Por: Alberto Ángel “El Cuervo”
—¿Escritor… En serio…?
—¡Sí, en serio! ¿por qué te parece tan raro…?
—Pues no sé… y ¿de qué vas a vivir…?
—Cómo qué de qué voy a vivir, pues de mi trabajo… Si no soy político…
—Por eso, de qué vive un escritor, en qué trabaja o qué…
—Pues escribiendo, cabrón, en eso trabaja…
—No te enojes, chingao…
—Pues pa’ preguntitas que haces, carajo…
—Pues es que lo normal es que trabajes en algo de verdad, no sé, doctor, ingeniero, piloto, licenciado, comerciante o algo así… ¿y tú…?
—Yo voy a ser artista…
—¡Otro, jajajajajaja hagan algo de provecho joder… Ya como estás en el coro te crees joselito jajajajaja!
El diálogo se daba allá en la adolescencia cuando los caminos infantiles se bifurcaban para dar paso a los sueños de manera individual… Así, los extraños del grupo, ya nos enfilábamos a ser Turi y yo… Luis Arturo Ramos Zamudio… Me había aprendido su nombre completo porque su identidad como “Halcón Negro” era LARZ…
El mío era ARBA éramos los únicos dos que utilizábamos nuestras iniciales como pseudónimo en aquel juego de héroes de historietas (ahora insisten en llamarles comics) que jugábamos montados en poderosos aviones a chorro disfrazados de bicicletas en mi inolvidable colonia 18 de marzo…
Pasarían muchos años sin que Turi y yo volviéramos a saber uno del otro más que por lo que contaban los amigos acerca de los amigos de aquella Minatitlán de mis amores que se habían ido yendo a las distintas metrópolis que ofrecían una adecuada preparación para un “trabajo de verdad” como ingenieros, médicos, pilotos y demás.
Vendrían tiempos de escuela, en donde de manera complaciente seguía el camino de lo establecido al mismo tiempo que mi vocación por las artes… Poco a poco apuntaba hacia la música, la plástica y la literatura en aquellos foros e instituciones que se me brindaban en el camino. Mucha gente reprobaba mis sueños argumentando, en un intento de tranquilizar a mis padres, que no eran más que momentos de inocente adolescencia que ya se me pasarían.
las pruebas cruzadas que tienes pendientes para la cirugía, terminas tu jornada de trabajo y a la salida le pides a Carmelita mi secretaria que me avise para ver a qué hora te puedo recibir. Me presentas la renuncia por escrito y mañana o pasado te responderé a ver si la acepto. Es todo, tengo junta.
Así lo hice, era el Hospital de PEMEX, donde yo manejé el banco de sangre dados mis estudios de QBP. Ya después, con más calma, mi padre en casa me preguntó por qué abandonaba una carrera que me iba a dar seguridad, prestigio, etc. Y le respondí: Mira viejo, ya te di gusto estudiando algo que todos aprueban de una u otra manera.
Ahora me voy a lo mío que es la vagancia… Un poco en tono de broma había dicho lo anterior, pero desde luego mi viejo lo tomó como algo que encendía los focos de alarma en torno a mi formación.
Pero si se le hizo absurdo que abandonara esa primera carrera, mayormente absurda le pareció mi decisión de haber ingresado a la UAM-X en busca de una formación dentro de las Ciencias Sociales. Concretamente buscaba Filosofía y Letras, Pero a la UNAM, no podía entrar dado que había estudiado en el IPN y tendría que repetir toda la preparatoria. La UAM, en tanto que universidad “abierta al tiempo”, aceptaba estudiantes egresados de vocacional, preparatoria o incluso de la normal.
Para mi decepción, no había en ese entonces la carrera de letras y me vi atraído por la carrera de Psicología que escogí por considerar que tenía que ver con todo y de manera especial con las artes. Fue entonces cuando comenzó mi contacto con el mundo de la literatura.
Un amigo, docente de la UAM, fue quien me conectó con el centro mexicano de escritorres, por otro lado, tendría la fortuna de conocer a mi hermano Mario Arturo, el gato Ramos… Fue un personaje por demás pintoresco quien nos presentó: Augusto Monsalve, director de la editora musical donde Mario trabajaba y realizaba labor de taller de composición más allá de los intereses propios de la “música o canción industrial”.
