Por: Carlos Lavin Figueroa
LA CASONA
Una vez conquistada Cuauhnáhuac, y por haber quedado su conquistador conquistado por este lugar, Hernán Cortés regresó a ella para establecer su residencia definitiva en una colina con vista a los esplendorosos Volcanes y a las escarpadas montañas del Tepozteco; y en la loma de enfrente, donde vivían los gobernantes tlahuicas edificó sobre la construcción prehispánica una casa al modo ya hispano para Yoatzin el señor de los indígenas.
Esta casona está el lugar fundacional de la población, frente a Catedral, data del primer cuarto del Siglo XVI, misma época del Palacio de Cortés y de La Catedral, y ha conservado ese nombre que se usó en aquellos tiempos para nombrar a una casa señorial. Algunos de sus muros interiores denotan orígenes prehispánicos. Los capiteles de las cuatro columnas de su fachada y los del interior, son iguales a los que están en la Capilla Abierta de Catedral. La Casona ha tenido diversas remodelaciones y usos, fue en un tiempo hospital pero en el antiguo sentido de hospedaje para pobres y peregrinos, y en otro tiempo se guardaban ahí los ornamentos de la iglesia de Nuestra Señora de la Asunción –hoy Catedral-.
Fue depósito de granos -pero nunca de cadáveres cono se ha dicho-, muestra de ello queda un hueco entre la planta alta y baja que servía para vaciar los granos directamente a las carretas de carga, de lo que también queda el angosto portón por calle Juan Ruiz de Alarcón; fue almacén, cuartel militar, hotel- restaurante, y en la década de los años ‘50 fue Posada la Casona con unos pocos departamentos.
En ese tiempo ahí viví con mis padres cuando niño, ahí vivió también mi maestro de dibujo el famoso capitán piloto aviador Manuel Alegría –a quien habían retirado su licencia de piloto por haber pasado con su avión bajo el Monumento a la Revolución en Ciudad de México-, cuando Cuernavaca se circunscribía solo a su Centro Histórico, y al sur de la glorieta de Las Palmas era ya la angosta y poco transitada Carretera Panamericana, cuando Cuernavaca era como una sola familia donde todos se saludaban, cuando en Cuernavaca los niños caminábamos solos a la escuela o por las tardes al cine donde nos reuníamos.
Como todas las casas coloniales de esta ciudad, tenía una huerta en la parte posterior en la que yo jugaba, pero mi gran jardín era el atrio de “La” Catedral, que lo tenía atravesando la calle. En ese tiempo, también vivían ahí sus propietarios, una linda señora de nombre Chayito de pelo blanco-azulado, simpática, dicharachera, amable, bajita, muy querida, amiga de mi madre a pesar de la diferencia de edades; ¡corre y dile a tu mama que se murió Jorge Negrete!, me impresionó, corrí, agitado di la noticia, y yo ni sabía quién era Jorge Negrete, apenas tenía seis años de edad; en contraste, el esposo de Chayito era un señor misterioso, alto y espigado, no lo recuerdo hablando, solo era conocido como el señor Alatriste.
En el pasillo de la entrada que con otro formaban una cruz, había unos sillones de mimbre que servían de sala y seis pedestales con bustos de cantera entre ellos el de un tal Bernal Díaz del Castillo, otro era idéntico al dueño de la Casona; intrigado, pregunté a Chayito, por qué, si era su esposo, tenía otro nombre en el pedestal, me sentó a su lado y me narró la historia; me dijo que su esposo había servido de modelo y que el escultor agregó barba y bigote, era el busto de Antonio de Mendoza primer virrey en la Nueva España. Ahora esos dos bustos se encuentran en la arcada frontal superior del Palacio de Cortés, que alberga al Museo Cuauhnáhuac.
En la Casona vivió un tiempo una señora muy amable de quien también tengo buenos recuerdos, alta, blanca y delgada, siempre que me veía platicaba conmigo; ella vivió hasta su muerte a dos casas en el domicilio de don Ignacio Oliveros misma casa que hoy ocupa una plaza comercial, era Sarita del Carmen Serdán del Valle hija de Aquiles Serdán -y Filomena del Valle-, quien aliado con Madero inició la Revolución en Puebla en el primer suceso armado de esa guerra, Sarita del Carmen estaba en el vientre de su madre durante la balacera y la matanza de su familia el 18 de noviembre de 1910. Francisco I. Madero y su esposa Sara decidieron hacerse cargo de la niña y ser los padrinos de bautismo. A la niña se le puso el nombre de Sara en honor a la esposa de Madero y del Carmen por la madre de Aquiles. El señor Alatriste –dueño de la Casona- cuyo nombre nunca supe, era primo hermano de Sarita y sobrino de Aquiles Serdán Alatriste.
De la Casona nos fuimos a vivir a una antigua casa -en calle Galeana- con grandes ciruelos, zapotes negros, guayabos y pomarrosas, donde fuimos vecinos de barda con el sacerdote e historiador Lauro López Beltrán, autor del libro Diócesis y Obispos de Cuernavaca, era una casa con fachada de azulejos, misma que hace unos años compró el Sindicato de Maestros y que pintaron ocultando su atractiva fachada; la casa de junto, donde viví los años anteriores a mi adolescencia, fue vendida y demolida para construir oficinas del mismo sindicato, casa donde mis vecinos y amigos, amigos de la Escuela Evolución eran Víctor Sergio Eguiza Fano y Juan Antonio García Ríos.
Años después cuando Chayito me veía en el centro de la ciudad, iba por mí, y del brazo me llevaba con sus amigas a su mesa de La Parroquia, “es mi novio”, me presentaba, había mucho cariño y hoy buenos recuerdos. Por su edad, el viejo matrimonio se fue a vivir a Ciudad de México con algún familiar y nunca más supe de ellos.
En esa Casona vivió John Spencer ciudadano inglés, que se dice era tío de Lady Diana Spencer esposa del príncipe Carlos de Inglaterra. En ese entonces, este señor hizo un viaje a la India que se alargó por varios años. Había dejado su departamento cerrado y con todas sus pertenecías; en su ausencia, los Alatriste querían vender la propiedad pero no podían hacerlo por estar ahí las cosas de Spencer.
Cuando regresó de la India, vio que la Casona estaba cerrada y en venta, fue a ver a los señores Alatriste a Ciudad de México, les preguntó el precio y no dijo más, días después regresó con el cheque por la cantidad indicada y compró la Casona, donde viviría el resto de sus días en su habitación de planta alta esquina con calle Ruiz de Alarcón con una fantástica vista nocturna a nuestra Catedral que me recuerda a la almenada iglesia de la Santa y Vera Cruz de Caravaca en España de donde nuestra ciudad tomó su nombre, y su torre campanario cuya silueta semeja a la esplendorosa Giralda de Sevilla, ambos edificios con origen musulmán. Spencer dejó la Casona a un fideicomiso con la responsabilidad de conservarla, que no fuera mal usada por gobiernos o lugar de compañías transnacionales de alimentos, hoy es un centro cultural y de comercios. Esta es la breve historia de una casa colonial que acumula historias, mitos… y leyendas.
* Cronista de Cuernavaca