en las siembras de los ricos del pueblo que habían acumulado las mejores tierras en ambas márgenes del rio Piaxtla, obrando lo que fuera necesario para ser contratado por el pago de un mísero salario, en agotadoras jornadas que se extendían de sol a sol.
No comprendía la enamorada mujer, esta rea-lidad existencial que Esteban padecía y que implicaba para el joven, la más cruel esclavitud a la que estaba su-jeto al igual que el resto de los campesinos de la propia Comunidad y de los labriegos sinaloenses, que nacían y morían en las haciendas y en los pueblos satélites de las mismas trabajando la tierra que antes perteneció a sus pueblos y a ellos, arrebatadas después arbitraria e injustamente por medio de la fuerza del dinero de capitalistas porfiristas, quienes compraron conciencias de corruptos funcionarios gubernamentales de todos los niveles generando el surgimiento de caciques locales, leales a los cerrados grupos de intereses económicos coludidos con los mismos acaparadores y quienes a través de pistoleros contratados, sembraron la muerte y el terror entre la población rural que se atrevió en un gesto heroico, a exigir el reparto de los latifundios que explotaban los ricos terratenientes.
En este estado de cosas, el “Novio”, por decisión y capricho de la rica hacendada, no tenía interés, ni habría en su incierto futuro, posibilidades de tiempo ni el mínimo de recursos económicos para soñar si-quiera, con hacer viaje alguno en la búsqueda de Cuquita.
Pero la vida inexorablemente sigue su marcha y sus personajes protagónicos o no, cumplen su destino.
Así, los Novios decidieron “ponerle fecha a la boda” como se dice popularmente, acordando la celebración de la boda en la impresionante Catedral basílica de la Inmaculada Concepción del puerto de Mazatlán, construida a partir de 1856 y abierta a la feligresía en 1899, como expresión arquitectónica del gótico y el barroco mexicano.
En su momento fueron convocados los aboga-dos de cada uno de los novios para efecto de que se redactara el convenio al que habrían de sujetarse los “Esponsales”, precisando específicamente la dote que otorgaría el hacendado, hermano de la novia, en favor del pretendiente, tal y como era la costumbre traída de la madre patria por los ascendientes de los criollos mexicanos nacidos en América y quienes formaban parte de un reciente y orgulloso concepto patrio.
En cierta ocasión, departiendo en compañía de sus amigas más cercanas, en las amplias terrazas de la Quinta familiar, en aquel ambiente romántico embellecido por el crepúsculo de un tibio atardecer, Cuquita alzando la voz para ser escuchada por todas, preguntó: -¿muchachas, que les parece si me caso en la Iglesia del pueblo de San Javier, ahí donde vive el Esteban, cerquita de nuestra Hacienda?.
Silencio absoluto del grupo.., que se interesó de repente, tan sólo en la contemplación del sol que lentamente se escapaba de la costa rumbo al poniente. La novia insiste.., -¿Que les parecería casarme en las propias narices del Esteban, ese rancherito que no tuvo los pantalones para defender nuestro amor… ¡para que sepa el ingrato de lo que se perdió! , exclamó con una rencorosa actitud, hasta ese momento desconocida por sus íntimas.
Alma, la confidente y la más cercana a sus afectos, dejó transcurrir unos segundos y enfrentando la cólera de Cuquita, habló pausadamente, pero con el volumen de voz suficiente para que escucharan las demás: – “querida amiga nuestra, hemos escuchado con gran respeto el sentimiento de frustración y enojo que expresas en contra de tu ex novio, te hace bien desahogarte, hazlo cuantas veces consideres necesario.., aquí estamos contigo ahora y estaremos en tu presencia cuantas veces nos necesites.., sabes que cuentas con todas nosotras que te queremos y no te abandonaremos en la manifestación de tu dolor que pronto pasará.., todas te ayudaremos a olvidar a Esteban, te aseguramos que habrás de lograrlo, Cuquita”-.
Habiendo enfrentado esta difícil experiencia emocional, quedó manifiesto para el grupo de preocupadas amigas de la novia, la urgencia de acelerar los preparativos de la boda que una vez celebrada, implicaría enviar a viajar por el mundo durante un largo periodo de luna de miel, a la rencorosa novia, quien habría por otra parte, alejarse para siempre del pueblo donde vivía Esteban y hacer visitas muy de vez en cuando a la hacienda de los “Pozos”.
Precisado el lugar y el día de la ceremonia eclesiástica, se elaboraron y enviaron las elegantes invita-ciones a las familias que integraban la flor y nata de la sociedad del puerto, así como a familiares y amigos de las ciudades de México, Guadalajara y Tepic. Una de ellas suscrita sólo por la novia, fue enviada a San Javier..
Cuando las amigas de la novia se enteraron de que Cuquita había enviado con un propio invitación a Esteban, dieron de gritos. No la encararon para no preocuparla, pero para ellas surgió el fundado temor de que el “Ex novio” considerara la invitación como un ofensivo reto y reaccionara como lo temían, al creerlo un simple campesino sin educación, falto de modales y ningún trato social.
Previendo que Esteban, “reaccionando al agravio y la “traición” que cometería la supuesta Novia hacia su persona casándose con otro, faltando a sus promesas de amor eterno hechas con repetidos y sentidos juramentos de por medio, acudieron a un militar de alto rango a la sazón Jefe de la Policía del Estado y ante quien explicaron el temor de una intromisión violenta del despechado ex novio en el desarrollo del sagrado sacramento durante la celebración de la boda al interior de la Catedral Basílica.
La señorita Alma, quien encabezaba al grupo de amigas de Cuquita, obtuvo la formal promesa del Mílite, compadre y gran amigo de su Padre, las seguridades de que se organizaría un escuadrón especial de agentes con ropas de civil para que resguardaran los accesos de la Iglesia, antes y durante la ceremonia religiosa.
* Notario y autor