Por: Horacio Valencia
No existe un sólo comienzo, y sí diversos caminos posibles. Esta historia se puede contar cuando conocí a los dos aspirantes de escritores, o desde un punto de vista más lejano todavía. Pero es preferible iniciar desde la mañana del 11 de octubre de 2014, día que desayuné con el actor y poeta Carlos Bracho. En la jornada anterior,Bracho nos acompañó en el quinto aniversario de ALTAZOR: asesoría literaria, y presentó su libro de versos Conjuros sobre tu piel.
La fiesta literaria celebró el trabajo del centro de escritura creativa, en Hermosillo, Sonora, donde se reúnen lectores y escritores que buscan bregar sus palabras. En el desayuno del Motel La Siesta, Carlos me sugirió publicar a las personas que han tomado cursos en ALTAZOR: “Debes publicarlos, ya tienen la materia prima. Publíquense por su cuenta porque no hay de otra manera en este país”.
Su voz grave fue una invitación y una consigna. Me dejó un mensaje de justicia y de compromiso con la palabra escrita de aquellos que habitan en el anonimato, en pleno desierto. Justo un año y dos meses después, tras un buen número de horas de edición, presentamos los primeros títulos de ALTAZOR editorial. Dos cuentarios de autores que no pertenecen al mundo literario, si así queremos llamar al territorio de los escritores profesionales, al de los escritores con cierta fama, al de los escritores que se promocionan como piezas extrañas, en ocasiones ridículas. Alfonso Marín es contador y Pablo Sau Soto es ingeniero. Esto da esperanza de que otros, no sólo los iluminados y los condenados, escriban ficción tan necesaria en nuestro mundo inverso, en ocasiones terrible.
Nuestras ficciones dice Alberto Manguel: “pueden oponerse a la imaginación restrictivas de las burocracias, al uso limitado del lenguaje de la política, un universo ilimitado de palabras que, como un espejo, nos ayuden a percibir una imagen de nuestra convivencia”. Cito a Manguel, porque las ficciones, de Marín y de Sau Soto, nacen del deseo de contar por necesidad. Surgen estos dos libros no de concursos, o de padrinazgos, o de recomendaciones extraliterarias. Sus cuentos emergen porque ellos mismos se han empeñado en invertir todos sus recursos para compartir sus pensamientos y sus emociones, tan sólo para nuestra convivencia y su lectura.
En particular Todos los días son ayer de Alfonso Marín presenta dieciocho cuentos, divididos en tres apartados que inician con citas de los tres maestros clásicos del cuento: Chéjov, Poe y Maupassant. El prólogo del libro lo escribe Eve Gil y ella apunta: “Clásico y moderno, siguiendo la escuela de Chéjov –autor del primer epígrafe- Alfonso Marín explora, con un fascinante sentimiento de justicia, la entraña de sus intensos personajes cuya principal lucha –de antemano perdida, para nuestra fortuna- consiste en la contención de las pasiones. Los espíritus de Ana Karenina y Edna Montpellier se pasean cadenciosas, almas en pena, por estos breves pero caudalosos relatos que anuncian la llegada de una innovadora voz en las letras sonorenses: Alfonso Marín”.
Por su parte,Días felices de Pablo Sau Soto entrega a los lectores nueve cuentos que están inmersos en un programa artificial. Esto quiere decir que, las historias y sus personajes que aparentan sensación de realidad, están en esa inteligencia que nos ha pensado por error y que está a punto de abortarnos. Por terrible que parezca, la simulación y la virtualidad, nos sitúan en la antesala del vacío. La muerte, la insatisfacción, el crimen, la locura, el abandono o la perversión son los motivos de Días felices, días que pretenden borrarnos en cualquier instante de la vida precisa y salvaje.
No existe un sólo final, y sí diversos caminos posibles. Esta historia se puede volver a contar cuando desayuné con Carlo Bracho, o desde un punto de vista más lejano todavía. Pero es preferible terminar recordando la voz grave del primer actor: causa y origen de esta editorial situada en el páramo geográfico.
También,finalizar con la imagen de dos hombres intentando expresarse con precisión, en tardes y noches, en la búsqueda de su propio estilo, en el encuentro hermoso y maldito de la imaginación y la escritura. Esa imagen, la de los dos escritores en pleno desierto, es justa para el punto final.
* Escritor y pedagogo sonorense