Estatal

The Atole test

Por martes 15 de marzo de 2016 Sin Comentarios

Por: Nicolás Avilés González

Lo que bien se aprende jamás se olvida, reza el aforismo, sin embargo hay cosas que se olvidan y las causas son variadas por ejemplo: enfermedades neurodegenerativas como Parkinson y Alzheimer en-tre muchas, sin embargo hay cosas más duraderas en la memoria; son aquellas que se aprehenden a base de tesón, de repetición como a usar la bicicleta, manejar un auto, ballet, karate; habilidades y destrezas en las que no media únicamente el lóbulo frontal y tempo-rales del encéfalo. En estos aprendizajes se involucran los ganglios basales y el cerebelo, por lo tanto son au-tomáticas, fuera de la voluntad, casi a merced del sis-tema autónomo.

Los mexicanos somos raza del maíz; lo come-mos en forma de tortilla, en granos cocidos como el pozole y el menudo, esquites, o al carbón, en coricos, galletas así como en bebidas calientes como el atole. Este brebaje semilíquido, grumoso se toma acompa-ñado de gorditas que para no desentonar son del mis-mo cereal y son manjares nacionales que llevamos en las venas; casi es sinónimo de mexicanidad como el pulque, el sombrero de charro y el tequila.

Para tomarlo es necesario paciencia ya que siempre te lo sirven hirviendo por lo que hay que en-friarlo y para eso hay que menearlo, este vaivén cir-cular tiene la finalidad de no dejarlo que se asiente y que no se haga grumos. De manera simultánea se sopla para que disminuyan paulatinamente los grados de calor. Es obligado tomarlo sorbo a sorbo para no quemarte la boca.

Este meneíto y sopladito es inherente a la mexicanidad, como el cielito lindo, el mariachi y la banda por acá en Sinaloa. Casi me atrevo a asegurar que no hay mexicano o que se precie de serlo que no traiga arraigado el meneíto y el sopladito al beber el atole.

Cuando lo escuché hablar aquella tarde dentro del circulo que formaban un pequeño grupo de amigos que se juntan a diario con el objetivo de debatir sobre temas diversos, además para desafiar a los mosquitos que abundan al caer el sol. No daba crédito al esfuerzo de verbal que hacía aquel sujeto desaliñado y viejo cuando intentaba comunicarse con los demás.

La dinámica consistía en dar respuestas a las preguntas sobre el tema en turno, para esto intervenía un joven hacía a las veces de traductor; las respuestas o preguntas del sujeto y que iban dirigidas al grupo, el muchacho después de escucharlo hablar el idioma de Shakespeare enseguida las doblaba en idioma de Cervantes con el que se conectaba con los de la “Esqui-na que arde” y viceversa, del castellano hacia el inglés

que hablaba el homeless que hoy estaba frente a mí.

El sol que aunque se perdía en el horizonte provocaba un calor que casi derretía nuestros cuer-pos haciendo más espesa la atmosfera que se vivía en aquellos momentos de confusión y dificultades de comunicación. El viejo tratando del responder y a su vez preguntar y el jovencito tratándole de dar fluidez y coherencia a las partes.

Inmediatamente vino a mi memoria aquel jo-ven que hace más de cuarenta años brincó al tren de medio de la noche; el mismo que por lento y tedioso le llamábamos el “burro” iba con rumbo a Mazatlán. El motivo, disfrutar de la fiesta más rumbosa que se realizan en el puerto; lo haría dentro de un lapso real-mente interminable ya que el recorrido desde nuestra estación de ferrocarril en Costa Rica a la tierra de los venados eran cuatro horas por lo pesado y lento vehí-culo de acero cubriría los doscientos kilómetros que lo separaban de la algarabía del pueblo mazatleco.

Inmerso en vaivén infinito del “Burro”, nues-tro paisano conoció a una americana pobre, viciosa, resaca del movimiento hippie; de aquel que se gestó en los sesentas donde la juventud se volcó a las calles, campiñas vestidos de harapos y con el pelo, barba y bigotes largos. Llevando como propuesta paz y amor como objetivo final detener la masacre de los jóvenes norteamericanos y de pueblo y ejército vietnamita. Esta protesta terminó entrados los setentas en los Es-tados Unidos.

Esta mujer llevaba los mismos propósitos que el Gilón, divertirse a lo grande en todo el malecón del puerto sinaloense. Donde las calles que se engalanan con mujeres ataviadas de ropa festiva y varones por-tando antifaces que los hace un misterio y a la vez con-lleva una atracción implícita. Este encuentro marcó y definió su existencia. Que en el pueblo trascurría sin nada digno de escribir a casa; entre entradas al Inge-nio de azúcar como eventual a pasar y pasar el tiempo transitando por las calles de tierra de nuestro lugar de origen. En fin sin oficio ni beneficio.

