Por: Miguel Ángel Avilés
Me gustaba más La Paz cuando no había tanta balacera. Me gustaba más La Paz cuando había paz. El punto de quiebre que nos hizo saltar de la delincuencia de barandilla a la delincuencia organizada no sé exactamente cuándo ocurrió, pero esto ya se puso feo. No quiero decir que antes todo esto era un paraíso, la antesala del edén; para nada. Sin embargo, la percepción en aquel entonces, no era de zozobra , tampoco se andaba con el Jesús en la boca cuando se salía a la calle, temiendo que se desatara un enfrentamiento por donde ibas o que, en tu colonia, a espaldas de tu casa, encontraran a un ejecutado o dejaran como coladera a un cristiano que, en unos minutos , se sabrá más de él, con todo su currículo delictivo de por medio, que de sus ejecutores, pues, nuestra policía, suele darnos mayor información del que ya se echaron al plato que de los que salieron huyendo con rumbo desconocido.
Se afirma por lo estudiosos que no hay crimen organizado si no hay contubernio con el poder. Eso significaría que, en este lamentable episodio que vive la historia criminal de La Paz, no se están enfrentando los buenos contra los malos, como solíamos clasificar a los rivales en las series que en antaño trasmitía el canal 10, sino que aquí los grupos supuestamente antagónicos- los que están dando guerra y los que están obligados a mantener el orden- pueden ser como la arena y la marea donde no se sabe en qué límite termina una y donde inicia la otra. La ubicación geográfica de La Paz pudo ser una razón por la cual , en el pasado, no sufrió un crecimiento delincuencial alarmante en cuanto a la incidencia y al tipo de delito, que mas bien eran materia prima para la nota roja de los periódicos locales pero no se podían considerar de gran impacto; a lo mucho, en todo caso, eran ejemplos de conductas antisociales cuyos participes , con sus excepciones, pertenecían a las colonias populares estigmatizadas porque ahí se podía concentrar la raza brava y aquellas emergentes en la periferia cuya composición sufría un mestizaje entre los que eran oriundos de esta región con los que venían del interior de la republica a domiciliarse, luego de que la familia había venido en un primer momento por motivos de trabajo temporal.
Acaso en esta época, había algunos episodios que, por peculiares, tenían mayor resonancia que otros como aquel, de hace muchos años, cuando asesinaron a la encargada de la joyería Él Brillante para robar y al tiempo agarraron a un tipo que hasta la fecha todavía de declara inocente. Antes no se veían nada de esas herejías, a lo mucho puros borrachos o pleitos de cantinas cuyos intervinientes iban a parar a la comandancia y con una multa los sacaban y hasta los policías eran tan buenas personas que ni parecían policías. Es más, ni cereso había, nomas el mentado Sobarzo, una especie de cárcel pública municipal, ubicada en la calle Altamirano Esquina con Constitución en ese edificio bien bonito construido con pura piedra cantera donde una vez un gringo se corto los huevos con una navajita de rasurar y se le llamaba así porque, en la época de los treinta, fue un hospital antituberculoso con el nombre de “General Manuel Sobarzo”.
Por eso, al ocurrir esos homicidios inusuales , la gente pensó que llegaba la perdición y ya no dejaban la puerta abierta tan fácilmente porque temían que de repente ese asesino se aparecieran por las colonias y continuara con sus atracos de bandido; por fortuna todo se apaciguó cuando anunciaron que el culpable ya estaba tras las rejas, pero pronto se empezó a comentar que él no era el verdadero matón y que lo habían agarrado a lo mucho por su parecido con el retrato hablado de un hombre de grandes cachetes y cuerpo exagerado y que no era justo que una persona estuviera tras las rejas encerrado por pura similitud. Tales acontecimientos no tenían precedente. Lo más tremendo que hasta entonces se había sabido era la presencia casi mitológica del llamado Barbón de la Guerrero que, escogiendo esa colonia para cometer sus fechorías , resultaba imposible dar con su paradero. No obstante, eso no evitaba que, sin haberlo tenido frente así, la vox populi lo describía como un hombre entrado en años, muy alto, vestido de negro, con sombrero del mismo color y que solía dar pasos de cinco metros.
También por esas fechas, la misma conmoción popular hizo eco a la historia de los llamados Pantaloneros, una extraña banda que, amparados en la noche, se metían a la casas y asaltando los tendederos instalados en los patios, se llevaban exclusivamente los pantalones levis 501, tan de moda en esos ayeres, de ahí quizá su obsesión por estas prendas. Lo demás pudo ser leyenda o simple latrocinio de barrio como Los Nagudos,(nombre que derivó de la palabra “naguas”) y era una banda que atracaba a plena luz del día, algunos vestidos de mujer; o la gorda robacuentos que una tarde le dio por aprovecharse del descuido de los vecinos para meter medio cuerpo por la ventana y llevarse los ejemplares de historietas que alcanzara.
Frente a estas nimiedades, los delitos de más color que acarreaban muerte sacudió a la localidad porque esas cosas sólo se miraban en las portadas de la Alarma, esta revista donde salían hombres descuartizados y sangre por aquí y por allá, pero hasta ahí llegó la cosa, a lo mejor para que siguiéramos pensando que todo iba a seguir tan tranquilo como siempre Al tiempo, de nuevo todo se redujo a lo que documentaba La Voz del Sur, ese diario de mucha fama local, que paseaba sus noticias en un carro con perifoneo y anunciaba la nota roja por toda la ciudad.
Ahí estaba la cara del vecino, a la vuelta estaba la detención de un robacasas, del otro lado aparecía un golpea mujeres aunque nada se dijera aún de la violencia intrafamiliar y cosas de género. Eran, digámoslo así, un ambiente criminal morboso pues existía la costumbre que las señoras se quedaran buen rato afuera de sus casas con los puños en la cintura en espera de su adquisición para leer como estuvo eso de la captura del hijo de su amiga o del viejo ratero de la colonia que volvía a caer por que no se le querían quitar las malas mañas o nomas para curiosear la foto que ese día trajera casi como una reliquia y leían antes que nada el nombre del detenido haber si le sonaba el apellido o se le hacía conocido el facineroso en turno que retrataban.
* Director del Arichivo Historico del Estado de Sinaloa