Por Jaime Irizar Lopéz*
Hace unos días tuve la fortuna de ser invitado a la ciudad de México por mi hermano Aarón, y pude constatar una vez más el porqué le han asignado el tan merecido nombre de la ciudad de los palacios a la urbe. Bella como siempre, imponente, con una curiosa mezcla de gente que lucha literalmente a diario contra todo el mundo por preservar la vida y para regresar con un pan a casa. Lugar hermoso con un tráfico vehicular y humano que reta la tolerancia de cualesquier provinciano; monstruo citadino con las más grandes ofertas de cultura y diversión que pueden satisfacer sin duda, al más exigente intelectual o al más refinado de los sibaritas.
Fue en realidad un viaje muy placentero y aleccionador, como lo son casi todos los viajes que he tenido en mi vida. Tuve por compañeros turísticos a dos Sergios, uno que es uno de mis estimados primos, el otro, uno de mis queridos 19 hermanos. Con la anfitriona generosa del senador Aarón Irízar, tuvimos la oportunidad de conocer un nuevo México para nosotros, el que se ocultaba a nuestros ojos de juventud; aquel que se dibuja con paisajes de volcanes nevados, arboledas centenarias, palacios de lujo y gran esplendor con clara influencia francesa, morisca y española en su diseños arquitectónicos, así como cientos de parques, teatros, restaurantes y museos que llenan la agenda de cualesquier visitante cosmopolita.
Distante y muy diferente al que conocimos en los años mozos donde montados solo en tranvías y camiones, apenas teníamos recursos suficientes para tomar café con leche y pan en un restaurante de chinos. Es bien cierto que el paso del tiempo duele, pero también lo es, que permite a veces ver con nuevos enfoques las mismas cosas, las gentes y las ciudades. Sé muy bien que en todas las comparaciones a veces se gana, en otras se pierde. En esta ocasión salimos los tres viajantes con una clara ventaja a favor, no sólo en el estrechamiento de lazos afectivos sino por el compartir vivencias y pensamientos que nos enriquecieron el alma y el intelecto.
En el convivir frente a una taza de café o un chocolate, acompañados invariablemente de una riquísima pieza de pan de dulce o de un bolillo con natas, (pan que se distingue por ser el producto de la gran herencia de reposteros y panaderos españoles y franceses) mismos que nos servían a la vez para paliar el hambre los primeros, y mitigar el intenso frio los segundos, que para nosotros, oriundos de un clima cálido, se nos antojaba en realidad extremo.
Tocábamos en esas gratas pausas, temas de diversa índole; desde la preocupante situación por la que atraviesa el país en la que los intereses económicos, políticos y mezquinos se han amalgamado para intentar construir un clima de inestabilidad social que intenta estresar e inquietar a las mayorías al atentar contra la armonía y la paz que son la base segura de toda actividad creadora, del progreso y el bienestar social.
Nos toco sufrir en carne propia las marchas y los bloqueos de calles y edificios públicos, mismos que aparte de generarnos retrasos en la agenda, inquietudes y sentimientos diversos, nos despertaban, tras las pasmosas y tardadas manifestaciones, serias urgencias a la hora de querer encontrar un lugar para orinar, y nos obligaba también de manera inmediata a pensar con nostalgia y cariño en el México de provincia más tranquilo en donde vivíamos, donde los embotellamientos vehiculares son cosa rara y donde aún no tienes la necesidad de educar tus esfínteres para evitar accidentes penosos.
Caminar, caminar y caminar para luego comer y volver a platicar al término de la jornada, sobre las maravillas turísticas observadas. Cansados pero felices llegábamos al departamento donde nos hospedábamos a tratar de encontrar en las camas la oportunidad de conciliar el sueño y recuperar las energías perdidas durante el día. Nada difícil para mí que antes de que mi cabeza toque la almohada ya parezco torton que va de bajada en la Rumorosa pero frenando con motor, en virtud de los estrepitosos ronquidos que emito a diario a la hora de dormir, mismos que a veces, lo confieso honestamente, son tan fuertes que a mí a veces también me despiertan.
