Por: Verónica Hernández Jacobo
El cuerpo es patrimonio de lo cultural, mientras que los otros animales quedan reducidos a simples organismos, el cuerpo se ve regulado por el orden estético y las percepciones culturales, incluso en la lógica del mercado el cuerpo se vendé como simple mercancía, el cuerpo también es necesario para el arte, es su materia prima, su arte-facto, Freud ubica el cuerpo desde una ascesis propia conurbada por un goce, que adquiere dimensiones místicas, hasta simple armazón para sepultura. De esta naturaleza es el cuerpo y poco o nada tiene que ver con la confusión biólogicista que la confunde y reduce a simple organismo, cada cultura confecciona el cuerpo según sus ideales, estos ideales no son sino investiduras de creencias totémicas que recortan delirantemente el cuerpo y sus goces. El psicoanálisis nos entrega un cuerpo para el goce no sólo para el disfrute, un cuerpo contorneado por una erótica que se mueve pulsantemente hacia el infinito de la insatisfacción, cuerpos alterados porque la satisfacción total nunca llega, y en esta rebeldía el cuerpo se enferma para ver si con esto alcanza un suplemento de goce.
El cuerpo siempre se ha intentado disciplinar, sobre el se ha instituido principios correctivos, desde como hablar, de que manera sentarte incluso como debes caminar, el cuerpo no debe ser insurrecto, ni rebelde sino que desde el Estado y la religión el cuerpo debe obedecer al amo, esta soberana obediencia a la que debe responder el cuerpo lo amputa, lo recorta a los intereses de discurso ideológicos, cuerpos normados por el ideal correctivo para que ese cuerpo no sea desbordado, que no alcance como los huracanes nivel cinco sino que se discipliné a las normas que el otro dicta para que se docilice. Sin embargo la rebeldía del cuerpo no le viene de su anatomía sino de su goce agazapado en las tesituras pulsionales, ese goce desborda el cuerpo, lo excede, lo lanza por los desfiladeros del significante donde choca traumáticamente con esas rocas de lo real, descalabrándola, enloqueciéndola, haciendo lo que es… un cuerpo histérico, colapsado por sus goces.
Ahora bien, el cuerpo freudiano y lacaniano es un cuerpo excedido por sus deseos que nunca alcanza, que nunca terminan por realizarse por eso, el deseo lanza al cuerpo a una insondable insatisfacción mortificante que en la mundanidad quiere sortear con lo que el capitalismo le ofrece para sus satisfacciones siempre parciales, siempre autísticas, condimentadas con goces. En psicoanálisis el cuerpo se convierte en una escritura que es leída por el psicoanalista, este va narrando sus capítulos censurados o no de su existencia, el protagonista de sus propias escansiones, o cortes donde el fantasma sirve como tintero para que la pluma no deje de escribir sobre la piel la historia vivida y escrita sobre el cuerpo, en los puntos suspensivos el cuerpo colapsa, quedando entre paréntesis la narrativa, y ese cuerpo agujereado por los signos de interrogación se prestan a ser interpretados por el escriba, de tal suerte que lo inconsciente que mortifica el cuerpo con sus goces no es más que un sistema de escritura condensada en dosis de goce que deletrean al sujeto en su marasmo textual.
El malestar en la cultura que escribe Sigmund Freud, no es más que la expresión real del efecto traumático de esta cultura sobre los cuerpos, pues Freud sabía del precio que teníamos que pagar por la cultura, ya que esta iba a ser inversamente proporcional a las formas múltiples de insatisfacción que esta cultura te ofrecía, aún que te prometa el máximo disfrute, el máximo principio del placer quedamos investidos en pura infelicidad, no olvidemos que el cuerpo cultural esta repleto de satisfacciones sustitutas algunos marihuanos justifican sus pequeños goces disfrazándolos de intelectualidad, al suponer que drogados se vuelven más creativos, lo que sí pienso es que la droga además de que se coge el cuerpo del intoxicado le retaca placer superfluo a su incipiente potencia o bien a su manifiesta impotencia, un cuerpo torpe por el tóxico que intoxicado en el goce grita libertad sin darse cuenta que el cuerpo ha sido sorprendido por un goce que coloca al sujeto en soportes ficcionarios que hacen del cuerpo un sitial tóxico para que el otro me goce en el nombre de un bien.
* Doctora en educación