Por: Carlos Lavín Figueroa
Hasta principios del siglo pasado, la hoy transitada Avenida Palmira de Cuernavaca, era sólo un camino de herradura en la cumbre de la loma conocida como Loma de Pérez, localizada a lo largo y entre las barrancas de Amanalco y la de Leyva, eran terrenos de siembra de los campesinos de Cuernavaca; con la llegada de los primeros autos se abre una brecha de terracería; en los años treinta Lázaro Cárdenas adquiere terrenos para un rancho que llamó Tingüindín, como el pueblo purépecha del afecto del General, y dentro, construye su casa y granja que llamó Palmira en recuerdo de su hija de ese nombre ya fallecida, y sobre la antigua brecha asfaltó una angosta carretera rural a campo abierto y con canales de irrigación a ambos lados -así estuvo hasta los años sesenta cuando de niño la recorría en bicicleta.
Cárdenas trajo de su tierra Michoacán a 21 familias, entre ellas a don Dolores -Lolo- Magdaleno con su esposa y sus pequeños hijos, José Guadalupe y Francisco Magdaleno Vega a quien Cárdenas presentaba como su secretario cuando recorría Morelos, familias a quienes Cárdenas regaló terrenos de tres hectáreas en esa entonces carretera dentro de su rancho, que algunos de esos campesinos fueron vendiendo a nacionales y extranjeros; para los años sesenta se amplió y pavimentó con concreto hidráulico haciendo una larga avenida ya pública con banquetas, en esos terrenos y en antiguas casas demolidas fueron surgiendo fraccionamientos como Las Garzas, donde nos aventurábamos a entrar, era del coronel cardenista de apellido Chapa, del que su viuda, asociada con Chacho Rivera Crespo construyeron ese fraccionamiento donde resido, surgieron también; Jardines de Palmira; Bosques de Palmira, El Palmar, El Vergel, el Nido, y una quincena de privadas, donde todavía quedan algunas residencias de esa época. A mediados de los ochenta el concreto de esa Avenida se recubrió con una capa asfáltica.
Desde los años cuarenta, en toda la antigua Loma de Pérez esos campesinos sembraban caña de azúcar con financiamiento de don Rodrigo Lavin González, -padre de Roly, Jorge y Mario Lavin Ilizaliturri-, esto, para poder abastecer un trapiche de su propiedad llamado el “Batidillo” productor de piloncillo que estaba ubicado al final de esa hoy avenida, trapiche que luego don Rodrigo reubicó frente a la que sería la casa del Sha de Irán y a un costado de la glorieta Lázaro Cárdenas -la de la fuente-, y ahí estuvo hasta los años sesenta finalmente, el trapiche lo cambió a Jonacatepec donde a falta de electricidad se generaba la iluminación con una planta de luz y el agua era abastecida mediante un pozo, ahí pasábamos algunos fines de semana.
El trapiche era un molino utilizado para extraer el jugo de la caña que era cocido en calderas hasta reducirlo y obtener una melaza espesa y obscura que se vertía en moldes de barro llamados “formas” de donde se obtenían grandes pilones y pequeños piloncillos.
El rancho Tingüindín empezaba en la primera glorieta de la Avenida, ahí estaba un retorno y la entrada a la propiedad, donde todavía está el gran árbol de parota o ceiba, y llegaba hasta los hoy fraccionamientos Lomas de Cuernavaca, Burgos y Brisas -este última parte la regalaría Cárdenas al asilado nicaragüense Augusto Cesar Sandino ex líder guerrillero de la resistencia de su país contra el ejército de ocupación norteamericana en la primera mitad del siglo XX-, Sandino vivía de ese rancho agrícola y ganadero, finalmente se quedó con esa propiedad su doctor de apellido Zepeda. Para regar todas esas tierras se construyeron esos canales a cielo abierto, ahora ocultos.
Y la Avenida tomó el nombre de esa casa, lugar donde el presidente Cárdenas tomó la decisión de expulsar del país a su antecesor el ex presidente Plutarco Elías Calles –que también tenía su casa aquí en Cuernavaca- dando fin al periodo conocido como el Maximato en el que Elías Calles seguía dando órdenes a sus sucesores. En esa casa también concibió, planeó y redactó ocultamente el decreto sorpresivo para expropiar todos los recursos del subsuelo, en especial el petróleo que Calles había concesionado a extranjeros, así como cerrar los casinos de México –autorizados también en el gobierno de Calles-, incluido el Hotel y Casino de la Selva que después reabriría su amigo y compadre don Manuel Suárez y Súarez sólo como hotel. Finalmente, su casa y granja, la regaló Cárdenas para una escuela normal rural conocida como Internado Palmira que hoy es escuela secundaria, y los terrenos del rancho se convirtieron en los fraccionamientos Lomas, Burgos y Brisas.
En “el Internado” -ex casa del General- había cientos de alumnas, donde los adolescentes merodeábamos en busca de amoríos, recuerdo las corretizas que nos daba el profesor Saens en ese entonces director del internado, pero previo acuerdo con las muchachas planeábamos el momento y la forma de saltar a sus boscosos terrenos cuando el sol ya caía.
En esa solitaria carretera también aprendí a manejar, y de ahí caminábamos los amigos rumbo a la acantilada Barranca de Amanalco –a la altura del hoy Club de Golf Tabachines- por terrenos aún sin construcciones, donde ya se sembraban hortalizas y legumbres, donde había guayabales y algunos zapotes, regados con aguas entonces cristalinas de esos canales, y descendíamos a las profundidades de la barranca por raíces y lianas de amates amarillos, donde hubo más de un hueso roto o zafado de algún amigo accidentado como el buen norteño Enrique Lobo Múzquiz a quien pusimos como mote el Resistol porque no se despagaba de nosotros, era de Múzquiz Coahuila, vivió unos años en Cuernavaca con su encantadora y amena abuela y sus hermosísimas primas “La Negra” –así le decíamos- y María Elena Múzquiz entonces pretendida por el recién empresario de la fotografía Fernando Martínez “Josaphat” padre Q.e.p.d. Y pregunté a la abuela porque se apellidaban igual que el nombre que la población de donde eran originarias, y la abuela me narró la historia; El General Melchor Múzquiz había nacido en ese entonces territorio, llegó a ser el primer Gobernador del Estado de México -cuando Cuernavaca pertenecía a ese estado- y presidente de México por ello se dio su nombre a esa población, y ellos eran sus descendientes que habían llegado a Cuernavaca con la abuela escondiendo a María Elena de un pretendiente no deseado.
Bueno; para que sus familiares no se enteraran del accidente llevamos al buen amigo Resistol con un huesero para que le acomodara el tobillo y después de hacerlo sufrir con jalones y sobadas que lo hacían dar gritos desgarradores, el huesero, se dio cuenta que lo tenía roto y astillado y no zafado, todavía tengo la grotesca imagen de ese momento.
En esta glorieta de la Avenida Palmira estaba el acceso al Rancho Tingüindín, aquí empezaba la propiedad de Cárdenas que llegaba hasta los hoy fraccionamientos, Lomas de Cuernavaca, Brisas y Burgos, con unos seis kilómetros de largo.
*Cronista Cuernavaca