El gato, Rincón, Florentino, Felipe, el Oaxaquita, secre de todos y escudero del gato, fueron algunos de los personajes que contribuyeron a mi cercanía a ese otro mundo que era de alguna manera ventana a la cultura. A la par, en aquella inolvidable librería y foro cultural “El Ágora”, conocería a mi siempre admirado maestro y amigo el celebérrimo Juan Rulfo…
Otro Juan me lo había presentado, ese Juan que tal vez haya sido el último de los verdaderos “libreros de oficio”. Era Juan Morales alguien que lo mismo sabía de las novedades que la parte comercial de la literatura, “best sellers” y demás, que de títulos que podrían ser interesantes para cada uno de sus compradores. Ahí, combinaba el placer del café, la lectura y el taller con Juan Rulfo a quien me encontraría después en el Centro Mexicano de Escritores…
Muchas cosas recuerdo de mi admirado maestro. Pero tal vez una de las que más me impactó fue, cuando después de la primera producción musical al alimón con Mario Arturo, le dije: Maestro, estamos escribiendo canciones buscando o más bien, dentro de la influencia de su literatura… Es música campirana. Rulfo me interrumpió y me dijo: “¿Por qué dice usted música campirana y no música campesina?” yo no supe qué contestar…
Por si fuera poco, cuando se lo comenté al gato, por única respuesta obtuve la carcajada tan característica de Ramos que bien conocen aquellos que tienen la fortuna de haber escuchado cuando se convive con él… Así, aprendí a reirme de todo, a no tomarme tan en serio aún en los casos y situaciones de la mayor formalidad posible.
Un taller de poesía, charlas interminables sobre literatura, caminatas en cualquier rumbo de la ciudad donde los gatos encuentran siempre magia y quien los acompaña también… De ese modo llegamos a la primera aventura literaria propiamente dicho: Amerindia, Cincuentaymás y muchas revistas donde esporádicamente escribiría.
Suplementos culturales de El Heraldo, Mi Ambiente, etc… Hasta llegar a este incomparable periódico “La Voz del Norte”. Siempre con la intención cultural por delante, siempre con la conciencia plena de, como decía la letra de aquella canción, “sembrar jardines donde había basureros…” “A parir, madres latinas, a parir más guerrilleros…” Cada número de La Voz del norte, se convirtió en parte absoluta de la intención de sembrar jardines de conciencia por medio de la cultura…
Cada semana la ilusión de recibir físicamente el periódico y distribuirlo dondequiera que cupiera la posibilidad de hacerlo, cafés, instituciones educativas (incluso oficiales), consultorios, oficinas varias incluida una sala de belleza en Veracruz donde Leticia Maza se encargaba de darlo a sus clientas…
Por momentos, parecía que se acercaba el fin de la publicación… En otros, el sentir era al contrario… Con La Voz del Norte se da la oportunidad de conocer otros personajes no menos pintorescos y desde luego la de reencontrarnos con muchos compañeros que de igual manera luchan por la cultura en los diversos frentes donde se les posibilita.
Juan Cervera, Avilés, Jesús Raúl Rincón Meza quien no se cansa de reclamar mi irreverencia al presentarle al Maestro Juan Rulfo como “mi compa”… Víctor Roura, un loco colega y soñador narrador de magia.
El maestro Chaidez, quien en Tijuana ha sido motivante del cambio maravilloso que la puerta de latinoamérica muestra hoy en día. Carlos Antonio Sosa, quien ha sido complice propulsor de nuestra labor a lo largo ya de seis años de insistir con la palabra escrita en este bello periódico…
Y por supuesto, ir de la mano de Mario Arturo Ramos, mi hermano gato, en este sueño, ha sido de nueva cuenta esa caminata eterna digna de todos los felinos… Así, el periplo cultural por medio de La Voz del Norte, me permitió conocer otro Culiacán más allá de los tacos Gobernador y el barrio de Tierra Blanca, otro Guamuchil en donde se conjuga Pedro Infante con Pancho, el más grande y refinado mentiroso de la historia de esas regiones en su eterna discusión con el viejo a quien no se cansa de lanzar diatribas y bondades al mismo tiempo…
Ellos junto con Chuyito, me permitieron entender que la existencia del surrealismo va más allá de Dalí y André Bretón… Todo eso por medio de La Voz del Norte… Seis años… Seis… Gracias a todos los que colaboran de manera directa o indirecta con este valioso y bello instrumento de promoción cultural.
Con los años, volví a reencontrarme con mi amigo de la infancia, con Ramos, el otro Ramos, Luis Arturo a quien obsequié algunos ejemplares de La Voz del Norte ostentándome con gran orgullo como colaborador del mismo. Algunos compañeros de la infancia se acercaron a nosotros…
—Qué onda, cómo están, qué han hecho, a qué se dedican…
—Pues yo en la literatura…
—Yo en el canto, la pintura y ahora le platicaba a Turi de la parte literaria de mi oficio en La Voz del Norte…
—¡Qué bien, los felicito, todos nos sentimos orgullosos de ustedes…! Y… ¿En qué trabajan…?
*Economista y compositor