Por Verónica Hernández Jacobo*
A Freud no le importó que sus pacientes lo engañaran porque él sabia que la verdad tiene cara de ficción, el engaño embrolla al otro, lo confunde, se intenta con esto mantenerse a salvo frente a la culpa, en fin, no puede existir vida sin mentirle al otro.
Bien sabemos que en nuestro país el engaño es moneda corriente, desde que se utiliza todo el aparato de Estado con los medios a la mano, TV y noticias se usan de manera sesgada para mantener el estado de cosas y de esa manera adormecer a los sujetos con la mentira, ni que decir cuando el sujeto se pone anteojos, esas gafas ocultan frente a la mirada del otro, las intenciones. La mentira piadosa es el modo en como el discurso religioso nos enseño a mentir, desde el momento en que el catecismo se montó como impronta, la mentirilla, despostilló la credibilidad del sujeto, por ello la confesión y otros modos disciplinarios de ocultar la falta se hacen necesarios para acallar el juicio divino frente a la mentira.
Incluso el amor para que fructifique debe ir acompañado necesariamente de ciertas mentiras, ya que sólo desde ese lugar podrá soportar al otro, de no engañarse la relación se perdería. La mentira según la orientación lacaniana se instala en la dimensión del amo moderno, ahí donde Dios incluso cumple la función de soporte imaginario, para hacerse este de la vista gorda frente a la muerte, Dios o como se le llame a esa necesidad que requieren algunos para no angustiarse frente a la vida, cuando es usado por las instituciones religiosas se le hace mentir, haciendo creer a los incautos que esta divinidad, desea una cosa y no otra.
El mercado de las sectas hace comulgar a los sujetos con ruedas de molino, desde movimientos espiritualistas de corte psicológico, hasta concepciones realmente de un atraso cuestionable, como es el caso de las transmigraciones de almas, pasando por las eras de acuario, las constelaciones familiares, conversación con los ángeles, entre otras tantas fumadas que entretienen con sus vulgatas a grandes segmentos de la sociedad en un adormecimiento continuo. Sin embargo, ni el discurso científico se escapa del elogio de la mentira al vender sólo un supuesto para comprender la realidad, con un sólo marco referencial ocultando o mintiendo al no señalar otras formas de aproximarse a la realidad.
El síntoma incluso desde el psicoanálisis se instala como una verdad mentirosa, que en su ocultamiento de la verdad, se da a conocer mediante los malestares que al sufriente muerden, ocultando en esas manifestaciones estados mórbidos que reprimidos, negados o bien ocultados se dan a conocer por otros medios, de hecho la dimensión simbólica del síntoma oculta un real que de darse a conocer haría posible que disminuya su afectación.
El sujeto se miente intentando ocultar esas verdades que se mostraran de otra manera desde un reverso simbólico que será el modo de operar sintomáticamente.
Podríamos decir que la propia realidad esta interrelacionada con cierto material de mentiras, donde los ideales hacen su agosto para que el sujeto crea que ya la hizo, los ideales son sueños diurnos o más aun despiertos, que se despliegan en este tobogán de la vida que pasa tan rápido, lanzando al sujeto al paraíso artificial de que todo es posible, la vida del sujeto tiene que elaborar el narcisismo para hacerle creer que es eterno, o bien que él se merece todo lo mejor del mundo, es un poco la alienación psíquica donde solo desde el otro me realizo, es llevar las ilusiones a divertimentos que sólo en el nombre de la mentira nos hacen creer que seremos eternizados sin querer saber de esa banalidad de la mentira llamada vida.
*Doctora en educación.