Por: Rubén Lau
De lejos viene la reflexión sobre la naturaleza y condición social del ser humano. Múltiples han sido también las respuestas a la inquietante y permanente congoja: cuál es la mejor organización para vivir en sociedad y controlar el más complejo de los problemas del poder: cómo limitar excesos y extravíos de quienes acceden a posiciones de mando.
Han circulado muchas ideas e interpretaciones desde diferentes ángulos, desde la filosofía, el derecho, la teología, la literatura o las simples fantasías o inspiraciones. Hubo etapas de largas transiciones y de espaciadas asimilaciones. Paul Hazard describe uno de esos períodos inundado de relatos, memorias, cartas y relaciones de viajeros, misiones religiosas y aventureros, que describían otros mundos, sociedades, costumbres y creencias similares o muy diferentes a las existentes en Europa, hechos que sirvieron para incubar formas nuevas de concebir las cosas.
Un personaje de entonces fue Aphra Behn, escritora inglesa nacida en 1640 y murió a los cuarenta y nueve años en 1689. Los últimos doce fueron los de mayor producción literaria. En nuestro idioma es reciente la edición de sus obras más importantes (una primera entrega la hizo la Universidad de Málaga el 2000 con Oroonoko o el Príncipe Esclavo y La Hermosa Casquivana, y el 2008 la editorial Siruela). Sirvan estas líneas para presentarla en nuestro medio.
En el libro mencionado, Paul Hazard anota la aparición a fines del siglo XVII, inicios del XVIII, de Viajes y Memorias del Barón de Lahontan, obras referidas a sus experiencias en Canadá donde describe a sus habitantes con la imagen del <buen salvaje>. Poco antes de este Barón, Aphra Behn se había colocado, en
el campo literario, como una pionera del tema con su Oroonoko o el Príncipe Esclavo. La vida había proporcionado a Aphra experiencias que facilitaron su inspiración. Siendo niña, por razones de trabajo, su padre la llevó a Surinam (Guayana Holandesa) donde tuvo contacto con los habitantes aborígenes, percibió sus formas de vida y maneras de pensar diferentes a las usanzas europeas.
Conoció rebeliones de los naturales de la región. A los 18 años regresó a Europa con visiones imborrables
de sus vivencias. Los años pasaron, tomó el apellido Behn de su esposo, muerto tempranamente. Con una inteligencia notable y una belleza que no pasaba desapercibida –narran quienes dan cuenta de su existencia-, se movía en los círculos altos de la sociedad y de la corte del rey inglés Carlos II, con quien tuvo relaciones muy cercanas. Sirvió también como espía de dicho rey en Holanda durante la guerra entre este país e Inglaterra (1665-1667). Conoció la cárcel por deudas y hacia 1670 se dedicó a escribir poemas, novelas, comedias que fueron representadas. De esta época surgió su Ooronoko (1688). Con esta novela aportó al escenario literario europeo la imagen de lo que se conocerá como <<el buen salvaje>>.
Interesa la atención sobre esa noción del <<buen salvaje>> que invadió a pensadores y literatos europeos de la época, como ya mencionamos el caso aludido por Paul Hazard. En uno de sus estudios, André Lichtenberger advierte en Aphra Behn a la fundadora de esa tradición con el relato-novela aludido, donde describe el estado natural yde inocencia en que vivían comunidades aborígenes y sus vicisitudes al contacto con el mundo civilizado.
Lichtenberger dice: “Desde el siglo XVI, un gran número de pensadores habían emprendido el estudio de la naturaleza humana como tal, con independencia de lo que las tradiciones teológicas y escolásticas enseñaban al respecto. Se trataba de descubrir las tendencias innatas, los verdaderos sentimientos primitivos del hombre para responder a esta cuestión de importancia vital: ¿es el hombre por naturaleza bueno y sociable? De la respuesta dependía la solución de graves problemas políticos y morales: si el hombre es naturalmente bueno, las sociedades actuales son culpables y a menudo lo han vuelto malo y desdichado; si por naturaleza es malo, los gobiernos opresivos son los mejores para reprimir sus feroces instintos”.
Aphra Behn, a quien Lichtenberger ubica, además, como la primera mujer que vivió del oficio de escribir, incide en esta tradición al aportar con su relato la descripción de un caso real, no hipotético, sino específico, del hombre en estado de naturaleza sobre el cual bordaban relatos y diversas hipótesis, teorías y descripciones utópicas. El peso que tenía la referencia a comunidades reales, primitivas si se quiere pero existentes, era algo novedoso, de impacto, pues nada tiene más fuerza en el afianzamiento de una teoría que su contrastación con hechos concretos, de la misma forma que las excepciones en casos específicos desmoronan a una ley en la física.
En Oroonoko se proporcionaban evidencias de una sociedad primitiva del <<buen salvaje>>, del hombre real en estado de naturaleza, cuestión que tanto alimentaba la imaginación de los creadores y pensadores. De esa obra se desprendía entonces, dice Lichtenberger, una conclusión insoslayable: “la naturaleza es el mejor de los maestros y el hombre natural el mejor de los hombres”.
