Por: José Carlos Ibarra
España, ha dado grandes artistas de la plástica, geniales creadores que marcaron una época, impusieron el sello de su estilo e innovaron el arte pictórico, adelantándose a su tiempo: Velázquez, Murillo, Goya, Picasso, Dalí, mas el coloso de Fuendetodos, adquiere un atractivo singular, por su vigorosa personalidad, azarosa vida y sueños fantasmagóricos, que plasmó en impresionantes figuras grotescas, en la serie de 80 grabados a los que llamó “Caprichos”, además en torno a la cabeza de Goya, hay una historia más que espeluznante macabra, que trataré de resumir de la manera siguiente:
Víctima de la persecución, del reyezuelo Fernando VII, a mediados de julio de 1827 se traslada a Francia, estableciéndose en Burdeos, en donde muere el 15 de abril de 1828, y como no tenía espacio en el cementerio local de la Cartuja, compartió la sepultura de otro exiliado español, Martín Goicoechea, que había sido alcalde de Madrid cuando la invasión napoleónica, y aquí viene la historia entre fantasmal y fantasiosa:
Después de arduas gestiones, se autorizó el traslado de los restos de Goya a España, presentándose funcionarios franceses y testigos, a proceder a la exhumación, y al destapar el ataúd, se percataron sorprendidos de que faltaba la cabeza, por lo que levantaron el acta correspondiente, dando fe de aquel inusitado suceso, con fecha 16 de noviembre de 1888, y al informar el Cónsul de España en Burdeos, de lo ocurrido, la imaginación popular lo atribuyó a venganza y brujería, ya que Goya en “Los Caprichos”, había grabado a esos personajes de leyenda, en forma caricaturesca.
Llegaron con los restos a Madrid en 1899, siendo sepultados en el Cementerio de San Isidro, y mediante una segunda exhumación, el 29 de noviembre de 1917, su reposo definitivo, fue en la Iglesia de San Antonio de la Florida.
Pero el misterio sigue sin aclararse, ya que no obstante las múltiples indagaciones, a la distancia se desconoce el paradero del cráneo de Goya, aunque han surgido algunas hipótesis: se dice que a principios de noviembre de 1837, un admirador del Maestro, protegido por las sombras de la noche, saltó por la barda del cementerio, y una vez localizada la tumba procedió a profanarla, y hurtó la cabeza decapitándola, supuestamente para que le sirviera de inspiración, pues era pintor desconocido.
A este respecto en 1849, Dionisio Fierros, pintó el cuadro de la calavera de Goya, el cual se conserva en el Museo de Zaragoza, y que según la imaginación novelesca, sería el autor del macabro robo, pero la cuestión es que el cráneo nunca apareció.
Por otra parte, el 13 de junio de 1950, Francisco Esteve Botey, escribió un artículo en el prestigiado diario madrileño, “ABC”, en el cual consigna que él presenció, el traslado de los restos de Goya, del cementerio de San Isidro a la ermita de San Antonio de la Florida, su reposo definitivo, con fecha 29 de noviembre de 1919, y que en la caja de plomo, se depositó un pergamino que decía lo siguiente:
“Falta en el esqueleto la calavera, porque al morir el gran pintor, su cabeza según su fama, fue confiada a un médico para su estudio científico, sin que después se restituyera a la sepultura, ni, por tanto, se encontrara, al verificarse la exhumación en Burdeos”.
¿Realidad o fantasía? He ahí el enigma sin resolverse, y que a través del tiempo, ha despertado el interés de investigadores y biógrafos, del genial pintor aragonés, famoso por las majas, aguafuertes, considerado creador de la pintura moderna.
En su poema Los faros de “Las flores del mal”, Charles Baudelaire, inspirado en los “Caprichos” de Goya, escribió:
“Goya, febril insomnio de viejas canijudas;
Y sábados y rondas y niños por cocer;
Y medias restiradas en jóvenes desnudas
Que a los demonios tientan y al mismo Lucifer”.
* Periodista y escritor sinaloense