Muchas veces el nombre nos define con una claridad palmaria, en este caso, con Mocorito, nos referenciamos a un ámbito sagrado y mítico; “lugar de muertos” como lo concibe don Eustaquio Buelna concepto al que me adscribo por su profundo significado. ¿Cómo se generó y de dónde se desprendió tan asombrosa toponimia que la emparenta con el mítico Mictlán de las culturas nahuas? El Mictlán es el lugar de la otra vida, donde el espíritu reposa en una eternidad, algunas veces interrumpida por la inquisición de los que añoran sus recuerdos.
A mi entender Mocorito no es un panteón; en cambio es el lugar de las eternidades, donde conviven todos, sin importar su condición ni su calidad; todos vamos al lugar sagrado del Mictlán, sin demérito y sin agregarle nada al que inició el glamuroso viaje. En Sinaloa, en su representación simbólica, no hay otro lugar sagrado de esta condición, ahí estriba una de las originalidades de la matria evoreña; por definición ahí están todos, desde los que hicieron posible la vida prehispánica disfrutando la variedad del río desde la sierra al mar. También los que abrazaron el régimen de las breves encomiendas de Sebastian de Evora, para dar paso a las nuevas instituciones señoriales de carácter medieval; ranchos, haciendas agrícolas, mineras y ganaderas, con sus extensiones presidiales.
La provincia de Sinaloa ya estructurada como organización fronteriza, organizó sus milicias generando espacios para el criadero del ganado caballar y mular, uno de ellos fue “El potrero de los soldados” localizado en el valle del Évora, así que tal potrero primero fue mocoritense. Uno de los señores de la tierra y beneficiado de los servicios personales que proporcionaban los naturales fue el alférez D. Sebastián López de Guzmán y Ayala, el cual en conjunción con la Compañía de Jesús apoyó la elaboración del “Manual para administrar a los indios del idioma cahita” con la advocación de San José compuesto por el SJ Diego Pablo González en 1740, este manual se imprimió con propósitos evangelizadores, pero sirvió también para atemperar rebeliones indígenas que estaban en la perspectiva de un movimiento social de amplias perspectivas en la región.
El manual contiene una dedicatoria al patriarca señor San José de parte del alférez; en su interior, aparece una imagen del invocado patriarca arropando al niño Jesús, desnudo ante el mundo, pero protegido por el padre amoroso (imagen que aparece al principio de este artículo).
La dedicatoria abunda sobre los favores recibidos y expresa el alférez que sería negligente si no le dedicara este libro; dice más, al mostrarse interesado en el trabajo de su autor (que no menciona) misionero de la compañía de Jesús, en la administración de los santos sacramentos a los “miserables indios Zynaloas”. El discurso del alférez es proclive y sumiso a la jerarquía simbólica de la Sagrada familia, se declara además “esclavo” de San José y un simple instrumento de esta deidad católica y cristiana. Su fidelidad al patriarca es extrema ya que declara que “… no a otras, sino a vuestras aras debiera ser ofrecida, y más cuando, Santísimo Patriarca, no sólo yo, sino las criaturas todas deben estar debajo de vuestro dignísimo patrocinio”, en fin que San José se erige como el santo tutelar de los señores de la tierra de esta apartada provincia de Sinaloa.
Volviendo al “lugar de muertos”, afirma el eminente filólogo don Ángel María Garibay K., que el mito contribuye a la formación del carácter de los pueblos; entonces nos preguntamos en que ha contribuido esta remembranza mítica del lugar sagrado de las almas y los espíritus ya idos, de nuestros ancestros en la identidad de un pueblo como el de Mocorito que no quiere abandonar sus tradiciones? Mocorito como nuevo espacio colonial vivió las primeras formas franciscanas de evangelización, cuando la misa se sustentaba en el habla y cantos latinizados para fascinación de la feligresía indígena y mestiza, que poco entendían y mucho admiraban; sin embargo, el trato y contrato de los sacerdotes franciscanos con los señores de la tierra afecto la humanidad de la población nativa, de ahí que no fue extraño que los de Mocorito participaran en el levantamiento contra estos evangelizadores que los llevó al Mictlán regional.
En efecto de 1530 a 1591 la posibilidad de volver productivos los territorios al norte de la villa de San Miguel de Culiacán fue nula. Incluso en este periodo las rebeliones indígenas cobraron varias vidas de españoles y nativos. Así en 1568 fueron sacrificados los padres Pablo de Santa María en Mocorito, fray Juan de Guerra en Ocoroni y el padre Juan de Luque en El Fuerte. Lo notable es que estos “sacrificios” se realizaron de manera simultánea, lo que manifiesta el alto grado de comunicación y organización indígena en defensa de lo que para ellos seguía siendo su territorio.
Esto mantuvo a raya la penetración española en el área. Vendría después la revolución cultural de las misiones jesuitas en 1591. Mocorito fue el espacio de la primera celebración ritual de las misas misionales, incorporando a la niñez y la juventud a la cauda de nuevas formas evangélicas que se instrumentaron en el río Évora, desde la sierra a las marismas, propiciando la introducción de nuevos cultivos, reciclando la herbolaria indígena, a la par los hatos ganaderos alcanzaron dimensión masiva convirtiéndose la misión de san Miguel de Mocorito en el asiento del tianguis misional de la prov3incia de Nuestra Señora de Cinaloa. Esta novedad tecnológica contrastada con cambios culturales abonó las expresiones musicales y la lectura de textos de occidente en las estribaciones del “Picacho” y el “Mueludo”, junto con las comunidades indígenas aledañas al “Mochomo”. El espacio evoreño mantuvo una considerable mano de obra nativa sujeta a los servicios personales de los peninsulares, ya fueran estos militares o señores de la tierra por lo que se levantó una inconformidad de grandes proporciones, así que en noviembre de 1672 se presentó el protector de indios Francisco de Luque en Guadalajara, acompañado de tres indios mocoritos, ahí se hizo una larga relación de protesta contra los abusos a que se vieron sometidos los indios por parte de los capitanes, vecinos y misioneros de Sinaloa. Las acusaciones del protector de Luque y los naturales de Mocorito causaron gran impacto en la Real Audiencia de Guadalajara, ya que se le dio todo el crédito a las aseveraciones del protector, suscitándose una verdadera lucha al respecto. Las declaraciones de los naturales, empezando con Juan Bautista, que había sido gobernador del pueblo de Mocorito, Martín Juárez y Diego Martín, implicaron a los padres jesuitas Francisco de Sepúlveda, Domingo Treto, Pedro de Amaya y Juan de Anchieta. La resultante de tales acusaciones produjo la aprehensión del Alcalde Mayor Ramírez de Castro; las acusaciones contra los jesuitas se archivaron pues importó más el buen nombre de la compañía, que los derechos indígenas. Sin embargo, se les dio libertad a los naturales de Mocorito.
En 1673, cuando Miguel Calderón y Ojeda, Alcalde Mayor de la Provincia de Sinaloa, dio obediencia a tales disposiciones levantó la ira de los jesuitas generándose un conflicto que obligó al Alcalde Mayor a regresarse a España, el protector de indios fue perseguido y excomulgado. Destaco la valentía de los indígenas de Mocorito, Juan Bautista, Martín Juárez y Diego Martín, que defendieron la causa indígena con preceptos legales de la época, por lo que debe de considerárseles como los iniciales promotores de los derechos indígenas del Valle del Évora; estos son los primeros tres grandes del pueblo de Mocorito, su valor libertario sigue vivo en la defensa de los derechos humanos de los mocoritenses.
*Director del Archivo Histórico de Sinaloa.