Por: Luis Antonio García Sepúlveda
Todo esto me lo contó Doña Clarita de la Rocha siendo yo coronel del ejército. Ella vivía por la avenida
Madero, en una casa vecina al PRI ahí donde actualmente venden guayaberas. Por cierto me dijo que
después de la batalla todos los oficiales se reunieron para celebrar y empezaron a decir cuántos hombres habían matado. Cada uno decía más que el compañero anterior. Uno decía que diez otro que doce, otro que quince cada quién iba aumentando los muertos hasta que Clarita declaró que ella había matado más que todos. La risa fue general, se burlaron de ella, entonces enojada les lanzó un reto: Les apuesto que yo tengo mejor puntería que ustedes, el que me gane se lleva mi pistola y mis cueros. (Funda y cinturón) todos dejaron de reír, pero Clarita estaba enojada y los volvió a retar. ¿No que muy hombres? ¿Le tienen miedo a una mujer? ¡Habladores! El reto estaba lanzado y no se podían echar atrás, así es que tuvieron que competir contra Clarita. Pusieron blancos a treinta metros y con la pistola les disparaban, Clarita les fue ganado a uno por uno y despojándolos de sus pistolas y cueros. Ella se quedó con las pistolas y cueros de los principales oficiales revolucionarios.
Cuando ella me lo contó, yo, la verdad lo dudé. Pensé que era una mentira, pero ella me leyó la mirada y me dijo: ¡No me crees! ¿Verdad? ¡No mi coronela, si le creo! ¡No te hagas pendejo! No me lo crees, pero para probártelo, ¿Qué te parece si apostamos la pistola y los cueros? ¡Órale, no te rajes! Eso sucedió allá por 1942, mi coronela tendría alrededor de 60 y tantos años, y lo que me dijo lo expresó con tanta seguridad, que yo de plano me rajé y le reafirmé que sí le creía. ¡Que coyón eres! Dijo y se fue a la cocina y trajo un cucharón de madera y una alcayata y me lo dio. Mira ve a ese árbol y cuelga este cucharón en la alcayata.
El árbol estaba como a veinte metros, caminé y con una piedra clavé la alcayata y colgué el cucharón. Cuando regresé junto a ella, ella saco su pistola, pero la enfundó de nuevo, vio la mía y me la pidió prestada la peso, apuntó con ella y antes de disparar volteó a verme y me preguntó.¿ Entonces qué? ¿Te apuesto mi pistola y los cueros a que le pego al cucharón? ¡No mi coronela! Yo si le creo, no hay necesidad de apostar nada. Ella volvió su mirada al cucharón apunto la pistola y dijo riéndose, ¡Que zacatón eres! Disparó y nomás vi como el cucharón salto del tronco del árbol. Cuando fui a recogerlo, en el mero centro tenía el agujero de la bala, ¡Me quede frío! Que bueno que no le aposté; hubiera salido de la casa sin pistola y sin cueros. Ni Banderas, ni Iturbe le pudieron ganar, ¡yo menos! Así era mi coronela: Doña Clarita de la Rocha. ¡Qué bárbaro! Mi general, ¡que anécdota! le dije.
Oiga por cierto ¿y qué pasó con el coronel Luis G. Morelos? En ese momento Doña Lucila Achoy nos interrumpió para entregarle un sobre al general. Batallé para encontralos, no estaban donde me dijiste. Lo bueno es que los encontraste. le contestó el general, y Doña Lucila se retiró dejándonos solos. El coronel Morelos, (Según me platicó doña Clarita) bajó del santuario cuando un grupo de señores le hicieron llegar un telegrama en clave del alto mando militar, donde le informaban que el presidente Porfirio Díaz, había renunciado y que depusiera las armas.
Entonces el coronel Morelos ordenó el cese al fuego, y ordenó a sus hombres bajar y alinearse y entregar las armas a los revolucionarios. Entonces él conoció a mi padre quién era coronel también. Morelos le quiso entregar la espada a mi padre, pero él no se la aceptó y le dijo que a quién se la debía entregar era al general Banderas, jefe máximo de la revolución. En eso llegó el general Ramón F. Iturbe, y les tomaron una foto. Iturbe, Morelos y mi padre. Morelos había derrotado a Iturbe en Durango y contaba con su admiración, tanto que Iturbe lo alojó en el edificio de correos donde él estaba, para platicar con Morelos sobre las tácticas militares que el federal había usado para derrotarlo.
Pero a pesar de la admiración que como militar sentía Iturbe por Morelos, el coronel federal en Durango había dejado que la soldadesca robara y matara a placer cometiendo muchos abusos en contra de los duranguenses, por lo que muchos de los revolucionarios que habían venido del estado vecino, querían la cabeza de Morelos. Al otro día de la rendición de Morelos hubo un consejo de guerra contra Morelos, y no se ponían de acuerdo. El coronel Herculano de la Rocha opinó que por su valor debían dejarlo como semental. Iturbe abogó por él, pero la mayoría acordó fusilarlo. Como había diversidad de opiniones, la gente de Durango amenazó con rebelarse. Al jefe máximo de la revolución, el Gral. Banderas, no le quedó más remedio que acordar su fusilamiento.
