Por Carlos Varela Najera*
La dignidad, es el máximo oximoron de nuestra época, pues en la sociedad regulada por el espectáculo y el mercadeo, esta se encuentra por los suelos, la dignidad en apuros, lo menciona nuestro amigo Gerardo Arenas, psicoanalista, traductor de algunos seminarios de Lacan entre ellos uno de los más complejos, el seminario 6, por su lenguaje a contrapelo del sentido, así que Gerardo con su mágica precisión pone a operar simple y llanamente el deseo de Lacan, una felicitación de antemano.
Arenas en su texto La flecha de eros habla sobre la dignidad en apuros, de ahí lo retomo para contextualizarlo, ya que ser digno es un encargo difícil de cumplir, sobre todo por el peso de los ideales que este lleva a cuestas.
Ser digno parece que no calza en los sujetos, ni entre amigos, ni pareja, ni relaciones políticas, la dignidad está enturbiada, por su rebajamiento en aras de intereses muy particulares, ni que decir de los ámbitos terapéuticos o religiosos que no hay mucha diferencia entre estas dos prácticas.
La dignidad con los amigos se rebaja, pero también con la ideología, o bien, gente de la propia parroquia, si, no existe por lo tanto esa supuesta dignidad que defiendo a capa y espada, ya que en el nombre de la ética lo uso como salvaguarda infantil contra los otros, eso sí, me indigno con aquellos que según mi dignidad no comulgan con mi estulticia.
Aunque la dignidad quiera resaltarse, ella siempre cojea, porque el sujeto que dice encarnarla está en falta, esa falta constitutiva del sujeto que el psicoanálisis pone en boca de todos, empuja al sujeto a una repetición incesante de la dignidad como causa perdida, de tal suerte que querer ser digno, es lo más indigno del mundo, sobre todo porque el sujeto cojea siempre de su falta, esto se puede generalizar, el desempeño político de cada sujeto dista mucho de ser coronado por la dignidad y más porque la clase política la pisotea, suponiendo que esta exista, que como observamos es una cuestión a debate, así que no hay dignos, sino puros indignados, cuya dignidad está por los suelos, esto no impide que desde la paranoia se acuse al otro de indigno, cuando la dignidad del acusador, está más que emplazada, forcluida.
Así es que tanto la dignidad como la ética vienen acompañadas por una serie de inconsistencias, ser digno y ético queda entre paréntesis, o en suspenso, pero eso no impide que se vocifere en sus nombres, creyendo que de esa manera se está a salvo gritándolo a los cuatro vientos, peor aún, cuando se encarnan tanto la dignidad como la ética en un sujeto, lo único que genera es el rasgo de la esquizofrenización, con pasajes al acto o escenas corporales pintorescas.
De tal modo que la dignidad y la ética no dejan de operar desde los ideales, sólo desde ahí se abusa de estos conceptos, para aparecer frente al otro sin mancha, colocándose dentro de los bienaventurados, que alcanzarán el reino de los cielos, como se darán cuenta llegar a esto sería una dimensión cómica de la dignidad, usando el concepto para taponar desde una moral vergonzante nuestra fallas como sujeto y como siempre la excusa histérica es que el otro es malo, ahí comienzan los fundamentalísimos religiosos.
La dignidad vendría a ser, lo que le falta a la verdad para ser dicha, o en otras palabras, el sujeto le queda chico a la dignidad, ya que esta se encontraría por encima de los sujetos en un plano topológico.
La dignidad como inalcanzable pero que está en boca de todos, obedece a su inexistencia como práctica, de igual manera el otro imperativo lacaniano de inexistente de la relación sexual, oximoron al fin y al cabo que no dejan de ser usados con fines puramente existenciales.
*Licenciado en Psicología y Doctor en Educación, Profesor e Investigador.