Esta gringa se lo llevó a San Pedro, California, donde dedicó su tiempo a los servicios de jardinería como modo de ganarse la vida. Enseguida regresos a menudo para visitar a sus padres y a amigos de nues-tro pueblo cañero y de paso presumir lo logrado en avances económicos y lingüísticos. Con el paso de los años estos retornos se hicieron cada vez menos fre-cuentes y de tanto no venir se le fue olvidando el idio-ma materno, hasta el punto que esa tarde necesitaba intérprete para charlar con sus antiguos amigos de la infancia.

Muchas veces dudé lo que escuchaba era cier-to, a veces llegué a creer que era una broma lo que veía, lo que sentía. Lo que me venía desde dentro que era una especie de sentimientos encontrados; ira e incredulidad de que sucedía. Me preguntaba ¿cómo una persona puede olvidar sus raíces, su aprendizaje, como puede negar la existencia misma? ¿Cómo puede desdeñar a sus amigos, a su pueblo a su país al olvidár-sele o negar hablar su idioma materno?. Enseguida me llegó el tema tratado por Paz en el Laberinto de la So-ledad donde aborda el tema de los pachucos. Personas nacidas en tierras americanas pero hijos de migrantes mexicanos que negaban su mexicanidad, pero a la vez rechazaban integrarse a la sociedad americana, por lo que hablaban span- English. Acá el detalle era diferen-te Gilón nació y vivió hasta los veinte y cinco años en nuestro pueblo y luego se marchó rumbo al norte a buscar el sueño americano.

Lo que se aprende con parte anterior del en-céfalo puede modificarse e incluso olvidarse por efec-to de una enfermedad en los lóbulos frontal, temporal y especialmente áreas del hipocampo o mediante el perder el contacto por muchos años con lo ya vivido. Apelé a esta información para tratar de darle sentido, coherencia a lo que escuchaba a lo que me hacía inve-rosímil; el Gilón Bernal ya no recordaba el español.

El aspecto físico del migrante era más bien desagradable, su rostro irregular por cicatrices de acné conglobata que había padecido entrado la adolescen-cia le había marcado la cara. Además, ahora su piel lu-cía ceniza, de aspecto sucio. Su ropaje no era ni mucho menos de lo mejor, más bien estaba desaliñado, des-cuidado en su limpieza y su vestimenta que consistía en un bermuda sucio, viejo, raído, tenis Converse y una playera tipo polo de las baratas.

Imposible bajo ninguna circunstancia pasar como anglosajón, llevaba el nopal tatuado en la frente. A pesar que el idioma que hablaba en esos momentos

era el de nosotros. No había nada que justificara seme-jante desatino, imposible no ver su genética, su origen racial, Gil era latino sin lugar a dudas.

Hasta ese momento comprendí el por qué los agentes de migración del lado americano, confinan a los indocumentados en una zona donde el frío es riguroso. Y cuando están a punto de congelación les proporcionan atole caliente. Y a través de un cristal ob-servan el comportamiento para con dicha bebida.

Los movimientos de rotación de la taza, el so-pladito, son aprendizajes que se graban de manera au-tomática y son la base de movimientos automatizados que se aprenden con el contacto con la bebida. Este es el principio por el cual podemos montar bicicleta en etapas últimas de la vida y hacerlo de manera correcta a pesar de no haberlo hecho durante muchos años. O sea estos aprendizajes nunca se olvidan. Por lo mismo podemos en determinado momento perder la capaci-dad de comunicación del idioma materno pero nunca de soplar el atole al tenerlo entre nuestras manos.

El principio del Atole test se basa en este aprendizaje automático, por lo que el sujeto no puede modificar la conducta a voluntad. Este conocimiento es el fundamento neurofisiológico del detector de menti-ras, test que se aplica a los criminales, a funcionarios de poder judicial en las pruebas de control y confianza. Los migras lo utilizan para conocer de dónde proceden los ilegales y sin lugar a dudas depórtalos.

El Gilón Bernal reprobará the atole test sin lugar a dudas, esta lo delatará a pesar de que hable el idioma del Ratón Vaquero y lo regresarán a la calle Isabel la Católica, misma que dejó hace cuarenta años y de paso reaprenderá el idioma con lo que se comuni-can los que nunca migraron de Costa Rica en busca del American Dream.

*Director del Arichivo Historico del Estado de Sinaloa

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