Por Leonidas Alfaro Bedolla*
La frase la escuché de una señora mayor. Por su vestido largo de vivos colores, y su habla, era fácil saber de su origen campesino, estaba sentada en uno de los arriates que protegen parte de los jardines que adornan el paisaje de la plaza Antonio Mijares. Discutía con un señor también entrado en años quien por su traza y habla, era del mismo origen; tal vez eran esposos, o quizás hermanos. -Mira Tobías, te lo dije desde un principio, eso de venir a ver las ballenas, no era bueno. El costo del paseo me pareció justo, porque nos dieron de comer y tomar, también porque nos paseamos por la bahía de San Lucas y pudimos ver, muy de cerquita el arco, la verdad me dejó lela, está impresionante.
Algo que me dio risa, fue saber qué tiene dos playas, por el lado del mar de Cortés la del amor, y por el lado del Pacífico la del divorcio, una por serena donde las parejas se pueden pasear agarraditos de la mano, ¡Ah! Pero por el otro lado, las olas bravas los separan. ¿No te parece chistoso, Tobías? -Bueno sí, Chelita, pero… -Disculpa que te arrebate la palabra, Tobías, pero debo decirte que hubo algo, que no me gustó de la vista de las ballenas, nunca salieron a darse a ver por completo, aí nomás se les vio el lomo y la cola, pero lo peor, es que el hombre que iba explicando, dijo algunas barbaridades: -las ballenas vienen a este lugar a dos cosas, a parir y aparearse. Una vez que paren, enseñan a sus ballenatos a nadar, a veces, cuando tienen problemas, viene otra ballena y le sirve como de enfermera, le ayuda a parir y hasta atiende al ballenato dándole de mamar. Las ballenas son tan buenas, que a veces, empujan a su ballenato alzándolo para que nosotros, los humanos, podamos tocarlos. A ver, dime Tobías, ¿tú crees todo eso? –Bueno yo creo que… -Perdona Tobías, que te vuelva a…
Tal vez por eso la frase inicial se me quedó dando vueltas en el cerebro; después de unos minutos, deduje que tenía algo de sentido. Sin despejar del todo el análisis, desvié mi atención para pedir un tamal y un vaso de champurrado, me senté en el arriate para disfrutar lo que para mí era la cena, las lámparas de una inmensa torre se prendieron anunciando que la noche había llegado. La pareja que discutía ya se habían ido, pero la frase me seguía hostigando. Intentando distraerme para despejar aquella sosa idea, una vez que terminé con mi manjar, me encaminé atraído por el pequeño quiosco que está en medio del zócalo; me parece de estilo francés, subí los escalones y desde arriba observé el panorama: la iglesia de trazo Franciscano, ¿o Dominico? Me pareció que era el principal atractivo del lugar, por lo que podía representar, tal vez era el símbolo de la fundación de la ciudad, pero al volver la vista hacia la parte contraria, tope con lo que me pareció un hemiciclo, da marco a esculturas de personajes, seguramente determinantes en el desarrollo de San José del Cabo y la Baja California Sur.
Desde la misma plaza inicia el bulevar Antonio Mijares, ahí se encuentra el edificio de la Presidencia Municipal, parte importante del Centro Histórico, cuya fachada evoca el provincianismo que caracteriza la serena belleza que envuelve el espíritu del visitante.
Bajé del quiosco atraído por la figura en acero del Quijote, en tamaño normal la exponen en una tienda de joyería artesanal; enseguida fui atrapado por la esplendidez de las galerías; embobado por tanta creatividad manifiesta por el ingenio humano.
El tiempo se me fue en un suspiro, me di cuenta que ya eran las diez de la noche porque al querer entrar a la octava galería, encontré que ya estaban cerrando. Arrobado aún, me conformé con ver a través de los aparadores, entre más miraba, más afirmaba la filosofía de aquella frase, porque entre tanta excelsitud se encierra ese mundo en el que todo puede ser producto de un sueño; deduje que ahí estaban realizados los sueños poéticos de: joyeros, escultores, pintores, arquitectos que juegan a la construcción de la verdad porque saben que todo puede ser mentira.
Con el cerebro un tanto atolondrado, encaminé mis pasos por la calle Manuel Doblado, y en la esquina con Miguel Hidalgo, entré a un café donde pude disfrutar de un capuchino y pastelillos, aquí sí lo confirmo, de sabor y esencia francesa. Reforzado mi ánimo, tomé por el bulevar Antonio Mijares, escuchando estrujante música rock, que luego cambió a salsa de inconfundible origen cubano, así fui caminando, sorteando los espacios de concurridos restaurantes hasta llegar a la esquina de Valerio González; de ahí se desprende un trayecto, por el mismo bulevar Mijares, donde se puede apreciar el esfuerzo por mantener limpio y bien cuidados los jardines, tanto de las aceras como del camellón central, muestran la flora de este, para nada, desértico destino.
El silencio que se impone a estas alturas de la rúa, la soledad invita a meditar, y la luna que cuelga sobre los confines del océano, alumbra las oscuras aguas y los acantilados, como el de Punta gorda para formar escenarios increíbles; pero la luna es la cómplice perfecta para canturrear o atreverse a imitar a un bohemio; empezaba a tararear, cuando de pronto, me sorprendió una singular cruz, no me fue difícil adivinar que ahí estaba el cementerio; para nada tétrico, su arquitectura y su vegetación anuncian vida, alegría.
Al llegar al paseo del malecón San José, el portento de los hoteles y la gran plaza Pescador, confirman que en este girón, perteneciente a lo que algunos distinguen como El México desconocido, tiene la magia de transformarse conforme el Sol transita, provocando a cada instante un encuentro maravilloso que se alimenta con la magia de la naturaleza; creada por la generosidad del Todopoderoso. Es posible que por eso: nada es verdad, porque todo puede ser mentira…
P.D. En recuerdo de Daniel Sada.
–Escritor Cachanilla. Una de sus más celebradas novelas se llamó así: Nada es verdad porque todo puede ser mentira.
*Novelista sinaloense.