Se han de imaginar que al inundar todo el departamento con mis oníricos ruidos, mismos que cual deuda grande en hacienda, Coppel o en bancos, ahuyentó sin excepción el sueño a todos mis acompañantes, todos los días que duró nuestro viaje, quienes, me consta, que echaron mano de todo lo posible para contrarrestar la situación, tés, somníferos, baños de agua caliente, ingesta de leche tibia y de todo cuanto se acordaron para poder echarse una pestañita tranquilamente.
Pienso que la cortesía y el afecto familiar no les permitía culparme directamente de su escaso dormir, pero eso sí, todas las mañanas construían con sus charlas una olimpiada del insomnio y repetían, casi a nivel de competencia, quien era el que había dormido menos. Ello me obligó a tocar el tema y les recordé de manera inicial que Bertrand Russell señalaba al respecto que los infelices y los que padecen de insomnio no dejan pasar ninguna oportunidad para “presumir su condición”.
Queriendo defenderme, sin que nadie me hubiera acusado directamente, les decía para consolarlos que “dormir menos es vivir más”; que pasamos, más por costumbre social, que por necesidad física, cuando menos 8 horas diarias dormidos, dicho de otra manera una tercera parte de nuestras vidas se nos va en dormir. Para ejemplarizar mi argumento les dije que una persona de 60 años cumplidos, tan solo en realidad ha vivido 40. Que habría que replantearnos en base a ello de nuevo nuestros hábitos del dormir.
Con pocas excepciones patológicas el cuerpo sabe bien cuanto puede resistir y con cuantas horas recupera las energías perdidas y nos despierta en automático la necesidad de sueño. Es una gran verdad que es variable el número de horas que las distintas personas requieren de sueño para restablecerse, pero se nos ha grabado con fuego en la mente desde niños que tienen que ser al menos ocho.
A diferencia de otras especies, el humano ya no tiene el temor de ser depredado todo el tiempo por otras y perdió en el camino la capacidad de sestear y estar alerta al mismo tiempo, organizó su vida en apego a su ciclo natural y a las costumbres y exigencias de efectuar la mayoría de sus actividades productivas durante el día.
El problema estriba en que socialmente se nos ha inculcado a la mayoría, un habito de dormir por las noches y con un número de horas determinadas, y la gran frustración que surge en los insomnes, se deriva de ver a casi todos dormidos en las horas acostumbradas y no haber aprendido a tener una actividad creadora o divertida en que gastar sus horas de insomnio o en la creencia firme, pero errónea, de que dormir poco los enfermará, no he conocido a la fecha a nadie que se haya muerto por no dormir mucho.
El cuerpo, para mantener su homeostasis y su equilibrio mental, siempre encuentra los caminos adecuados, para que hacemos pues, del insomnio, una tragedia universal, si éste a veces nos puede servir para buscar la solución al problema que nos revolotea en la cabeza, para aceptar con resignación nuestra situación actual o para aprovechar ese espacio de tiempo en actividades positivas como puede ser el leer un buen libro, escribir sus memorias, ver una buena película en la tele o dar gracias a Dios por regalarte unas horas más de vigilia y poder incrementar y recordar así tus vivencias gratas.
Que no los frustre el insomnio ni les de envidia el sueño fácil y reparador de los demás les decía casi a diario, tu cuerpo encontrará el camino para recuperar sus fuerzas, ya sea de día o de noche, no te fijes en esto, pese a las costumbres sociales todos somos organismos autónomos con capacidades diferentes. Aceptémonos como somos. Rechacemos conscientemente los factores que nos quieren hacer infelices.
Todo es cuestión de enfoque. Pero si hablar del insomnio que padecemos es el pretexto para llamar la atención, tirarse al suelo para que los levanten o es meramente un tema de conversación que les agrada, adelante, en la vida todo lo que nos haga feliz, no dañe a los que queremos y no altere nuestro equilibrio emocional es válido de ser intentado. Dijo un filósofo que si la muerte es un sueño, tendremos, cuando ésta nos llegue, toda la eternidad para dormir.
*Doctor y autor.