Por José Carlos Ibarra*
El arte tiene su propia dimensión, que se manifiesta a través de las diferentes expresiones, y de acuerdo a renombrados exploradores de la psique humana, el acto creador, es reflejo de los sueños, vivencias, temperamento, sensibilidad, inspiración, imaginación, aunado a la originalidad, atributo distintivo del auténtico artista.
En mi improvisado cuarto de estudio, de uno de los muros, pende un cuadro réplica a escala menor, de «El Cristo de San Juan de la Cruz», la obra pictórica más admirada por los visitantes, al Museo Kelvingrove, de Glasgow, Escocia, donde se conserva. Fue pintado en 1951 en óleo sobre lienzo, de 205×116 cms., y según estudiosos de la vida y obra del artista catalán, tomó como modelo, al famoso doble de Hollywood Russ Saunders, aunque otras versiones afirman, que en realidad se trató del trapecista profesional, Diego Schmie l.
La pintura junto con otras obras de DalÍ, fue exhibida por primera vez en 1952, en exposición en Madrid, y ante las objeciones de los críticos, por la posición de Cristo, diferente a la tradición religiosa, como parte de su explicación, dijo:
«La posición de Cristo ha provocado una de las primeras objeciones respecto a esta pintura”. Desde el punto de vista religioso, esa objeción no está fundada, pues mi cuadro fue inspirado por los dibujos en los que el mismo San Juan de la Cruz representa la Crucifixión. En mi opinión ese cuadro debió ser ejecutado como consecuencia de un estado de éxtasis.
La primera vez que vi ese dibujo me impresionó de tal manera que más tarde en California, vi en sueños al Cristo en la misma posición pero en paisaje de Port Lligat y oí voces que me decían: «¡Dalí, tienes que pintar ese Cristo!». Gabriel de la Mora, en el prólogo al libro «San Juan de la Cruz» Obras, entre otras reflexiones de autores famosos, incluyó el bello texto de Alfonso Méndez Planearte, que dice:
«San Juan de la Cruz, además de la lírica, cultivó otro ramo estético-sacro. En Ávila se venera en un relicario de metal dorado el Cristo Crucificado que trazó a pluma. Es la única venerada reliquia de sus aficiones pictóricas. Este Cristo original inspiró en nuestros días una joya ilustre de la pintura religiosa moderna: El Cristo de San Juan de la Cruz, de Salvador Dalí. Ese Dios crucificado, visto inauditamente desde lo alto a vuelo de ángeles o a mirada de padre, en atrevido y hermosísimo escorzo-, pende del leño semi-fulgurado por un verde lampo celeste, sobre un mundo lejano y todo hundido en arcanas sombras. Su cuerpo, floreciente y apolíneo – bello como de Dios-, destaca su carnal coloración, en luz natural, volcándose hacia nosotros.
No hay sangre, ni distínguense apenas clavos ni espinos. Mas la gentil cabeza derribada, ocultando el rostro, que adivinamos, y las lívidas manos en su trágica crispatura, bien claman su oblación de dolor y amor. Dalí, de vuelta ya al catolicismo y a un nuevo e inesperado clasicismo, y en su plena maestría de línea y color, tan larga y triunfalmente ejercitada y, si se quiere, dilapidada, en todos los novísimos tanteos sobre los filos del sueño y de la locura, se ha dado entero aquí, en esta obra perenne, con plástica y dramática magnificencia.
Pero él se ha complacido en pregonar su deuda fundamental, al darle aquel título. Y el santo y sumo poeta, que nunca se curó del arte y su gloria, también tendrá su nombre vinculado, en nuevo esplendor terreno, a los anales de la pintura”.
Quienes tienen el privilegio, de contemplar el original de tan famoso cuadro, de seguro habrán de experimentar el inmenso gozo visual y estético que enriquecerá el espíritu, conforme al acervo cultural y sensibilidad individual, experiencia que indudablemente se repetirá, ante toda bella obra de arte.
*Periodista y escritor sinaloense.