Por: Juan Diego González
Las bugambilias están floridas y su color púr-pura intenso, inevitablemente me hace recordar la voz de Alonso Vidal: “Acá atrás, pásale, estoy terminando de escribir”. Vivía Alonso por la avenida Heriberto Ajá, allá en Hermosillo. Una casa de arcos en la entrada y debía uno atravesarla para llegar hasta el traspatio.
Ahí estaba una mesa vieja pero maciza, llena de periódicos y algunos libros, una máquina de escri-bir, un diccionario y en el suelo, flores de bugambilias que se arremolinaban en los pies enfermos de Alonso. “Juan Dieguito, qué bueno que viniste”. Alonso se qui-taba los lentes, me arrimaba y una silla, luego sacaba la hoja de la máquina y me lo enseñaba.
Después me ofrecía agua y de inmediato pasaba a preguntarme por tal o cual funcionario universita-rio o de la Secretaría de Educación. En ese tiempo era reportero del desaparecido periódico “El Independien-te”. Luego la charla derivaba en autores y libros.
Cuando Alonso tenía alguna duda, me indicaba en que librero y cual estante estaba determinado libro. Alonso ya tenía problemas de movilidad, junto a su cama estaba una silla de ruedas que lo hacía des-plazarse por la casa. Me levantaba, tomaba el libro indicado y lo llevaba con Alonso. Eso de la duda, yo sabía que no era cierto, Alonso tenía una mente lúcida y una severa memoria.
Su intención era que viera la dedicatoria y el autógrafo. Antes de retirarme, me llamaba la atención: “Y te pedí de favor, que me podes la bugambilia, que la dejes pelona”. Pero Alonso -lo atajaba- es una mata colorida, con muchas flores. “Son flores para los muer-tos” me decía muy serio.
Le prometía que en la próxima visita, lo haría. Y así se lo fui prometiendo, sin cumplirlo. Y Alonso a recordármelo cada vez que las flores sueltas se le en-redaban en los pies.
Alguna vez lleve a mis hijos a visitarlo. Alonso se puso muy contento. Sobre todo al más pequeño (Fernando) le preguntaba cosas y le acariciaba el pelo, como un abuelo cuando lo visitan los nietos. Hace poco les pregunté si se acordaban de Alonso.
Ya están a punto de terminar el bachillerato. Fernando me dijo que no. Diego, el mayor, me dijo que lo recuerda en la silla de ruedas y con la sonrisa falta de dientes. “Cuida mucho a tus hijos, cuídalos mucho”.
Esa fue la última frase que Alonso me dijo. La mirada tierna y una sonrisa dulce en su rostro maltratado por la vida y la enfermedad que lo aquejaba. Es-taba de pie, en bata de hospital y a manera de bastón, se sostenía del perchero móvil que sostenía el suero conectado a su brazo izquierdo.
Salí de la Clínica del Noroeste, me enfilé hacia el jardín Juárez. De paso vi el hotel Montecarlo, donde siempre se hospedaba Mario Arturo Ramos cuando es-taba en Hermosillo a visitar a Alonso.
En esos momentos ignoraba que ya no hablaría más con Alonso, ni me regañaría por la bugambilia ni me contaría anécdotas y chismes de los políticos sonorenses, secretos de la clase adinerada de Hermosillo. En esos momentos recuerdo una gran nostalgia sobre mi espalda y la frase de Alonso: “Cuida mucho a tus hijos, cuídalos mucho”, golpeando mis sienes.
Dos días después alguien me envía un mensaje de texto con la noticia. Hablo por teléfono con el Cheik (Eleazar Bórquez) y le digo que no es cierto, que lo vi sonriendo todavía. El Cheik me confirma lo inevi-table. Aplasto sin ganas la tecla “fin de llamada” con el pulgar derecho. Y mis recuerdos se van al pasillo de la Escuela de Letras y Lingüística.
Viernes de fiesta y bohemia. Un grupo de compañeros hablan de ir la casa del poeta Alonso Vidal: “Es otra con Alonso”, “No acepta los convencionalismos” “¿Ya leíste sus poemas?”. Intrigado por ese nombre que ningún académico mencionaba en sus clases, decidí colarme a la reunión.
Debo confesar que esa vez, Alonso no me dejó pasar al porche de su casa. Ni siquiera le vi el rostro, oculto tas la ventana y la le tenue luz de la sala, escuché que preguntó por mí, que si quien me había lleva-do: “Que no entre, no lo conozco”. En plena banqueta, mis compañeros me servían cerveza y así conocí la casa de Alonso Vidal Balbastro.
Casa que después sería un centro de reunión para planear tantas cosas con el Alonso, como aquella vez que desmintió la fecha de fundación de la Universidad de Sonora y se armó la gorda, porque faltaban precisamente dos días para el aniversario.
Políticos, historiadores, académicos y hasta los vendedores de hotdogs dieron su opinión. Alonso se reía a sus anchas en el patio trasero. “Ya viste, Juan Dieguito cómo se hacen las cosas. Mira, mañana vas a publicar esto y esto otro”.
Nos haces falta Alonso, tanta falta para salir de este marasmo de cotidianeidad, de esta vida que no vale nada, vas por la calle y zas, un pendejo te mete un balazo o un prepotente te echa la troca encima y quedas como gato apachurrado. ¿Y? Nada, la gente sigue en sus compras, sus chismes, su nadería, si acaso algún acomedido te echa una toalla encima “pa ´que no le pegue el sol, mientras llega la ambulancia”.
Bien lo dijo Ismael Mercado Andrews, el día de tu funeral: “Alonso tenía una grandiosa habilidad para llamar a los jóvenes hacia el arte y la literatura, de provocar en ellos las ganas de hacer las cosas di-ferentes, Alonso le cambió el sentido a ser promotor cultural y eso debemos recordarlo siempre, hay que conjugar el verbo Alonsovidalear, yo alonsovidaleo, tú alonsovidaleas, él alonsovidalea y así, seguirle, ese es el mejor homenaje que podemos hacer”.
10 años sin Alonso. ¿Alguna autoridad lo habrá notado? Para ellos es mejor que se olvide, Alonso sabía muchos secretos, pero sobre todo, Alonso movía la conciencia de los jóvenes, los estrujaba para que no se dejaran envolver por el confort y la vida tranquila tras un escritorio.
¿Habrá una institución que recuerde las publicaciones de Alonso y se aventure a reeditarlas en una obra completa? Alonso me haces falta. Nuestra amistad se construyó edificada en la tinta, en la palabra escrita, en los libros y sobre todo, en el respeto.
Contigo conocí a grandes escritores y de algunos me volví su amigo, como lo es ahora Mario Arturo, editor de esta Voz del Norte que sostiene el lector en sus manos. Alonso, ¡salud y hasta siempre!.
* Escritor y maestro, coordina el taller “Después del café”.