Un libro, según el diccionario de la Real Academia Española, es un conjunto de hojas impresas o manuscritas, cosidas o encuadernadas, que forman una unidad de lectura. Sin embargo, es claro que dicha unidad no siempre fue así, ya que sus antecedentes más remotos los dejó el hombre, al tomar conciencia como tal, a través de pinturas en cuevas que habitó; en piedras que grabó y madera que labró. Esos fueron los vestigios de lo que más tarde sería el lenguaje escrito. También se apoyó en tablillas de arcilla, buscando preservar su historia; luego vendría el descubrimiento del papiro, que facilitó esta acción; grandes civilizaciones como Mesopotamia, Sumeria, Asiria y Acadia, serían pioneras.
El libro aparece cuando en el siglo I, se vuelve cotidiana la escritura sobre el pergamino que permite escribir por ambos lados. Aparece el codex, hecho por cuadernillos cosidos y pastas de madera para proteger su contenido, sustituyendo al liber (rollos de papiro), que era de papiro enrollado. En el siglo II, ambos términos liber y codex, se confunden para designar al liber. Durante la Edad Media son copiados a mano en los scriptoria (escritorios) de catedrales, monasterios y universidades. Con la introducción del papel en el siglo XII, el libro dejó los escritorios monásticos y el de las universidades. Se “abarató” la elaboración en serie de libros, con la generalización del papel y la invención de la imprenta, en el siglo XV, en ya entrado el siglo XVI, el libro, tomó la forma actual.
En Europa, la imprenta llegó de manera tardía a la península; en la Nueva España, este nuevo invento (Johann Gutenberg, 1400-1468), vino a revolucionar la vida de lo que sería la nueva nación; fue introducida a instancias del clero, en 1539, quien tuvo el control de las publicaciones. Durante la primera centuria de vida de la imprenta en México, se editaron cerca de doscientas obras, cuyos contenidos versaban sobre doctrina cristiana, milicia, filosofía, historia natural, botánica, lingüística, cancioneros, legislación, crónica, medicina, cronología náutica, botánica y teología.
La palabra escrita a través de documentos copiados o través de imprentas domésticas empezó a circular a través de hojas sueltas, pequeños periódicos, cuadernillos, folletos e intentos de libros. Por ejemplo los pocos números del periódico insurgente El Despertador Americano se imprimieron en Guadalajara, en 1810. Mientras que entre 1825 o 1826, no se sabe con certeza, el Estado de Occidente, del cual la provincia de Sinaloa, fue parte de su territorio, tuvo su imprenta oficial, adquirida por el Congreso de dicho Estado, donde se imprimió la documentación del gobierno de la época, decretos, acuerdos, informes, etcétera, así como la edición breves libros y revistas. De tal suerte que la palabra escrita abrió el abanico de posibilidades de llegar a más habitantes; para 1827, operaban 30 imprentas en el país.
Para la tres primeras décadas del siglo XIX, se habían publicado periódicos como el Espectador Imparcial, en Cosalá (1827); Celajes, en El Fuerte (1929); Los Gracos, en Culiacán (1832), por mencionar algunos; sin embargo, para fines del siglo XIX, en México había una mínima producción literaria, debido a la gran inestabilidad político y social; lo que salía a la luz pública era impulsado a veces por los propios impresores, otras, por grupos de escritores, literatos y poetas afines que encontraban el apoyo de algún mecenas; Sinaloa no escapó a ese fenómeno, claro en menor proporción; en el puerto de Mazatlán, con rica tradición periodística, se tuvo imprenta desde 1885, donde se editaba el Correo de la Tarde, así como otros panfletos, folletos, etcétera; no fue hasta la primeros años del siglo XX, cuando el fenómeno editorial empezó a cobrar fuerza ya que para entonces, no sólo en el puerto se habían establecido imprentas, y donde también ya se editaba el periódico El Monitor sinaloense; también en Culiacán, que, como ha quedado dicho, desde 1832, había tenido movimiento editorial y su primer periódico.
Durante el siglo XX, el mejoramiento de las técnicas de impresión permitió aumentar y facilitar grandes tirajes que llegaron a la población lectora en formatos más prácticos y precios accesibles. Así, muchos aficionados a la literatura, a la poesía o la historia, dejaron plasmados sus trabajos, que poco a poco fueron encontrando interés tanto en los propios impresores, como en personas que patrocinaron sus publicaciones.
Con mayor facilidad, en los primeros años del siglo XX, se produjeron trabajos periodísticos, ediciones de folletos, revistas y libros en menor cantidad; en aquellos tiempos hubo pequeñas imprentas en el mineral del Rosario, en el puerto de Topolobampo, en la novel ciudad de Los Mochis, Guasave, Mocorito y El Fuerte.
Gran edición de libros en Sinaloa
Sinaloa a punto de cumplir sus primeros doscientos años de vida independiente, ha generado una pléyade de artistas, poetas, historiadores, periodistas, investigadores, cuentistas, novelistas, etcétera, que han dejado su impronta en revistas y libros que han merecido nuevas ediciones por la demanda del público lector.
Así tenemos (por mencionar sólo algunos por falta de espacio), al ilustre liberal Eustaquio Buelna Pérez (1830-1907), fundador del liceo Rosales y gobernador de Sinaloa; un brillante académico, escritor y jurista destacado. Sus trabajos tratan desde la investigación estadística y económica, hasta el conocimiento de leyes, la toponimia, flora y fauna de Sinaloa.
