Por: Gilberto J. López Alanís
Después de siete años, cuando la estela luminosa de los caballos que corrieron vibraba en el taste, aún se conservaban los polvos finos de los terrones revueltos con arenilla del río; los viejones sentados frente a la tarima, jugaban malía (malilla), esas partidas con baraja española de 48 cartas, tan popular en los pueblos serranos de Sinaloa; alguno traía a colación el tema de la famosa carrera entre el Alazán y el Rosillo, la alegata subía de tono al determinar el monto de las apuestas y las mañas que se dieron algunos para tentar a los jinetes en pos de alguna ganancia ilícita. Todos habían salido raspados, los ganadores tildados de tramposos y los perdedores que vaciaron sus bolsillos de pesos duros o algún ganadito apostado en la contienda.
Aparentemente agotado el tema, se discutía alguna reyerta de vecinos, o los amores fugaces de los jóvenes que terminaban en la llevada (robada) de la muchacha, “se la llevaron” o “se fugó”, hablaba la gente, para después, restañados los honores familiares, formar un hogar ante la complacencia de propios y extraños; los lugares del juego fueron las tiendas de abarrotes, a donde recalaban los lugareños a sus compras habituales y las visitas que buscaban alguna información. San Benito nunca ha tenido cantinas formales. San Benito apenas supo de la crisis de 1929 y quizás algunos asistieron al mitin de José Vasconcelos en Mocorito en aquél peregrinar por la costa del Pacifico en pos de una ilusión imposible.
Faltaban unos días para la fiestona y dos empadronadores recorrieron el pueblo en aquella jornada del 15 de mayo de 1930, para formar el censo de San Benito, Mocorito del año de 1930; por un lado Genaro Labrada padre de mi abuela Natalia y por el otro Canuto López los cuales se afanaron para llenar los cuestionarios.
San Benito estaba poblado por 410 habitantes, de los cuales 179 fueron registrados como hombres y 231 mujeres; 52 mujeres más que los hombres, eran muchas, en aquel poblado lleno de rumores.
La plebada de hasta diez años se compuso de 129 chamacos que representaron un poco más del 30% de la población; los que frisaron de 11 a 20 años, ya podían hacer labores del hogar y del campo, como traer el agua, moler el nixtamal, ordeñar las vacas, hacer los quesos y las panelas y mantener limpia la casa, además de destroncar, arar, sembrar, cosechar, conducir el ganado, llevar el bastimento, herrar, cimar y otros menesteres, fueron 105, que representaron una cuarta parte de la población san benítense. Entre 21 y 40 años, se contaron 98 personas de ambos sexos siendo el 24 %. De 41 a 60 años se registraron 53 personas y de 61 a 90 se encontraron 22 personas, de esta última clasificación se censaron 15 de 61 a 70 años; cinco de 71 a 80 años y dos de 81 a 90 años. Los más viejos del pueblo fueron Enrique Valenzuela y Felícitas Perea con 82 años, luego Isidra V. de Gutiérrez, con 80; Atanacio López y Eduwiges López de Rocha, con 75 y 74 respectivamente; Refugio López, Ruperto Félix, Adelina Niebla y Tomasa Quiñones con 70 años.
Seguramente en los amplios salones de la casa de Genaro Labrada de 64 años, se anotaron los nombres de Valentín López Valenzuela de 42 años, Natalia Labrada Castro de López con 30 años, y sus hijos Gilberto con 10, Enrique con 6, Ma. Lucía con 8, Graciela de 5, Refugio de 3 y Ma. Jovita de 6 meses. El tío Vicente Quiñones andaba por los 32 Años y Mama Lipa, Felipa Valenzuela de López nuestra bisabuela paterna con 65.
La quiñonada de los dos bandos la integraron 75 miembros que representaron el 18.3 % de la población, mientras que los López, con 130 miembros fueron el 31.7 %. Se destaca que los López tuvieron más población en edad de trabajo que los Quiñones, ya que los primeros en un rango de 11 a 40 años tuvieron 68 miembros mientras que los Quiñones contaron con 34; las inferencias de estas cifras, tienen significado según las filiaciones de aquel tiempo, sin embargo los cruces de López con Quiñones, abonan a la preponderancia de ambos linajes familiares en el antiguo pueblo de San Benito de los Sabinos, que tuvo preponderancia jesuítica y después transformado en un curato de la mayor importancia en la región. Hoy San Benito con sus principales calles pavimentadas, presumiendo de drenaje, el taste rehabilitado con monumento a los caballos que corrieron, un hotel para los turistas, con biblioteca en formación y carretera pavimentada, no deja de preocupar los de la otra banda, que tienen motivos para seguir obsesionados en especulaciones.
* Director del Archivo Histórico de Sinaloa