Por: Miguel Ángel Avilés
Nadie puede andar sin reencontrarse alguna vez con el pasado. Somos migrantes que surcamos en cada paso para ir sembrando lo que hacemos, muchas de las veces sin darnos cuenta, hasta que un día, aquello se ha vuelto una enredadera interminable de recuerdos, de conquistas, de rituales, de logros, de edificaciones , de contrastes, de perplejidades, de heridas, de gozo. Eso que hay es lo que somos y queremos contarlo a guisa de testamento inmaterial para fedatar esa otra existencia nuestra: la que trasciende.
No dejes que la vida te consuma antes de contarlo todo. No. Sé cómo Rafaela Vizcaíno y luego vuélvete ceniza.
Hay modos de saber cómo hacerlo, uno de ellos es leyendo el libro Con Fragilidad de Cacto. Rafaela Vizcaíno compilado y prolongado por Edith Villavicencio, para variar, otra mujer incansable de este lado norte de sudcalifornia. Habremos de reiterarlo: para entender la obra de un escritor, hay que conocer su vida. Este libro recoge ambas cosas. Vida y obra, presencia y oficio, contemplación y voz, mirada y testimonio; nacencia, crecimiento y plenitud.
Ha llegado la hora de contar: mirar la primera luz de un pueblo y no saber cuántas noches más habrás de pasar en ese punto donde fue el principio, donde fue tu alumbramiento. Desde ahí miraras por la ventana, andarás tus iniciales pasos en ese piso de tierra, correrás por el patio y recorrerás las calles todas como si guardaras cada día los misterios de un tesoro que alguna vez , más adelante, no sabes cuándo , habrás de desenterrar para mostrar al mundo lo que fuiste , y lo que has querido ser. Niña eres y en polvo te convertirás, pero mientras tanto, serás la pastora de tus pasos y de esa forma, en Zapotlán, siempre será más bello el atardecer. Toda esa planicie, Rafaela quiso tatuarla en su corazón que fue la alforja más segura para no olvidar. Porque la memoria es el registro, pero con el corazón se habla.
De este modo lo hace Rafael Vizcaíno en la alternativa que, en el ruedo de este libro, le da la Edith Villavicencio. Es en primera persona como, la nacida en 1931 en Ciudad Guzmán Jalisco, le cuenta, nos cuenta, se cuenta su llegada al mundo y sus primeros años de vida hasta los doce de edad pues el espíritu de Sor filotea de la Cruz conjuraba en su contra para que ella -mujer hiciera estallar su inteligencia, pese a las barreras encontradas rumbo a sus estudios por el sólo hecho de no ser hombre.
Pero la tenacidad es el vagón que te lleva a la conquista de los triunfos, no importa que estos lleguen cuando apenas eres preadolescente. Por eso cualquier se pone feliz y canta como Rafaela:
“Soy la niña más traviesa de la escuela
Fabrico travesuras a granel
Cuando la maestra se descuida
Golpeo a las niñas con gomas de papel”
Eso puede decirlo solamente quien lo sabe todo: de partos /de incendios/de montes/de riegos/de leyendas/ de muertos/de amantes/de templos/de soles/de aguas/de peces/de dogmas y de fe/de tardes, de noches y de amaneceres. Pero al conocimiento se le teme y se le rehúye a veces. Por eso “los grandes” decretaron que las niñas de su edad no podían platicar con la niña Rafaela: porque sabía demasiado de la vida.
Concepción y parto. Ocaso y defunción. Llanto que anuncia una vida. Lágrimas que presagian muerte: sabiduría de mujer. Inquietud de niña metiche y observadora , aprendizaje que se moldeó con la mirada y las ganas de hacer el bien nomás porque sí, pese al recelo y la piedras que había en el camino.
Pero se anda para saber. Se anda avenidas obscuras que te llevan de la mano a un burdel. Se andan también caminos luminosos que apuntan hacían el valle, esa otra tierra que te recibe, como te recibían agradecidas la putas de La Colorada para que le ofrendaras la sanación y el alivio. Por eso todo ese andar se vuelve luminoso. Porque alguna vez, supo quitarse esa venda de los ojos que asignan los prejuicios sociales, y te ponen la mano en la cara, como mamá lo hacía contigo, Rafaela-niña, antes de cruzar la puerta del burdel para que no vieras a las mujeres bailar con esos hombres.
Por eso, nada queda en el olvido cuando se canta:
Estación de Zapotlan/
Cuantos recuerdos tuyos se agolpan/
De esos mis años de niña cuando te miro al pasar /
¡Qué grande parecías!…/
Octavio Paz decía que nunca cortamos el cordón umbilical de nuestro empiece, sólo lo estiramos. Rafael Vizcaíno es un ejemplo. Caminó la ruta del mar y camino la del desierto/triste venia por el camino/meditando mi futuro incierto/.
Ahí estaba el valle de Santo Domingo como Goliat y ella, como David, sin piedras ni hondas. Pero cada día en esa nueva tierra fue de aprendizaje: Rafael juguetona, Rafaela cocinera, Rafaela Cazadora, Rafaela Montés, Rafaela labradora, Rafaela Viajera, Rafaela apostadora, Rafaela sobreviviente: RAFAELA VIZCAINO.
Los años pasan como van pasando las hojas de un libro: Como este CON FRAGILIDAD DE CACTO: 219 páginas con firma al calce para ser exactos. Más de sesenta años después de sortear la migración y todos los avatares que imponen los comienzos. Pero nadie puede andar sin reencontrarse: Es por eso que en esta publicación yace la nostalgia como un gallo de pelea sin alas que quiere irse pero no puede. Esta también el recuerdo amoroso de toda una vida que ronda en la memoria de Rafaela Vizcaino, como un coyote hambriento que no quiere morir. Me parece entonces que San Agustín tiene toda la razón: “El Secreto de la inmortalidad, es vivir una vida digna de ser recordada”.
Y Rafaela Vizcaíno, vaya que lo logró.
*Lic. en Derecho, escritor y Premio del Libre Sonorense