A Tijuana se le están muriendo sus cronistas.
Todavía no cierra la herida que
significó la muerte de Rafa Saavedra,
cuando el lunes nublado del 25 de mayo
de 2015 corre la noticia triste, Octavio
Hernández no se recuperó de una fuerte
gripe. Muerte prematura, doblemente
dolorosa.
Por: Jaime Cháidez Bonilla
Octavio Hernández Díaz decidió radicar en Tijuana en 1988. Fue amor a primera música. Octavio y Tijuana vivieron un romance de 27 años intensos, bohemios, musicales, llenos de tinta, papel e internet.
En casi tres décadas, Octavio se volvió fundamental en la escena musical fronteriza impulsando proyectos, conciertos, programas de radio, textos en prensa, intervenciones en la televisión y la edición de revistas. Su personalidad era tan única que se convirtió en sí mismo en imagen icónica.
Llegó a Tijuana en el instante preciso, en la parte final de una década, los 80, que significó el desarrollo de las manifestaciones culturales independientes e institucionales.
El verano de 1988 un museógrafo del Centro Cultural Tijuana, Carlos Ortiz, pidió presentarme a alguien que, pensaba, me caería muy bien. “Está viviendo actualmente en Hermosillo donde hace algunos programas de radio con discos de rock y está por hacer otros aquí en Tijuana con el apoyo del Río Rita, se llamará el Arca de Neón” dijo Ortiz.
Y en efecto. Octavio fue un buen amigo, un colega y un aliado en distintos proyectos. Por lo pronto, en el mismo instante que lo vi y escuché hablar con frenetismo sobre el rock argentino y las nuevas bandas mexicanas, fue invitado a dar una conferencia en la Universidad Iberoamericana, ubicada en ese tiempo en el antiguo Hospital Civil. Así lo recuerda el propio Octavio en su libro Tijuana Mesopotamia, crónicas y otros latidos (IMAC, 2000).
-“Recién llegado a la frontera (1988) fui invitado por el singular Jaime Cháidez a dar una plática de rock en español en la Universidad Iberoamericana de Tijuana. Para sorpresa mía la sala se llenó y la mayoría de los asistentes permaneció atenta hasta que terminó la exposición de agrupaciones, géneros, países y posibilidades. En aquella ocasión aseguré que Tijuana se convertiría en el paso obligado de todas las bandas latinas hacia Los Angeles; muchos me dieron la razón, otros se rieron, creyendo imposible tal afirmación, pero no me equivoqué: el 100% pasa por aquí y transita hacia allá o viceversa…”.
A partir de ahí era común verlo caminar por las calles de Tijuana (nunca lo vi manejar un automóvil). Al Arca de Neón se agregaron sus colaboraciones en Diario 29 y la organización de conciertos en los sótanos del Río Rita, un bar donde se bebía cultura en plena Avenida Revolución. Como pez en el agua, Octavio acudía a cuanto concierto podía en San Diego, Los Angeles y en el mítico Iguana´s en Tijuana.
La Maldita Vecindad, Santa Sabina, Los Fabulosos Cadillacs, Seguridad Social y Ratones Paranoicos fueron algunos de los grupos presentados en Río Rita, por primera ocasión, gracias al activismo de un Octavio Hernández atravesando sus 30 años de edad.
El auge del rock en español en la frontera tuvo un perfecto aliado en Octavio. Detrás del micrófono, con publicaciones y en la organización de festivales y conciertos, fue una bujía invaluable.
Pasados los años, Octavio fue alternando su estancia entre Los Angeles, California, y Tijuana, al ritmo de las ofertas de trabajo. Es en el año 2000 que se da a conocer el primer de sus dos libros, Tijuana Mesopotamia, con una temática variada. Crónicas y reflexiones que van desde la cándida Gloria Trevi hasta la cámara fotográfica de Salgado. Con una década de residencia en la región, Octavio reflexiona sobre la ciudad en su texto principal.
“Tijuana es una especie de Babilonia del Noroeste por su variedad de batalla: los culturosos que sobreviven a punta de tenacidad y esperanza en las artes, la inspiración y la bendición de los pudientes, y la benevolencia de las omnipresentes instituciones oficiales de la cultura. Los artesanos que se abren paso produciendo a destajo para el mejor postor turistero. Los políticos que se ladran día a día entre sí para defender huesos y terruños sacros. Los mercaderes industriales que explotan hasta el último minuto a sus rebaños trabajadores en aras del imperio maquilador. Los parásitos que abrevan de múltiples fuentes con singular brío. Y los ignorantes que piensan que atrás de esa barda de acero hay un mundo mejor con toneladas de billetes verdes que les cierran el ojo”.
Edmundo Lizardi, poeta y periodista, definió en ese momento a Octavio como un hombre que todo lo que toca “con los afinados y refinados instrumentos de sus cinco sentidos (libro abierto de la industria, diría Marx), lo transforma en verbo cantarino y cuentero, libérrimo y seductor, rebosante de humor negro, fascinado ante su propio espejo de protéicos destellos, letra cotidiana de la más persona de todas las canciones: la del estilo que es el hombre, y la del hombre que es estilo”.
El mejor homenaje que podría hacerle el Instituto Municipal de Arte y Cultura de Tijuana (¿Hay alguien ahí?) sería reeditar esta publicación que hace años se agotó.
El segundo libro de Octavio Hernández Díaz es “Cornucopia. Periodismo sonoro y anexas” (Centro Cultural Tijuana, 2012). Este sí es un ejemplar disponible. Se trata de una baraja musical gozosa integrada de artículos y entrevistas relacionados con grupos y cantantes (muchos de ellos publicados en el suplemento IDENTIDAD del 2006 al 2009). Soda Stereo, El Piporro, Ringo Starr, Ramón Ayala, Javiér Bátiz, Tongolele, Caetano Veloso, Manú Chao, Bob Dylan, Cornelio Reina, Morrissey… Octavio Hernandez disfrutaba 100% cada párrafo, usaba las metáforas como trapecio en circo de 3 pistas, utilizaba la crónica como una radiación de Rayos X que desnudaba al político mequetrefe y la música insulsa. El sentido del humor era la corona que adornaba su esponjada cabellera.
A Tijuana se le están muriendo sus cronistas. Todavía no cierra la herida que significó la muerte de Rafa Saavedra (17 de septiembre, 2013), cuando el lunes nublado del 25 de mayo de 2015 corre la noticia triste, Octavio Hernández no se recupera de una fuerte gripe, se le cierran los bronquios y llega el paro respiratorio. Muere en plena capacidad productiva, lleno de planes, con su intelecto en plena madurez.
Como escribe el poeta: “La vida sigue pero ya es menos amable”.
*Periodista y editor cultural Tijuana.