Por Ma. de Lourdes Morales Grajales*
Huidiza como el ocaso, así es Úrsula. Ella se justifica en los poemas que escribe: el amor te lleva a ser ola de mar… y cuando alguien le pregunta si su poesía es desahogo y purificación, sonríe con socarronería y se queda pensativa, rememorando aquellos días de su niñez, cuando su padre la cargaba en la espalda y caían en el bien cuidado pasto del jardín, bajo la mirada dubitativa de su madre.
…Viajamos mucho, unidos, los tres éramos una sola estampa, como esas fotografías en que instintivamente tomas la mano del ser querido que tienes próximo, antes de que se dispare la cámara para hacer eterno el momento, para que se torne color ocre por el paso de los años.
Úrsula se encuentra sentada en su silla de ruedas, contempla el árbol seco que tiene enfrente, en ese viejo jardín tan polvoso como sus recuerdos. Tomaste, engañoso espejo, la apariencia de un estanque azulado… cuando escribió ese poema estaba absolutamente enamorada, vivía en Francia y él era lo más hermoso que había visto en su corta vida. Uno de sus gatos interrumpe sus recuerdos al saltar a su regazo, no lo rechaza, lo acaricia y mezcla recuerdos con el temblor de su mano delgada en la que se reflejan venas azules como ríos de hielo. Luna, te asomas ya vieja amiga ¿vienes por mí para llevarme hacia esa infinita obscuridad que tanto temo, pero que también anhelo? La luna le recuerda los ojos de su madre, siempre fijos en su persona, brillantes, plateados. Suelta el gato que comenzaba a ronronear y da vuelta a la silla para adentrarse en busca del calor de la casa. Se prepara un café, enciende el décimo cigarro del día y va en busca de los anaqueles que encierran los libros de su madre; elige uno, el que le dio renombre y la colocó como una de las escritoras más lúcidas y profundas de la intelectualidad en el país, esta obra puso a papá en una posición incómoda, jamás te perdonó, madre, tu gran talento. Estaban muy unidas, compartieron dichas y penurias; sobre todo cuando sus padres se separaron de manera tan acre y en medio de tantos desacuerdos que desencadenaron amarguras saturadas de rencores que jamás se desecharon.
…yo estaba contigo madre, tenía que estar de acuerdo en todo lo que argumentabas, sé que tenías la razón… ¿o no?, tenía que tomar partido por uno de los dos y lo tomé por ti. Tuvimos que huir del país cuando todos nos señalaban como instigadoras de la ideología que los estudiantes enarbolaban en pos de su movimiento… ¿de verdad provocamos aquella causa?, que sin ser el objetivo real, nos puso en contra de él, tan lejano ya a nosotras, tan lejanas ya en ese entonces de nuestra propia tierra. La figura de su padre crece en sus sueños. Se acerca a ella abriendo su mirada clara y le susurra al oído “te voy a contar el cuento de los que se acercaron al cenote sagrado…” y ella confunde el maullido de los gatos de la casa con el sonido del violín que él le enseñó a querer. Despierta asustada, busca con la mirada lo que produce aquella sonatina.
¡Padre! te amé cuanto más odiaba tu ausencia.
Aquella mañana llega muy temprano a visitarla el único familiar que se ocupa de ella, la levanta del piso frío en que ha permanecido desde que despertó de la pesadilla. La arropa y la coloca en la silla. La observa sin palabras, no sabe cómo expresar la idea que ha madurado desde hace varios días, cómo decirle que ya no puede seguir viviendo sola, que un día cualquiera va a sucederle algo lamentable y que ha pensado en llevarla a una casa de reposo en la que estará bien atendida; pero no logra comunicarle sus planes porque conoce muy bien la respuesta ¿quién cuidará de mis gatos?
Úrsula repasa una vez más su orfandad. Mi padre murió cuatro meses antes que mi madre, el mismo año, fue entonces que me percaté que me quedaba como fruta seca olvidada al pie del árbol. De las tantas preguntas llenas de patetismo que me han hecho en las tantas entrevistas inútiles publicadas en espacios más inútiles aún siempre resalta aquella “¿por qué no se casó? ¿por qué no tuvo hijos?, es cuando el sinuoso camino de sus penas la devuelven a su juventud y belleza ultrajadas y la figura del agresor crece y ella disminuye por el abuso. Padecí enfermedades impronunciables ¿así se dice?
En una ocasión dije en una entrevista que cuando te va mal, tienes hermosos sueños de compensación. Yo tuve hermosas compensaciones a tanto dolor. Sobre todas, estuvo la reconciliación con mi padre, después de tantos años de silenciosa ausencia. Él me buscó, me invitó a acompañarlo a recibir uno de los tantos premios que le fueron otorgados a su talento creador, el permio más sobresaliente en el mundo de la literatura, el que fuimos a recibir en traje de etiqueta. Él, mi padre impecablemente vestido de gala, bello, asediado, galardonado, con esa sonrisa que sólo dejaba escapar cuando estaba en verdad satisfecho y esa noche, lo estuvo hasta el borde.
Los recuerdos se vuelven azules, como en una película en tonos color cielo, ve nítidamente a su padre en plena realización, su obra ha sido galardonada con un prestigioso reconocimiento internacional, el que le llegaba en el mejor momento de su vida. Se sentía amado por todos, reconocido, adulado. Amaba a su nueva pareja y Úrsula sentía simpatía y gratitud hacia ella. No tenía nada que reprocharle puesto que el recuerdo de su madre se había esfumado en él. Úrsula se sintió amada de nuevo, su padre la llevaba de paseo, conversaban, se volvían cómplices como cuando le contaba historias de continuación prolongada.
Volví a sentirme de siete años papá; caminaba de tu mano por los jardines de la casa, cuando tú y mamá se encerraban por las tardes a escribir, cada uno en su mundo. Fui dichosa cuando me invitaste a compartir tu importante reconocimiento. Volví a ser la niña rubia que te miraba con embeleso y fue a partir de entonces cuando comencé a escribir poesía, soñaba poesía, comía poesía, despertaba en poesía.
¿Me prendes otro cigarrito? El fumar le ayuda a recordar y se contrae de angustia al recordar la enfermedad en los últimos días de su padre. Ella ya no estaba cerca de él, había vuelto con su madre que la necesitaba; enferma, sola, instalada en la pobreza, estoica en su vocación, apenas reconocida como una mujer de talento anticipado a la época que le tocó vivir. En dos, Úrsula quería dividirse para estar con su padre y a la vez con su madre que lentamente se consumía; ignoraba el por qué no podía acercarse a su padre enfermo, ni siquiera sabía dónde encontrarlo y decidió escribirle un poema, alguien lo publicó en un diario y alguien más se lo mostró al enfermo que sonrió complacido.
Fue durante el mes más amarillo del año, un abril caluroso y agobiante, el padre murió sin volver a encontrarse con ella ¿alguien lo impidió? se preguntaba, quizá alguien tenía interés en que no se diera otro encuentro entre los dos. La madre de Úrsula se fue cuatro meses después, desfallecida, agonizante y al mismo tiempo soberbia al estar consciente de su valía. El dolor no se apagaba, el llanto se confundía con el maullido de los gatos y Úrsula, como semilla en tierra árida se quedó sola, envuelta entre las brumas de un pasado agónico. Fue en ese tiempo, en que lo decidió:
Me iré cuando tu olvido y el de los demás me hayan desterrado. Será entonces cuando mi partida les haga voltear hacia mí. Cuando se pronuncie mi nombre a la par que el tuyo… así, me sentiré querida por ti, papá.
*Escritora chiapaneca.