No siempre los pioneros inundan el sentir de los tiempos pero a menudo abren senderos que otros invaden de presencia así, “el estudio de los grandes escritores frecuentemente nos hace ver que las ideas que desarrollan les pertenecen menos por el fondo que por la forma que han sabido darles. A menudo, con la fuerza del talento, no hacen más que precisar, coordinar y exponer vagas tendencias, sentimientos tímidos, imprecisos intentos de teoría, que se encuentran dispersos en escritos anteriores de autores hoy olvidados. El hecho es común y por demás natural” . Para completar la visión sobre este fenómeno, dejemos que Lichtenberger nos diga, por ejemplo, que antes de Rousseau, como antes de Aphra Behn en su tema, hubo escritores que atacaban la propiedad y sus consecuencias, otros soñaron con el estado de naturaleza, muchos creyeron en la bondad originaria del hombre. Rousseau, de aquí su relevancia, retomó todas esas teorías y pensamientos y con el brillo que les aportó en sus exposiciones, opacó el pasado y atrajo hacia su figura la referencia hacia aquellas concepciones.
Es la forma, el momento histórico, la disposición del auditorio, los tiempos que se atraviesan, estados de ánimo, etc.; es todo ese conglomerado de factores lo que puede influir en los alcances, en los impactos de los voceros de eso que se llama “el espíritu de la época”.
En otro contexto, algo similar aconteció con Aphra Behn. No incendió los espíritus pero sí contribuyó a fortalecer la búsqueda de respuestas para una mejor sociedad en comunidades fuera del mundo europeo. Tan fue relevante la temática del hombre en estado de naturaleza que destacadas inteligencias, antes incluso de la señora Behn, aportaron teorías y visiones sobre la organización de la sociedad y fundaron sus hipótesis en un mundo natural, imaginaron al hombre en ese mundo y sus posibles características (bueno, libre, ingenuo, o lobo) y probables desenvolvimientos.
John Locke, por ejemplo, arrancó sus reflexiones partiendo del hombre en estado de naturaleza, igual lo hicieron Thomas Hobbes y Rousseau. Incluso en el mundo de las doctrinas socialistas, muchos años después, Federico Engels no resistió la tentación de apoyarse en el tema con su obra El Origen de la Familia, la Propiedad Privada y el Estado, basado en el estudio de Lewis Morgan sobre los iroqueses (La Sociedad Primitiva).
Pero además de esa búsqueda, la novela de Behn relata rebeliones de aborígenes y su exposición despliega visiones que exhiben los vicios del poder en las sociedades europeas y despierta en el lector una solidaridad con las luchas antiesclavistas. Se coloca, pues, en la trinchera de simpatías hacia el combate del esclavismo, postura muy temprana en los tiempos.
Esos tiempos que, vistos desde hoy, se entienden como anticipación de la Ilustración del siglo XVIII, con largos períodos de búsqueda de respuestas a los problemas de conciencia y explicaciones del proceder de la naturaleza y del hombre en sus circunstancias históricas. Fueron décadas, de 1660 a 1715, aproximadamente, en que la audacia e inteligencia de pensadores sentaron bases epistemológicas e ideas y sólidos fundamentos para llegar después a separar lo civil de lo eclesiástico; etapas en que la lógica racional instalab su personalidad propia y se despegaba de los dogmas y preceptos apodícticos extraídos de las sagradas escrituras; período en que la filosofía deísta estaba cerca del ateísmo y se concentraba, entre otras cosas, en consolidar el derecho natural.
Fueron largos años en que el escepticismo floreció entre pensadores calificados como <libertinos> por disfrutar los placeres de la vida (no se refiere a conductas desenfrenadas) y por su apego constante a la duda en materia religiosa sobre todo desde variados enfoques. <Libertinos> por atreverse a juzgar de todas las cosas con entera libertad, devolviendo así –como alguien dijo- la dignidad a la razón, siendo agudos críticos de la superstición y el fanatismo.
Todo este movimiento, pues, se expresó de muy diversas formas en un círculo restringido de hombres cultos, donde Aphra fue excepción en Inglaterra. En esa amplia marea de inquietudes, debates, dudas y desarrollos intelectuales se ubica la personalidad y obra literaria de Aphra Behn. Justo en ese siglo XVII, llamado <siglo maldito> y tipificado como uno de los más belicosos de la historia, pues en “ese siglo tuvieron lugar más guerras que en cualquier otra época anterior a la primera guerra mundial.
Los registros históricos revelan sólo un año sin conflictos entre los Estados de Europa durante la primera mitad del siglo (1610) y únicamente dos años durante la segunda mitad (1670 y 1682)”. Sirvan pues estas líneas para estimular un acercamiento a la escritora inglesa, notable mujer de letras de esos tiempos.
*Maestro de la Universidad Autónoma de
Ciudad Juàrez, Chihuahua