Por: Gilberto J. López Alanís
Por motivos onomásticos, recibí de este año un magnífico regalo, las Obras Completas de Sor Juana Inés de la Cruz, a esto, se agregó la visita que hice en Enero a la hacienda de Panoaya, cerca de Amecameca, en el Estado de México, donde Sor Juana, al pie del Iztaccihuatl y el Popocapetl, disfrutó su niñez de lectora, disfrutando la biblioteca de su abuelo y una cosa más, el padre Mario Ramón, de la parroquia de Amecameca, me señaló el rincón, atrás del altar de la capilla de la hacienda, donde se escondía para no ser molestada en sus trances de gran lectora.
Años después, a pesar de su condición o por la misma de enclaustrada en el convento de San Jerónimo en la señorial Ciudad de México (no soportó el rigor de las Carmelitas descalzas) por sus escritos, el tema de la libertad adquiere singular importancia en esta genial mujer mexicana y española del siglo XVII.
En sus tempranos romances, al presentar
uno de ellos, ordenado por su protectora la Condesa
de Paredes después de justificarse ante sus posibles
lectores y por si se publicaran, expresa:
“No hay cosa más libre que
el entendimiento humano;
¿pues lo que Dios no violenta,
por qué yo he de violentarlo?”
Exacto, el acto más significativo de la libertad, es el de conocer y reflexionar, y en ese terreno ningún dios puede interferir; está convencida de que Dios no vulnera el entendimiento y se pregunta por qué han de hacerlo los mundanos? Tan importante reclamo, la sitúa en la línea de una decidida lucha por la libertad de expresión en el virreinato de la Nueva España, que a la postre le causaría sinsabores con la curia dominante. El estupor era impactante: una mujer que lee, piensa, escribe, defiende sus propuestas y para colmo atractiva, me imagino que toda ella era un espectáculo.
Por sus romances filosóficos, la monja de los volcanes, precisa que el entendimiento también es el camino de la felicidad o del sufrimiento; en el ejercicio del entendimiento, consentía en colocarse en ambos extremos, para provocar a sus lectores – que sabía los tenía y muy ansiosos.
Supo que el ser descansa cuando entiende y que la ignorancia es la fuente del sufrimiento. Aceptó que se puede fingir la felicidad e imaginarse dichosa; todo en un acto voluntarioso, en ese afán de ser mejor, transitando el camino de perfección teresiana. ¡Qué terapia de sanidad mental! Supo que ingir la felicidad es un “triste pensamiento”, sin embargo valora en extremo tal posibilidad como cotidianidad en sus posibles lectores.
“Finjamos que soy feliz,
triste Pensamiento, un rato;
quizás podréis persuadirme,
aunque yo se lo contrario:”
“Sírvame el entendimiento
alguna vez de descanso,
y no siempre esté el ingenio
con el provecho encontrado”
En actuales situaciones tan contrapuestas, de tan disímbolas razones, vemos como a unos la vida les causa risa y a otros provoca llanto. Amargura y felicidad campean los tiempos de siempre y en estas disquisiciones apela a dos filósofos griegos callando sus nombres. Sin embargo, en la dualidad del mundo, donde los contraste se entrecruzan, la hermosa Sor Juna se pregunta ¿por qué se escoge el infortunio? ¿Quién eres tú para tal decisión si Dios mismo no te ha dado esa mala libertad?
“Todos son iguales jueces;
y siendo iguales y varios,
no hay quien pueda decidir
cual es lo más adecuado”
“Pues si no hay quien lo sentencie,
¿por qué pensáis vos, herrado,
que os cometió Dios a vos
la decisión de los casos”
“¿O por qué contra vos mismo,
severamente inhumano,
entre lo amargo y lo dulce,
queréis elegir lo amargo?”
Sabe la monja cortesana, que la vida está llena de circunstancias adversas, y que estas son tan fuertes que muchas veces se imponen sobre quien las sufre, sin embargo se duele de que saber y conocer (el entendimiento) sucumben ante el entorno violento de la vida, el contexto dirían los modernos analistas sociales. Por eso apela a la mismidad del entendimiento como un acto de libertad; llama a imponerse a tan fatal consecuencia:
“Si es mío mi entendimiento
¿por qué siempre he de encontrarlo
tan torpe para el alivio,
tan agudo para el daño?”
Al Entendimiento le dedicó sutiles representaciones en dramatizaciones públicas y privadas, al conferirle al tal forma especulativa, palabra y confrontación con otras, tal es el caso de la Devoción, Escuela y Culto buscando en los espectadores lecciones de vida. Así en la “Loa de la concepción de María”, representada en la casa de Don José Guerrero en la ciudad de México encontramos esto:
Entendimiento
¿Y tú, Escuela como necia,
de la devoción te apartas?
pues tus razones sin ella,
más serán que doctas vanas.
¿No ves que las sutilezas,
aunque vuelen remontadas,
si el calor no las fomenta,
se mueren en las palabras?
Pablo dice que la ciencia
ensoberbece y levanta;
y el que la Ley ejecuta,
no el que la sabe, se salva.
La Eterna Sabiduría
nos amonesta y declara,
que no entrará la Sapiencia,
cuando es malévola el alma.
Sor Juana (1648-1695) fue y es moderna, mujer de su tiempo; entendió la globalidad del imperio español; consciente que su discurso viaja por los mares para llegar a buen puerto, buscó la vitalidad humana, sin embargo embebida en su cultura, apela a la divinidad natural del entendimiento para salvarse.
* Director del Arichivo Historico del Estado de Sinaloa