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ENTREVISTA CON ALMA REED, LA PEREGRINA DE MI AMOR… 3ra parte

Por jueves 30 de abril de 2015 Sin Comentarios

 Por: Andrés Garrido del Toral

HLa peregrinaoy, “La Peregrina” es una de las canciones más populares de México y, de hecho, es conocida en todo el mundo de habla hispana. Es una canción llena de ternura, pero al mismo tiempo sus matices subyacentes sugieren una infinita tristeza, y la antigüedad y el misterio de la tierra maya. Aunque su género es originalmente una danza (que también se conoce como habanera), nombre con que se designa un baile tradicional cubano y el ritmo que lo acompaña, “La Peregrina” se interpreta, casi siempre, a modo de bolero; género que se desarrolló durante las décadas de 1930 y 1940. La obra musical es un auténtico libro hablado y al mismo tiempo un himno de amor que ha trascendido hasta nuestros días. Les informé en la colaboración anterior sobre los estudios que se han hecho al respecto y las contradicciones que existen para explicar su creación, como la versión tonta y cursi de Televisa en la película de 1974 del mismo nombre, estelarizada por la Sasha Montenegro y el muy norteño Antonio Aguilar, que nada tenía de parecido con el elegante de Carrillo Puerto. En ese bodrio de film, Carrillo les encarga a medio baile la canción a Ricardo Palmerín Pavia y al poeta Luis Rosado Vega y ellos se retiran al fondo del salón a inspirarse y en la madrugada ya la están estrenando ante el balcón de Alma Reed ¡Pinches mentirosos!
Ni que los compositores mencionados fueran Mozart y una canción hermosa enchiladas. Carrillo se conformaba en un principio con un verso y al ver la belleza de lo que le presentó Rosado Vega, decidieron encargarle la música a Palmerín.

Alma Reed, blanca, rubia, de piel bonita y rosada, cabellos rubios esponjados, con una melancólica sonrisa que se le resbalaba por la comisura de los labios, aprueba indefinidamente con la cabeza, como aquellos muñecos de porcelana china que decían: sí, sí. Su voz era rica en resonancias conmovedoras y en inflexiones tiernas y prolongadas.

Con estas reflexiones peregrinas me permito seguir con mi entrevista a doña Alma Reed ya casi aspirando los perfumes del amanecer en la Cimatario. De acuerdo con su biografía, Antoinette May, Alma Reed se divorció de su esposo cuando descubrió que él le estaba siendo infiel con su mejor amiga ¿qué me puede decir? “De hecho, poco antes de ir a México, mi propio matrimonio breve con un agradable genio talentoso, más de dos veces mayor que yo, se había disuelto; fue un divorcio no publicitado y por mutuo acuerdo. Esa experiencia me había dejado triste, pero no desilusionada ni amargada, no me provocó un trauma psicológico o una distensión emocional severa; además, no había niños involucrados”.

Alma se casó en 1915 con Samuel Payne Reed, sin embargo, su matrimonio fue anulado luego de que él, poco después de la boda, contrajera una enfermedad crónica. De cualquier modo, a Alma le gustó el apellido Reed y decidió conservarlo durante toda su vida. ¿Cuál fue su impresión al conocer a Carrillo?, la interrogo insistente, y ella muy segura contesta: “Él es mi idea de un dios griego. El idealista que entró a mi vida para encarnar en mí la realidad arquetípica de la Bondad, la Verdad y la Belleza fue Felipe Carrillo Puerto, el gobernador mártir de Yucatán a quien a menudo llaman el Abraham Lincoln de México.Peregrina

Nuestra atracción mutua fue instantánea e incontenible desde el primer encuentro. Si bien me daba cuenta de que Felipe dominaba mi corazón y reclamaba toda mi admiración como hombre, como líder, como una voz auténtica para la humanidad, lo que en ese momento me parecía una posible ruptura con el pasado se mostró como un paso casi insalvable.

