Por: Faustino López Osuna
Aguacaliente de Gárate es una comunidad agraria y la sindicatura más poblada del municipio de Concordia. Según documentos (como la merced real por la que a finales del siglo XVII se benefició a Úrsula Gómez de Pardo con la dotación de sus terrenos “para cría de ganado mayor”), de Aguacaliente de Pardo pasó a Aguacaliente de Gárate, en virtud de que Juan José Gárate construyó en 1855 (“a sus expensas”, se lee en la marquesina) la iglesia del pueblo.
Su nombre devino de las aguas termales que brotan a cosa de dos kilómetros al norte del poblado, a unos metros de la carretera federal México-Nogales, conocidas como Santa Fe. Aunque nadie lo crea (ya lo hemos publicado), su existencia está consignada nada menos que en el Pequeño Larousse Ilustrado, en el que aparece, aparte del nombre Aguacaliente de Gá- rate, el texto: “balneario de México (Sinaloa)”.
Escenario turbulento de la aplicación de la reforma agraria en México, a finales de la década de los años 30 Aguacaliente de Gárate fue el ojo del huracán de un desafortunado conflicto agrario que dividió a sus pobladores entre pro rurales y “los del monte” o anti rurales, encabezados por el célebre Rodolfo Valdez Valdez, “El Gitano”, a quien se atribuyó la muerte (en un carnaval de Mazatlán) del general Rodolfo T. Loaiza, gobernador del estado. “Pedro Ibarra fue el primero/ que se alzó en Aguacaliente,/ el segundo Miguel Pazos/ que llegó a lugarteniente”, cantaba el corrido.
La terminación, a finales de la década de los 40, de la carretera internacional que pasa por su orilla, despertó a Aguacaliente de Gárate de su letargo medieval. Como no había energía eléctrica ni el correspondiente alumbrado público (hasta el sexenio del gobernador Leopoldo Sánchez Celis, quien consiguió la contratación como braceros en Estados Unidos de todos los varones del pueblo para que pagaran su cuota por el servicio a la Comisión Federal de Electricidad), los vecinos acostumbraban reunirse al oscurecer en alguna arenosa bocacalle, para platicar en medio de la penumbra sobre los sucesos más recordados de sus antepasados.
A veces se perdían los nombres de los involucrados, pero las historias eran las mismas: la de la diligencia que partía velozmente del patio de don Bernardo Pinzón hasta dejar de percibirse cerca del camposanto; la del enorme perro negro que solía aparecerse en el mismo callejón echando lumbre por los ojos; la de la bola blanca que, flotando en la oscuridad, se cruzaba entre los pies de los que caminaban cierto tramo de la calle que terminaba en el camino a Mesillas (esto le sucedió a mi padre); la de la gallina encantada; la de la mano peluda que se aferraba a la nuca de quienes a deshoras de la noche cruzaban frente al antiguo panteón que existió atrás de la iglesia; la de la mujer de blanco (que llamaban “la tapatía”) que desde la elevada banqueta de la casona abandonada donde se aparecía, llamaba a entrar al que pasaba después de la media noche, sin faltar las narraciones de los casos de patios o corrales de casas antiguas donde se aseguraba haber visto arder, ni la aparición de nahuales que terminaban con la muerte repentina de los espantados que tenían la mala suerte de toparse con ellos.
Con la luz eléctrica y con la educación primaria, poco a poco se fue diluyendo aquel vertiginoso mundo alucinante de ultratumba y de aparecidos en Aguacaliente de Gárate, pueblo abigarrado de lomeríos y cerros cirueleros. Y así como ya nadie recuerda que en Villa Unión existió una gran fábrica que producía mezclilla ni que en El Roble floreció el famoso ingenio azucarero que dio pie para que se lo mencionara en El Sinaloense, tampoco se tiene memoria ya de que en Aguacaliente de Gárate existió una fábrica de aguardiente por la que durante muchos años la comunidad dio a sus tierras una vigorosa vocación mezcalera.
En el sexenio del gobernador Gabriel Leyva Velázquez, Aguacaliente de Gárate vio nacer el jardín de niños; en el de Leopoldo Sánchez Celis se construyó el actual edificio de la escuela primaria frente a la carretera, en el del gobernador Alfonso G. Calderón la escuela secundaria Nezahualcoyotl y, más recientemente, la preparatoria de la Universidad Autónoma de Sinaloa, con lo que se cubre la escolaridad de pre primaria a bachillerato, trayendo el beneficio de no tener que salir del pueblo a cursar estudios en esos niveles los hijos de los comuneros, como nos ocurrió a mi hermano Florencio y a mí todavía en la década de los años 50.
Definitivamente, Aguacaliente de Gárate arribó a la modernidad y, como todos los pueblos del planeta, ha pagado su cuota al progreso que incluye, lamentablemente, la pérdida de su memoria en cuanto a leyendas, mitos y tradiciones: algunos fantasmas recordarán que en el sitio en que se edificó el actual centro de salud, todos los años, durante más de un siglo, el pueblo estuvo construyendo, de palma y madera, una deslumbrante plaza de toros para las fiestas de la Candelaria.
* Economista y compositor