Poetas, escritores y literatos como Julio G. Arce, Enrique González Martínez, Francisco de Paula, Manuel Larrañaga y Portugal, Esteban Flores, Francisco Medina, Jesús G. Andrade, Sixto Osuna, Ángel Beltrán, Francisco Verdugo Fálquez, Herlindo Elenes Gaxiola, Luis H. Monroy y una gran legión publicaron sus propios libros que les ganaron fama y reconocimiento por la calidad de sus trabajos literarios.
Otro ejemplo de la importancia de las publicaciones fue el mazatleco Genaro Estrada (1887-1937), con una gran producción literaria, entre ellas, Pero Galín (1926); Escalera (1929), Genio y figura de Picasso (1935); Paso a nivel (1933); Visionario de la Nueva España, Nuevos poetas mexicanos (1916); Lírica mexicana (1919); Biografía de Amado Nervo (1925). Destacando que en su momento, muchos escritores y poetas publicaron sus obras con el apoyo de este diplomático.
Antonio Nakayama Arce (1911-1978), viene a enriquecer la actividad editorial en Sinaloa, con una extensa lista de publicaciones, entre las que destacan, Afinidades entre sinaloenses y sonorenses; Sinaloa, un bosquejo de su historia; Juárez, rumbo y señal de Sinaloa; Pioneros sinaloenses en California; Sinaloa; el drama de sus actores; Culiacán, crónica de una ciudad, por mencionar algunos libros de sus vasta obra.
Héctor R. Olea Castaños (1909-19,96), con obras como Badiraguato, una panorámica de su historia, la tragedia de Huitzilac; Andazas del Marquez de San Basilio; Historia de las primeras imprentas en Sinaloa;
Sinaloa a través de sus constituciones; Estudios de la revolución en Sinaloa, 1910-1917; Trayectoria ideológica de la educación en Sinaloa (1592-1937), por mencionar sólo algunas obras.
Herberto Sinagawa Montoya (1930- ), periodista sin par, que ha ejercido la profesión con pasión, combinándola con la edición de libros como la novela Fácil de arder, El agua al revés, Historia de la agricultura en Sinaloa, Sinaloa, historia y destino (editada innumerables veces), que es un punto de referencia obligada por aficionados e investigadores profesionales;
Adrián García Cortés (1924-2014), es otro de los escritores sinaloenses que han dejado su obra plasmada en libros obligados de consulta, entre ellos destacan Crónicas mineras, Pueblos Unidos; José López Portillo, Raíces Copa; El quehacer del periodista Carlos Septién García; Presa Netzahualcóyotl; Huicholes; Municipio libre en México; México Tenochtitlán; Historia de la plaza de la Constitución, por mencionar algunos.
Gilberto J. López Alanís (1944- ), prolífero investigador, cuya obra es referencia obligada; entre sus trabajos editoriales tiene Culiacán 1910, un cabildo ante la revolución; Nuestra señora de Cinaloa (sic), 1601; Culiacán, 1920; Culiacán, Confluencia de ríos y hombre; El rojo dulce de la espina; Contrastes y evidencias de otra historia, Madero y los sinaloenses, Nicolás T. Bernal, amistad y compromiso revolucionario; General Miguel Armienta López, un soldado de la Revolución; El apóstol de la caridad, y un veintena más de libros publicados.
José María Figueroa Díaz (1923-2003), periodista e historiador, dejó su trabajos en un buen número de libros, que hoy están agotados gracias a la calidad de sus trabajos, entre ellos Poder y ocaso de los gobernadores en Sinaloa; Periodismo sinaloense;Imágenes de Culiacán; Crónicas de San Ignacio; El Negrumo, partitura de un músico de peso completo; Los susurros del tejaban; Loaiza y El Gitano; Lamberto Quintero; fue coautor de 19 libros que conformaron la Colección 18 Encuentros con la historia, edición que coordinaron de manera conjunta con el maestro Gilberto J. López Alanís.
Con libros publicados podemos encontrar por decenas en nuestra tierra. Otros ejemplos son Alfredo Ibarra, Filiberto Leandro Quintero, Ernesto Gámez García, Reinaldo González (hijo), Carlos Manuel Aguirre; Roberto Hernández Rodríguez; Enrique Ruiz Alba; José G. Heredia; Carlos Mcgregor; Clemente Camberos (hijo); Juan Macedo López; José C. Valadez; José Ferrel; Heriberto Frías; Francisco Gil Leyva; Ofelia Carranza de Del Castillo (educadora, cuentista y novelista); Manuel de Atocha Larios; Manuel Lira Marrón y Ernesto Parra Flores.
El embajador de origen rosarense Enrique Hubbard Urrea, es otro ejemplo de aquellos que nos han entregado obras de investigación; lo mismo Dora Josefina Ayala Castro (educadora y escritora); Irma Garmendia Bazúa (educadora y escritora); Inés Arredondo (poetisa); Nicolás Vidales Soto; Félix Brito Rodríguez; Cesar Ramón Aguilar Soto; Samuel Octavio Ojeda Gastélum; Arturo Avendaño Gutiérrez; Enrique Peña Gutiérrez; Juan Salvador Avilés Ochoa; Javier Valdés; Carlos Grande Rodríguez; Manuelita Rodríguez; Alberto Macías Gutiérrez; Joaquín López Hernández, entre otros muchos, que sería imposible anotar.
Colofón
Mientras existan lectores, el libro tendrá larga vida, en cualquiera de sus versiones, electrónica o en papel, porque si la palabra hablada tiene un fuerte impacto, la fuerza de la palabra escrita es descomunal, porque escrita queda, y queda para la historia.
Por ello al conmemorarse el día mundial del libro, este 23 de abril, es momento reflexionar y hacer un balance sobre la utilidad de los libros: Qué tanto leemos; para qué sirve la lectura.
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*La Promesa, Eldorado, Sinaloa, abril de 2015.