Y al tercer día de su rendición el coronel Morelos fue llevado junto con el mayor Agustín del Corral, al panteón municipal para ser fusilados. En el panteón, el coronel Morelos dio una muestra de su valor a toda prueba. Después de entregar sus pertenencias a un soldado del pelotón de fusilamiento con la petición de que se las entregara a su esposa. (Entre ellas iba su reloj y una bolsa que el coronel portaba debajo de su casaca militar) y repartió dinero a los integrantes del pelotón. Le tocó a Mariano Quiñones el dirigir el pelotón de fusilamiento, pero nunca lo había hecho, el coronel, al ver la tardanza, pidió que le quitarán la venda de los ojos para ordenar al pelotón, cuando volteó, vio que el mayor del Corral estaba temblando a lo que el coronel con voz fuerte y segura le dijo: ¡No tenga miedo Mayor!, ¡Que sólo se muere una vez!
Dicho esto, dio órdenes al pelotón, lo alineó y les instruyó lo que tenían que hacer. Pidió que de nuevo le vendaran los ojos y dirigió el fusilamiento, a la orden de ¡Fuego! Su cuerpo cayó a como a seis metros de la tumba con los estertores de la muerte un soldado le dio el tiro de gracia. Como ironía minutos después llegó un mensajero portando un indulto ordenado por el presidente Madero, para el coronel Morelos.
Tal vez si el coronel no hubiera acelerado su propio fusilamiento, el mensajero hubiera llegado a tiempo para salvar su vida. Días después llegó su viuda. Exhumaron el cadáver y se hicieron tres misas en el Santuario del Sagrado Corazón de Jesús, donde él presentó su última batalla. Así fue la muerte del valiente pero cruel coronel Luis G. Morelos. Yo estaba fascinado escuchando el interesante relato del general Raúl Cuevas. Cuando hubo terminado su anécdota de Doña Clarita de la Rocha y el Coronel Morelos, le pregunté por el destino de su padre, el coronel Gregorio Cuevas.
Mi padre siguió luchando en la revolución y murió en 1915 en Tepic Nayarit. Mi madre sufrió mucho para que el gobierno le reconociera su derecho a recibir una pensión, y tuvo que recurrir al gobernador el Gral. Felipe Riveros, para conseguir la pensión. Precisamente aquí tengo copia de uno de esos documentos.
Papel tamaño carta con cuatro timbres en la margen izquierda. Arriba a la izquierda un sello con el águila
rodeada con la leyenda “Gobierno del Estado de Sinaloa”. Departamento de Gobernación. Forma Gob. Núm. 8. Sección de Gob. y Justicia. Expediente 001/6.
Resumen:
Macario Gaxiola Gobernador Constitucional del Estado de Sinaloa, hago constar y certifico que el señor Coronel Gregorio Cuevas, prestó sus servicios con este grado a la revolución Mexicana desde su iniciación y murió en las filas Constitucionalistas en un combate que tuvo con el Jefe Huertista Francisco del Toro o del Real, en el Estado de Nayarit, habiendo sido hecho prisionero por el mismo del Real, y fusilado en el pueblo conocido por Pinabete de aquél Estado.
Que el hecho de la intervención que el Coronel Gregorio Cuevas tomó en la Revolución Mexicana, me consta por haber militado yo también en las mismas filas y el de que fue fusilado en el lugar antes dicho y por el jefe mencionado lo sé por referencias. Y a pedimento de la señora Josefa medina Vda. De Cuevas, extiendo el presente en Culiacán Rosales, a quince de octubre de mil novecientos veintinueve.
Firma: Macario Gaxiola.
Firma:
El Jefe de Dpto.
S. Vizcarra, Hijo
Svh/g.
Yo tuve la oportunidad de ingresar al ejército y fui ascendiendo de grado hasta llegar a general. Actualmente estoy retirado y vivo como puedes ver humildemente. En verdad el general tenía razón, la casa Achoy se veía deteriorada con la falta del mantenimiento que solo el poder económico le puede dar a un inmueble. El tiempo había pasado rápidamente
Llegue a las cuatro de la tarde y ya eran las seis, el calor era agobiante, así es que les agradecí al general Raúl Cuevas y a Doña Agustina Achoy su amabilidad y me despedí de ellos prometiendo regresar, y así lo hice.
Regresé varias veces y en una de ellas el general Cuevas me invitó a buscar un tesoro, pero eso es, otra historia…
*Autor regiomontano y cronista