¡Que no hubiera dado en ese instante porque él supiera que representaba para mí todas las posibles relaciones bellas de la vida entre un hombre y una mujer: padre, hermano, amigo, camarada, amante, maestro, guía y símbolo de la mayor plenitud del ser!” ¿Al saber que se estaba enamorando de Felipe trató de terminar la incipiente relación?, acierto a preguntarle, por lo que la elegante dama me esgrimió: “Traté de evadir el destino. Le pedí al señor Ochs, editor del New York Times, que me enviara a Turquía a entrevistar a Kemal Pascha, pero él insistió en que regresara a México a entrevistar al presidente Obregón, a Calles y a otros. A mi regreso al país, a mediados de 1923, pasamos un mes maravilloso —visitas idílicas a Xochimilco y a las pirámides de Teotihuacán, cenas elegantes dispuestas en su honor por parte de sus admiradores, el presidente y la señora de Obregón y el gabinete de secretarios, incluyendo al hombre que después sería responsable de su muerte, Adolfo de la Huerta.

En todas partes Felipe era encomiado como servidor público consagrado y como amigo de los indios; era una figura pública en verdad adorada. Debo recordar aquí la advertencia que le hizo la magnífica vidente doña Juana, quien había profetizado las muertes de Madero, Pino Suárez, Carranza y demás funcionarios, y ante cuya casa sobre la calle de Donato Guerra había siempre una larga fila de carruajes. Ella me había hablado de acontecimientos pasados y presentes de mi propia vida, así que le insistí a Felipe que fuera a verla y fue, a pesar de su visión racionalista, para darme gusto. Salió pálido.

Doña Juana le había hablado con todo detalle de situaciones que sólo él conocía, de peligros presentes, de maquinaciones de sus enemigos políticos y le advirtió que su vida corría grave peligro. Ella no lo conocía, pues Felipe no había estado en la ciudad de México en tres años. Me quedé en Mérida un mesdespués de la partida de los periodistas; durante ese periodo Felipe y yo decidimos lo respectivo a nuestro futuro hogar, la Villa Aurora: Felipe aseguró el divorcio de su esposa, a quien no había visto en tres años y vivía
en Cuba. La madre de Felipe hacía las veces de primera dama”.

¿Felipe le ocultó al conocerse su estado civil amiga Alma? Muy segura me ataja y me dice: “Sin preámbulo, me dijo que estaba casado, pero llevaba tres años separado de la señora Carrillo, quien vivía en Cuba. Tenía cuatro hijos. La mayor, Dora, estaba casada y vivía en Mérida. Un “hijo joven y bien parecido”, que tenía nombre maya, Zichilich. Y una hija de tan sólo diecisiete años, “alta y encantadora; rubia y con ojos como los míos, de jade”. Ella también tenía un nombre maya, Gelitzly… Los dos estaban fuera de Yucatán, cursando la escuela en mi país… Los extrañaba… Había otra pequeñita, la menor. Ella vivía con su mamá.

El 2 de febrero de 1898, cuando todavía tenía veintitrés años, Felipe se casó con Isabel Palma, de Motul, hija de un hacendado conservador. Todos los miembros de la familia Carrillo —como más adelante me lo informó Elvia— se negaron a asistir a la boda; su ausencia era una protesta contra las crueldades del hermano de la novia, Pedro Palma, a quien ellos le atribuían la muerte, cuatro años antes, de su esposa, la sensible y talentosa Enriqueta, la más grande de las hijas Carrillo. Elvia, que en ese entonces no tenía ni siquiera diez arios, recuerda cómo Felipe, afligido, corrió a su casa y se la llevó cargada en los brazos para que por lo menos una de sus hermanas estuviera presente en la ceremonia de su casorio”.

¿Carrillo era detallista?, le pregunto, y Ala me cuenta “que más que un caballero medieval. En una carta me preguntó: “¿No has sentido, también tú, algo del gran amor que tengo en el alma por ti?” Y añade: “El mío, no es un sentimiento de deseo carnal. Lo que siento por ti es una añoranza espiritual; el deseo de ver tus ojos, de escuchar tu voz, de ver tu rostro, de sentirte cerca de mí, de percibir el perfume de tu aliento. Todas estas cosas juntas transformarían mi existencia en una vida de dicha inexpresable”.

Estando en Estados Unidos, recibí, en una de las cartas de Felipe, una copia impresa de la enmienda a la ley yucateca sobre el divorcio. Obviamente, esto le allanaba el camino a Felipe para dar por terminado su
matrimonio. Pero, ese hecho no era razón para alegrarse, en mi cabeza todavía persistía la angustia por “el qué dirán” respecto a Felipe. Por primera vez comprendí el significado del canto de los poetas cuando hablan de un amor que es tan fuerte que es mejor dejarlo por la paz”.
Final

* Doctor en Derecho y Cronista del Estado de Querétaro

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