Por Miguel Ángel Avilés*
La nostalgia es pasado y también es la extensión de un presente. Es, parafraseando a Octavio Paz, el estiramiento de nuestro cordón umbilical, nunca el corte, nunca el olvido de nuestro punto de partida. Por eso la nostalgia no es debilidad ni estancamiento, por el contrario, es el almacén de emociones positivas el cual abrimos con la llave del corazón durante nuestras vidas para reforzar tantísimas emociones.
Entonces la nostalgia no es dolor ni melancolía. Es, ante todo, la memoria cariñosa de la niñez, el recuerdo amoroso de lo que ya no es pero que está. La presente obra “Época Dorada de Nogales. Segunda Parte” del abogado y amigo Pedro Gabriel González Avilés, que en el asunto de la escribidera no es ningún improvisado, es justamente eso: un recuento amoroso de lo que se tuvo, de los que se tiene y de lo que permanecerá pese a todo.
En siete apartados (270 páginas con fotos y todo)-que ya leerán cuando lo compren- el autor retrata y hace un recuento de esta ciudad fronteriza aún doncella, apenas floreciente pero llena de lucimiento y colorido que defendía una mexicanidad sin red protectora, sobre esa cuerda peligrosa que es la frontera y que por en aquellos años se supo andar y se supo dejar huella, como un álbum, como un diario, como un plano, como un tesoro escondido que ahora se pone al descubierto en estas páginas.
Dice Platón que el amor es la alegría de los buenos, la reflexión de los sabios, el asombro de los incrédulos. Es este trinomio tan humano que te hereda la lectura de esta obra, tan llena de cultura popular y tan gozosa como puede ser una verbena, una fiesta, un acto de comunión con lo que fuimos.
En esta ceremonia en honor al pretérito nogalense, el anfitrión es el propio escribano que le dio por remembrar estas historias, de eso ni duda cabe, pero en este espejeo de una colectividad, él no llega solo; se hace acompañar por un batallón de personajes, al mando del comandante en jefe, Don Pedro González Duarte, quizá su amanuense, quizá su cómplice, quizá su inspiración o quizá su homenajeado principal quien, individualizando responsabilidades tuvo el grado de participación mayor para que ese antaño ahora cronicado se fraguara. Por eso, nomas por eso, debe sancionarse con la perpetuidad tal como lo merecen los hombres que trascienden.
No hay lucha, sin embargo, que se gane por sí solo. Ni las luchas históricas, ni las luchas culturales y menos las luchas de dos de tres leídas sin límites de textos, tan mexicanas por cierto, menos cuando de tu lado tienes, entre otros, a Mil Mascaras, a la Huracán Ramírez, a Bue Demón, al Rayo de Jalisco, al Cavernario Galindo, al Gran Markus y desde luego al Santo quienes pisaron la línea no precisamente por su interés al shopping y a los curios sino para venir a darse de costalazos en esa polifuncional plaza que lo mismo recibió a estas leyendas de la lucha libre, como también coreo con oles esas inusuales pero bien recibidas corridas de toros que encabezaron en esta aún frontera blanca Luis Procuna, Fermín Espinoza “Armillita”, Carlos Arruza y, según me puedo imaginar por lo que dice el autor, una bella mujer como de apellido de Mayonesa: la valiente Patricia MC Cormick.
Pero el espectáculo no paraba ahí pues, en tratándose del deporte de las orejas chatas y las orejas de coliflor, arribaron a estas tierras para darse de trompadas Manuel “Pulgarcito” Ramos, José Becerra, Gaspar “El Indio” Ortega, Juan Zurita y el Infaltable de por aquellos años, Rubén “El Púas” Olivares, esos guerreros del ring que los habitantes pudieron ver de carne y huesos y darse cuenta que su color de piel no era en blanco y negro como los veían en la tele, sino que era tan roja como sangrante fuera la reyerta.
Ay qué tiempos señor Don Simón donde también parecía que Don Pedro se hubiera traído una sucursal del Teatro Blanquita a esta región, a manera de las caravanas Corona, nomas para que sus parroquianos vieran en escena a Yolanda Montes “Tongolele” que no se parecía a la de apellido de Mayonesa pero también estaba requetepreciosa, o Javier Solís que sobre él no puedo decir lo mismo pues no soy el indicado, o Mario Moreno Cantinflas y tantos otros, mi chato, tantos otros.
Ya con esta me despido no sin antes brindar por el parto de este libro, tal como se sabía brindar en la Caverna, ese memorable restaurant-BAR por ahí pegado en la línea divisoria y que, según se ve en el catálogo de fotos que trae esta edición, se ponía rebueno. Ya me voy y con esta me despido no sin antes decir salud por Don Pedro que, venido de Zacatecas hubo de estirar, como bien dice Paz, su cordón umbilical sin olvidar nunca su punto de partida.
Qué forma de dar identidad. Qué forma de resistir una hispanidad a toda prueba. Que rico fue Nogales: que esplendor tan cerca de un Dios Mexicano pese a estar a la vez tan cerca de los Estados unidos. Que nostalgia guardan los renglones de este libro: que amor por el inmortal terruño donde nacimos.
*Texto leído en la presentación del libro “ÉPOCA DORADA DE NOGALES. SEGUNDA PARTE” *Pedro González Avilés, este 21 de Noviembre en el auditorio de la Maestría en Administración de la Universidad de Sonora.
*Lic. en Derecho, escritor y Premio del Libro Sonorense.