Por Verónica Hernández Jacobo*
La intervención psicoanalítica lacaniana se juega más que en técnicas para abordar al sujeto, en la ética, de hecho en nuestra práctica no hay técnica sin que este apuntalada por una ética, de ahí que quien no se reconozca desde ese lugar será cuestionado en su práctica.
Aunque hay que decirlo, muchos hablan de la ética, pero no todos se inscriben en esa lógica, así como reza el adagio religioso, no todo el que diga señor, señor entrara al reino de los cielos. Aunque ese slogan se encuentra lejos de nuestro campo, viene al caso por lo que se observa a nuestro alrededor.
Para entrar más a detalle no se puede separar ética y técnica porque va de por medio el sujeto. La diferencia de Lacan con respecto Freud es la manera de trabajar, aunque los dos tienen por amo lo inconsciente, el modo en cómo se pone lo inconsciente en la mesa, es decir “el diván”. Si bien, lo inconsciente es un trabajador ideal que trabaja sin amo, dice Lacan, pero puesto sobre la mesa a diseccionar es un amo en sí, ya que retribuye al sujeto sus monedas de goce, unas monedas aquí, otras monedas allá produciéndose una acumulación, un plus de goce para ser más precisos, en ese instante el sujeto realiza susainete que llamamos síntoma, provocando en el cuerpo signos que el médico lee como enfermedades y que el psicoanálisis insiste en la falla epistemo- somática donde el goce tiene metida las manos con toda su inversión.
El psicoanálisis tiene su propio discurso del método, así como René Descartes, la forma en cómo se establece el dispositivo mínimo de trabajo, pero también de control y de supervisión, ésto coloca al psicoanálisis en una política, que sería su micropolítica, con su propio discurso del método, sin estas reglas mínimas los lacanosos, enquistados en sus tribus, solamente totemizan.
La ética es el predicamento de psicoanalistas, a todos se le llena la boca de eso, y muy pocos lo asumen, puesto que cada uno se coloca su dasein, y bien, algunos creen que la ética es el bozal de la mula, otros la confunden con el exordio moral, algunos otros desde su carácter de pontífice del psicoanálisis, tachan a unos y otros de herejes, les haría falta el bozal.
Así como la ética se juega no en el costumbrismo de los hombres, que asumen desde su moral, sino en la dimensión del deseo, habría que ver si se está en sintonía con ese deseo, porque si de alguna orientación sabemos en psicoanálisis, y no tiene que ver con la orientación sexual de cada uno, sino que la orientación por el deseo asigna el principio mínimo de la acción la caniana, y esto a condición de que quien viene a ver al psicoanalista quiere ser un paciente, esa es la cuestión ética no estamos ante un paciente, como de manera simple se cataloga en las prácticas médicas, o bien cuando es diagnosticado a tontas y a locas, quien viene a análisis, viene intentando ser un paciente, no es. Esto último es el meollo del psicoanálisis, aquí aparece lo hermético de nuestra práctica, que los otros nada saben, por ello lo critican. La ética implica la entrada a análisis y también la salida de análisis, de otra manera se convierte en diagnósticos o psicomagias y para eso ya estamos demasiado creciditos, sólo la chiquillada se las cree. El dispositivo del análisis es la búsqueda de la rebeldía del síntoma, por un lado, que se rebele siendo rebelde a la seducción, a la hipnosis, a la sugestión, que se resista, por que esa resistencia le servirá para que el paciente no se convierta en un simple usuario de pastillas, que no se convierta en un sujeto dócil o domesticado por el diagnóstico, en lugar de encastillar al sujeto hay que lanzarlo a la aventura de la escritura del arte de la cultura, de la Voz del norte.
«La ontología concierne a los seres…
la ética concierne a la falta en ser»
Miller, J. A